La Vida me va resultando como un espectáculo
en el que ya de niño veía a mi maestro revestido con un guardapolvo, con sus
gruesas gafas y su boina, que casi nunca se quitaba y luego con otros niños
hacíamos barro orinándonos en la tierra y creábamos huertos imaginarios.
Empezaba a ver la vida en los
“cucos” que envolvía en un pañuelo, en
la burreta torda de mi casa y de la que todavía guardo su pesebre y en mis
compañeros de la Escuela de Siétamo y empecé a ver la muerte, al enseñarme el
cuerpo de un muchacho que se agarró a un camión con su bicicleta y lo aplastó.
Estaban los fieles dentro de la iglesia y el difunto dentro de su fúnebre caja,
bajo los arcos de la Lonja y un joven, ante mi curiosidad, la abrió y una moza
me levantó y vi su figura yerta, pero
bella.
De estas
contemplaciones de hechos cotidianos o, según Unamuno “intrahistóricos”, antes
de cumplir los seis años pasé en un instante
a verme introducido en los hechos históricos de la Guerra Civil. Un día,
que sería del mes de Julio o de Agosto, un cañonazo sonó cerca de mí y a
continuación no cesaron de oírse los tiros de los fusiles y los traqueteos de
las ametralladoras.
A mi padre le
pidieron las llaves del sótano del Palacio del Conde de Aranda, para meter en
ellos a los detenidos, pero mi padre se negó porque aquel lugar le parecía
tenebroso y cruel. Luego el jefe de la zona le dijo que se fuera a Huesca con
su familia y tuvo que ir por la provincia de Huesca hasta Zuriza, con intención
de pasar a Francia. No hizo falta tal emigración, pero me acuerdo de cómo
otros, por ejemplo Pablo Neruda hizo viajes más atractivos y más curiosos por
todo el mundo.
Cien años se
han cumplido del nacimiento de este poeta y cerca de setenta hace que fui con
mi familia en peregrinación por Huesca, Jaca, Ansó y Zuriza.
Por aquellos
años de mil novecientos treinta y cuatro
estaba Neruda en Madrid,
donde parecía que el ambiente olía a una próxima
Guerra Civil, que cuando llegó,
le hizo escribir: ”Creo que esa época va a ser revalorizada históricamente en
forma independiente a las pasiones políticas. Y va a asumir una categoría que
hasta ahora no se reconoce…porque tuvo tales dimensiones que fueron
…sumergidas en la sangrienta guerra que
conocemos, que naturalmente los españoles todavía no se han detenido en el examen de sus pérdidas y de sus valores”.
Los hechos que
durante ella ocurrieron, tocaron su corazón de poeta, lo que le llevó a repetirse: ”Creo que esa época va a ser
revalorizada históricamente en forma independiente a las pasiones políticas” y
se dio cuenta de que España podía “sentirse orgullosa de aquella época” del 27
y sintió el dolor de la muerte de aquel Miguel Hernández que “hasta entonces
era un genial aprendiz de poeta”; tuvo que llorar la muerte de Federico García
Lorca, que ”era uno de los poetas más extraordinarios...en que está unida
toda vida física y la biológica con los
menesteres del alma y de la poesía”.
El concepto que
Neruda tenía de España iba unido a su amistad con sus poetas y no es un
recuerdo como el que aparece en 1935, cuando
publicó su obra: Residencia en la
Tierra, en la que escribe las experiencias que había vivido en sus misiones
diplomáticas en Ceilán, Birmania y
llegando a ser cónsul en Colombo y en Singapur. El mundo musulmán y el hindú le
inspiraron versos que recuerdan la geometría musulmana, a la que podemos admirar contemplando los
mosaicos de sus mezquitas, incluidos los mudéjares que están revistiendo
algunas capillas de nuestra catedral
oscense.
Neruda, al
escribir su memorial de la Isla Negra, hace un canto al “desencanto” de todo lo
humano, deja sólo la ilusión de los árboles, los ruidos que producen los
insectos en la selva y el ruido inmenso de la naturaleza, lo que hace que en él
no permanezca la verdad del hombre y no mezcla “la vida física y la biológica
con los menesteres del alma y de la poesía”, como él mismo escribió que hacía
García Lorca. El recuerda las batallas de los indios chilenos o araucanos y le
lleva a cantar la gloria de Alonso de Ercilla, pero se abstiene de cantar la
gloria del vencedor español y canta el heroísmo de los araucanos. Y Neruda se
concentra en la recolección de todas las cosas que encuentra y de otras que pierde, como yo al ensuciar mi
pañuelo aquel insecto con su “sangre “ de color verde, tiré dicho pañuelo, pero
un segador, un hombre íntegro, me lo
trajo luego a mi casa. Yo en las más cercanas salidas de mi pueblo, recogía
también “esquilas con su cañabla”, caracolas, botes de farmacia, insectos,
aparejos de caballerías, candiles de aceite y abarcas. Pero Neruda además se
recogía lupas, mascarones de proa, vajilla procedente de bares y de tabernas,
etc, etc, que exhibía en sus residencias, como en la de la Isla Negra, donde se
oyen y se ven las olas poderosas del Océano Pacífico. Allí contemplaba sus
objetos, lo que tal vez le impedía subirse a hablar con el Creador. En los
libros de Neruda de los que dispongo, trata poco del hombre y mucho de las
mujeres, recordando sus contactos con ellas, con versos como estos: ”Cuerpo de mujer,
blancas colinas, muslos blancos,-te pareces al mundo en tu actitud de entrega”.
El nombra el alma de García Lorca, pero no recuerda demasiado el alma humana.
Tampoco cita mucho a los animales, pero canta a la madera, al fuego, a la
lluvia, al aire, al tomate, a la zanahoria y a la alcachofa, en la que ve las
formas humanas de un guerrero.
Yo desde mi
casa de Siétamo veo Fraixinito o Fraxineto, el pico y el tozal de Guara, que
nos separan el Somontano de la Montaña y tengo, como Neruda colgadas las abarcas,
los cepos y los hierros del caldero del hogar, donde los campesinos se unían
alrededor del fuego y contaban sus trabajos y sus aventuras con el uso de los
cepos. También entre mis recuerdos cuentan los de mi hermano el marino, como
mapas y cartularios.
Pero el poeta
tenía el inconveniente de que su padre le era hostil y tal circunstancia le
llevó a cambiarse el apellido paterno de Reyes por el del escritor checo Neruda
Neruda, al
llegar el ocaso se asomaba hacia el océano y hacia los Andes y veía el
grandioso espectáculo del crepúsculo: ”grandiosos hacinamientos de colores, repartos de luz,
abanicos inmensos de anaranjado y escarlata”.¿No tendría Neruda algún proceso
psicológico, al ver tales maravillas, que lo llevaría a olvidarse de su padre y
de su apellido?.El poema diez de su obra Veinte poemas de amor y una canción
desesperada, en su final dice hablando del crepúsculo: ”siempre, siempre te alejas en las
tardes-hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”, como si ese
crepúsculo le borrase la idea de Dios.
Hay
quien asemeja a Neruda con Picaso, pues
ambos dedicaron parte de su arte a Stalin; Neruda le cantó con su poesía y
Picaso le ofreció un retrato. Ambos fueron premiados con el premio de la Paz,
en la Unión Soviética.
Neruda tuvo un compromiso político con el paraíso
comunista y esa poesía política es lo peor de la obra de Neruda. Aquel hombre
tan poético en sus cosmologías se torna vulgar y pasado de tiempo en sus
panfletos, que él querría convertir en divinos.
No hizo
como Sartre, también comunista que al estar próximo a su muerte, escribió: ”He
luchado denodadamente por un mundo en el que no me gustaría ser ciudadano”,
pero Neruda dio un nuevo cambio, volviendo a la poesía dedicada a los objetos
corrientes, a esas vulgares cosas que tienen, muchas veces, la virtud de
devolver la alegría perdida.
Pero
siempre me acordaré del poema número veinte, que dice así: : “Puedo escribir
los versos más tristes esta noche.-Escribir, por ejemplo: “La noche está
estrellada,- y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.-El viento de la noche
gira en el cielo y canta.-Puedo escribir los versos más tristes esta noche.-Yo
la quise, y a veces ella también me quiso.”
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