Bajando desde Jaca a Huesca,
siempre veía al lado del modesto río
Asabón, el desvío que conduce a Villalangua. Siempre que por ahí pasaba,
imaginaba un aspecto rural o de abandono
de tal pueblo, que tan pocas veces aparece en las historias. Pero un día, decidí
entrar en él y quedé maravillado por encontrar un pequeño pueblo, que no tenía
ruinas entre sus casas, con una bella iglesia y un Hotel-Posada, que en un alto
acantilado sobre el río Asabón, ofrecía a la vista un verde valle, con una
corona de Mallos, señalando el cielo, que recuerda los de Riglos, los de Agüero,
de Loarre y todos los del viejo Reino de
Doña Berta, que dominan el valle. Estábamos en invierno y no vimos a nadie,
pero se adivinaba un pasado glorioso y tranquilo, cerca de Navarra, ya que por
Biel se caminaba para ir a Pamplona, pasando por el primer pueblo navarro, es
decir el de Sangüesa. En el mapa del antiguo Reino no aparece Villalangua, pero
dicen que este pueblo, fue siempre un refugio de pastores, hasta el siglo XVII, en que se fundó el
pueblo. Pertenece al Ayuntamiento de Riglos y como este pueblo exhibe sus mallos, palabra que en lengua
vasco-ibérica significa “formación rocosa”. Son los mallos como columnas de
piedra roja de distintas alturas, que se elevan al cielo y surgen de distintos
puntos del Reino de los Mallos. Existió este Reino durante un escaso
tiempo, ya que Pedro I, rey de Aragón y de Navarra e hijo del Rey Sancho
Ramírez, muerto en la muralla de Huesca por las flechas de los moros, se casó
el año 1097 con Berta, de la que se sabe únicamente que era italiana. Murió
Pedro I en 1104 y le dejó como dote, entre otros pueblos Murillo de Gállego, Riglos,
Marcuello, Ayerbe y otros, ya en la tierra llana. Ella era Reina
y Ubieto Arteta le completó el nombre al Reino llamándolo el de los Mallos. No
había tenido Pedro I hijos con su
primera mujer y tampoco los tuvo con la Reina Berta. Allí quedó de Reina, y los
nobles la observaban, para ver si daba síntomas de estar embarazada. No dio
a luz y al poco tiempo, en 1110, desapareció del Reino, sin conocerse nada de
su vida. ¡Dios mío, que tierras aquellas en que no nació ningún niño para ser
Rey de Aragón, cuando de esas mismas tierras habían salido aquellos mallos, que
en lugar de indicar la dirección de Zaragoza, señalan todavía el cielo!. Si, a
Zaragoza se dirigió el hermano de Pedro I, que fue Alfonso el Batallador, como
bajaban las aguas del río Gallego al Ebro. En el Reino nominal de los Mallos,
permaneció Agüero, situado en un terreno legendario, pues en él está la iglesia
de San , donde se encuentra esculpido el Rey
Sancho Ramírez y por aquellos caminos por los que iban a Navarra, se encuentra
Villalangua y muy cerca el desparecido
pueblo de Salinas de Jaca, donde vivió mi amigo Sebastián Grasa, que corrió
aquellos parajes, llegando al pueblo navarro de Sangüesa, al que acudía al
Notario. De Sangüesa a Sos del Rey Católico, tuvo que acudir la madre del Rey
Fernado el Católico, para ser Rey de Aragón. A Salinas Viejo acudía a veces Sebastián Grasa pasando por la
“osqueta” de la Foz de Salinas. Entre Salinas y Agüero se alza el monte de los
Tres Obispos a 1224 metros sobre el nivel del mar; allí se reunieron tres
obispos medievales, en una zona hermosa, que vive del turismo. Por Marcuello
pasaba la Vía Romana y desde su castillo se observaba la tierra de la Sotonera.
Está aquella tierra solitaria de hombres
sin embargo es el reino de los buitres. Dicen que San Juan de la Peña es
el panteón de aquellas tierras, Jaca la Catedral y subiendo por Marcuello, se
llega a Loarre, que es el observatorio hecho por el hombre, para engrandecer a
estas tierras de los Mallos. El río Gállego recorre dicho Reino y se guardan sus aguas en el Pantano de la
Peña; saliendo de éste, se llega a
Murillo de Gállego, donde se encuentran la Montaña con La Tierra Baja. Hace
años subí a lo más alto del pueblo a visitar la mula de un pastor; allí mismo
se encontraba una ermita que me inpresionó. Al lado del pastor vivía una señora
viuda, con su vestido negro y su toca que le tapaba sus cabellos blancos y
entramos en conversación y ella, en su soledad, me invitó a tomar agua fresca,
que yo le agradecí y todavía me acuerdo de ella y de su obsequio. En la
carretera hay una Bodega, productora de vino. Entré a ver a su dueño, que es
amigo mío y le compré una botella de buen vino. Porque en Murillo empieza la
Tierra Baja y en ella se encuentran viñas fecundas y abundantes. Desde la
fachada de la Bodega, parecen expuestos a la vista de los vecinos de Murillo,
los Mallos de Riglos que son un espectáculo maravilloso. Están Riglos y Murillo
separados por el río Gállego o Galaico, porque nace en las Galias. Por este río
navegan multitud de canoas, muchas de las cuales las traen del País Vasco. La
abuela del “cobalto” de Murillo, al lado de una ermita, para mí, representa el
pasado de Murillo y las aguas del Gállego, surcadas por las canoas, parece ser
que buscan el progreso, camino de Zaragoza.
Se ven las llanuras de Ayerbe,
desde Agüero, Murillo, Marcuello y Loarre. Era Ayerbe la capital del Reino de
los Mallos. Desde este pueblo hay una carretera por la que se va, pasando por
Biscarrués, a Fuencalderas y a Biel, al lado de Navarra. Se nota un ambiente de
que Ayerbe iba a más, pero se ha quedado
fuera de la autopista que va por Sabiñánigo y la ha dejado aislada de
Pamplona. Por Erla y Egea de los Caballeros se llega a Sádaba, donde se alza un enorme Castillo y
desde este pueblo al navarro Carcastillo, la carretera es buena hasta la
provincia de Navarra, pero parece que a ésta no le interesa la comunicación con
las Cinco Villas aragonesas, porque su parte de carretera es mala. El Reino de los Mallos
quería imitar a Zaragoza, pero no puede salir de lo viejo más que de lo
antiguo. Quedan los brujos de San Felices, las brujas de Salinas de Jaca, con
las que convivió mi viejo amigo Sebastián Grasa y queda el recuerdo del
Saltamontes de Murillo, pero el progreso de Zaragoza y de Navarra, que tiene el
terreno de Pitilla de Aragón en las Cinco Villas y que en tiempos pasados hablaron
el vasco, lo evitan los modernos gobiernos, que pueden decirse demócratas, pero
olvidan la belleza del Reino de los Mallos y de su capital Ayerbe, en que vivió Ramón y
Cajal y que es un lugar que nos comunicaría con el pueblo navarro, que de sus
pantanos saca agua para todas sus comarcas, para beber sus habitantes y para
industrializar las diversas zonas de Navarra.
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