En la calle Escuer, que desde la de Miguel Servet,
sube a la calle Mayor, a su izquierda y en sus principios se
encuentra una casa de estilo aragonés. Es de ladrillo “caravista” y en su parte
alta, debajo del alero se encuentran
unas ventanas arqueadas, que ocupan unas al lado de las otras, toda la fachada.
No abundan en Almudévar edificios de este estilo, como por ejemplo se pueden
ver abundantes en el pueblo de Fonz. Esta fachada es de un estilo perfecto,
pero está alterada por la colocación, hace ya muchos años de un balcón, que
parece ser se empezaron a usar en el siglo XVIII. Por eso convendría conservar este edificio,
para que la historia aragonesa de Almudévar,
igualmente se conservara y se cultivara, en una época en que parece ser
que la industria ha encontrado asiento en dicha Villa.
Un día observé como un hombre,
acompañado de niños, se despedía de una señora, que vive frente a la casa
citada y manifestaba una nostalgia enorme al recordar los tiempos, que su
familia había pasado en aquella casa aragonesa, de la que eran dueños en aquel
entonces. Le pregunté por esa familia a
la señora, vecina de Almudévar y que la
despedía. Me dijo que eran una buena gente y que se marcharon a Cataluña porque
en Almudévar no había trabajo; se vendieron la casa y se quedaron a vivir en
Cataluña. Pero en ellos se lee el amor que le tienen a la villa que tuvieron
que dejar, como se lee el amor que se tienen las palomas, observándolas en la
parte alta de la casa. Esas palomas, como los emigrados, se quejan de la
ausencia demasiado larga de uno de los miembros de la pareja. No hacen los
hombres arrullos como el palomo macho, que hace jru-jrú o jru-jruá cuando echa
de menos la presencia de su pareja, pero se les ve llorar en lo profundo de su
alma, cuando vienen, ¡tan pocas veces!,
a Almudévar. Se ve y se oye a las
parejas, arrullar con notas sordas y
guturales, que suenan “makuhuhurú” y giran los machos alrededor de su hembra y sacuden su cabeza,
como movidos por el amor que sienten por la que va a ser madre de sus hijos.
Cuando el macho ya tiene conquistada a la paloma, se hacen caricias entrañables
y cuando se verifica su amor, corren los palomos orgullosamente de un lado para
otro y echan a volar, jugueteando en el aire y cuando vuelven al palomar, que
hay detrás de la casa aragonesa, asean pulcramente su plumaje, usando para ello
sus picos.
Y van pasando distintas
generaciones de palomas, unas detrás de otras, como también pasan, pero más
lentamente las vidas de aquellos saputos, que se fueron a Barcelona. Los
palomos lo pasan bien en la casa aragonesa de Almudévar, pero aquella familia,
que tanto me impresionó, habrá pasado por momentos agradables y
desagradables, pero siempre ha estado
añorando los años que vivió en la Villa de Almudévar.
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