viernes, 10 de abril de 2020

El regreso de Silano y el de tantos “Senders”.



Cuando Edelmiro regresó a su pueblo, donde ya no le quedaban parientes, lo hizo sólo por una atracción nostálgica, pero sin ninguna intención de pasarles por las narices a sus paisanos, los triunfos económicos que había logrado. Como no tenía casa a la que acudir, se dirigió al bar del Casino, donde con ánimo de entablar conversación con sus viejos conocidos, los invitó a tomar unas copas. Más le hubiera valido no volver a su pueblo, pues alguien empezó a ironizar sobre sus antepasados; luego siguieron los insultos y no recuerdo si a última hora lo “mallaron” a palos, y digo no recuerdo, porque ya hace bastante tiempo que leí el relato de Sender, que trata sobre estos vituperios y que tituló “El regreso de Edelmiro”. Allí en el Casino pasaron una noche, negra de por sí, pero que estuvo a punto de convertirse en una muerte todavía más negra de Edelmiro. Llegó éste con los sentimientos más humanos que puede sentir el hombre ante el recuerdo de su niñez, con sus padres, sus amigos y el agua de la fuente (a la que tantas veces fue a buscar agua con su botijo), que le hacían sentirse hermano de los vecinos.  Al enterarse de la llegada de Edelmiro, se reunieron en el bar unos veinte vecinos,  a los que recordaba  y sentía como hermanos. Pero poco a poco se fue desmoronando el recuerdo de los  mutuos  días de infancia, porque algunos, sentían tal vez envidia de encontrar a aquel modesto  niño, convertido en un hombre próspero, con un pasado miserable, un comportamiento  reprobable con los míseros individuos, con los  que trataba en América. Alguno, influido por su borrachera que estaba satisfaciendo Edelmiro, le recordaba su pasado bastardo. Aquella borrachera, acabó con la agresión física al que antes sentían amigo y luego  enemigo. Este   ”enemigo” todavía hacía enormes esfuerzos para hacer justa la salvaje actitud de los aldeanos.  Pensaba Edelmiro:  “estos paisanos son buena gente, pero ignorantes y sin educación; esa falta de educación los hace torpes y lerdos” y “la pobreza les da mala leche”. Aquella sublevación de los hombres contra un comportamiento de convivencia con el pobre compañero que había prosperado, medio en serio, medio en broma, lo lanzaron al río desde el puente y estuvieron a punto de matarlo.
El mismo Sender, al recordar ese espectáculo, como los millones de ellos que se produjeron en la Guerra Civil, “califica de una deformación monstruosa de lo que escribí”. Se daba cuenta de que aquel espectáculo resultaba “ofensivo para mí,  para el público y especialmente para los campesinos de las aldeas aragonesas”.
El escritor describe todo lo que ve en este mundo y al mismo tiempo parece sentirse culpable de lo que estaba ocurriendo en este mundo injusto y se acuerda de los campesinos que tanto había amado en su niñez, en aquella España, que lo convertiría en un casi “eterno emigrante”.   
 Hay que excusar a Ramón J. Sender de que escribiera la Pasión de Edelmiro, porque ya dijo que aquellos antiguos compañeros eran analfabetos, sin educación y el alcohol les iluminaba sus oscuros cerebros. El mismo Sender se sintió en algún momento anarquista y luego comunista. El  no era analfabeto pero vivía los problemas de la humanidad y quería darles solución. Pero se equivocó, porque al acabar la Guerra Civil, en lugar de marcharse a Rusia, Paraíso de los Comunistas, se fue a México y a los pocos años, se subió a los Estados Unidos. Fue casi toda su vida un desterrado, aunque en este caso en un país capitalista. Se le marchó a su padre, que le daba trabajo en el periódico La Tierra, del que mi padre era socio. Todavía me queda alguna goma de borrar, que muchos años después de la Guerra Civil, un día trajo mi padre a casa, después de liquidar la empresa propietaria de La Tierra y que hacía muchos años que no funcionaba. Esas gomas no las he empleado nunca, pero me las miro como un recuerdo del “desterrado permanente”. Debí borrar la estancia de Sender en Huesca, luego en Zaragoza, más tarde en Madrid y después de borrar no con las gomas de la Imprenta La Tierra, sino con mi memoria. Fue llamado a la guerra de  Africa y tuvo que aguantar el sol de Aragón y después el marroquí, para después borrar su estancia en Marruecos.  Murió su esposa y llevó a sus hijos a Francia, donde se quedaron con algún espíritu caritativo, supongo que él mismo tendría que borrar el cariño de los hijos de su cuerpo y de su alma, porque yo no los borré con aquellas pobres gomas, con las que compensaron a mi padre por la pérdida de la  Imprenta La Tierra de Huesca. Yo creo que  ese abandono, pero yo lo ignoro, se debió de criticar más que del que escribió del comportamiento de los aldeanos, viejos paisanos de Sender en el Regreso de Edelmiro. Dicen que se casó otra vez  y al parecer abandonó a su familia, como abandonaba todo el mundo. Me parece que ya no me deben quedar gomas de la Imprenta de La Tierra. Aunque los Estados Unidos le debieron impresionar bastante, pues allí estuvo muchos años. Por lo visto se acordaba de unas ardillas que vio en Tauste y se encontró con otras en un parque americano. A pesar de su acercamiento al anarquismo y de su dramática experiencia con el comunismo, sintió el dolor de descubrir en él, una miseria  burocrática que le  axfisiaba y que le hizo detener su huida,  emigrando a Rusia. Por lo visto algo así les pasó a los líderes comunistas, después de la Guerra Mundial, en que aquellos poderosos líderes, hartos de dinero y de buena vida, deshicieron su doctrina en Rusia. Por lo visto en este mundo todo consiste en emigrar de   unas tierras a otras, de unas ideas a otras  y en muchos casos volver a los orígenes de uno, donde ya o no se acuerdan de ese uno o lo desprecian.
Yo también tuve que emigrar, cuando llegó la Guerra Civil, huyendo, acompañado por mis padres, mi abuela materna Agustina Lafarga, viuda de Zamora, de su hermana Rosa, de mi padre y de mi madre, además de mis otros cuatro hermanos y dos hermanas a Huesca capital de la provincia. De allí escapamos a Jaca y después de aguantar los bombardeos, subimos a Ansó, esperando subir a la frontera para pasar a Francia. Aquí también podía haber aprovechado para utilizar las gomas de borrar de la Imprenta La Tierra, pero no lo hice.
Cuando volvimos, al acabar la Guerra Civil, pasamos unos días entre las ruinas de la Iglesia, de las viviendas y de los pajares. Yo me entretenía con Rafael Bruis y con Antoñito del Herrero, en coger balines de ametralladora y de fusil y de registrar las casas tumbadas en el suelo, a ver si encontrábamos algún objeto que sirviera de recuerdo, pero sólo encontramos en una pared una vieja pistola, por lo visto de época anterior a las de dicha Guerra. Algunos habían muerto, pues en la Iglesia hay una lista en un mármol de treinta y siete vecinos de Siétamo,  fusilados por los rojos. Claro es que faltan otros tantos que fueron igualmente fusilados por los nacionales y no recordaron sus nombres en el mármol.  Pero fueron muchos más los muertos en aquella salvaje guerra, cuyos cuerpos yacían por el monte, sirviendo de alimento a los negros cuervos, como relata el difunto Don Jesús Vallés Almudévar, al que fusilaron a su madre y a su hermano en Fañanás. Al ser tomado por los republicanos y por los “rojos”, vino a Siétamo a ver las ruinas producidas por la aviación y por los cañonazos, que se oían desde Fañanás.
Muchos se alojaron en casas medio derribadas, otros ya no volvieron y muchos se marcharon. Yo me acuerdo de Silano, de Trullenque y de Gerásimo,  hijo del herrero que iba con grandes gafas y con un corazón todavía mayor. Silano se casó con una joven de Aniés y se fue a vivir a una Torre agrícola de L.érida. Volvieron alguna vez por Siétamo y Trullenque la noche de los santos Fabián y Sebastián, lo vi bailando emocionado y  pisando las  brasas de la hoguera que encendían en honor de tales santos. Me enteré de que se había muerto en un accidente de tractor
El amigo  Silano  del que yo escribo era uno de tantos, que amantes de su tierra, tuvieron que ir por el mundo a buscarse el sustento. Parece ser que encontró trabajo en el Servicio Nacional del Trigo, que se lo buscó Arnal de Castejón de Arbaniés.
Sender fue un desterrado permanente y conoció mejor que yo a los desterrados y a los que permanecieron en sus pueblos. Pero  a pesar de esa diferencia entre la experiencia de Sender y la mía, he entrado en un bar a uno de Siétamo que había emigrado del pueblo  y había venido para recordar sus orígenes, pagó los almuerzos de todos los comensales de la zona.
 Uno de ellos ironizó sobre el generoso comportamiento del que estaba lleno de felicidad, por estar visitando el pueblo en el que tanto había trabajado. Y se puso a presumir de  que ya iban a ser varias las ocasiones en que no había tenido que pagar sus almuerzos. Todos se reían, pero si el que había pagado, no se hubiera marchado, tal vez se hubiese creado un clima desagradable. En esa ocasión se hubiera convertido en una incomprensión hacia aquellos que regresan, como se creó cuando fue Edelmiro el que regresó a su pueblo.
Sender ya recomendaba que nadie debe regresar al lugar del que  salió y menos, si de donde vuelve es de un exilio. Sender tuvo uno de los exilios más prolongados en la historia moderna. Estuvo muy joven en Marruecos, donde recibía los rayos del sol igual que los de su tierra aragonesa. Pero más tarde sus simpatías anarquistas y su aproximación al comunismo, lo convirtieron no en un desterrado por el sol,  sino por la UTOPIA, que lo hacía acercarse con más vulgaridad a los mundos irreales, más que al sol aragonés y moruno, que  todavía sigue lanzando sus rayos solares. Después de este exilio comunista, llegó el exilio americano, que Sender después de ser amigo del anarquismo y  de creencias comunistas, vivió un exilio de unos cuarenta años en un País Capitalista, al que tanto había criticado.
Le acusaron de ser un pobre filísofo, pero pocos tienen la huella tan clara del interés por lo esencial, como el viaje en el cometa de aquel muchacho de Monte Odina y es curioso ver como le preocupa lo existencial, su sensibilidad y su inquietud por los pensamientos religiosos. Dice en un artículo sobre Sender que su obra es un  enredo y está intentando resolverlo con un hilo que le sacará la verdad.
Si la vida es un lío, porque desde siempre ha emigrado el hombre y hoy en día ¡cuántos  jóvenes con carrera están marchándose de España!. ¡Ustedes que opinan ,que vuelvan o que no lo hagan!. Total volver para ser recibido como Edelmiro en su pueblo y como Silano, Trulenque y Gerásimo, no se sabe si merece la pena.

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