jueves, 9 de abril de 2020

Luis Puyuelo y las Fiestas de Siétamo.-


      
                                               
El día dieciocho de diciembre del año dos mil ocho, a dos días de la llegada del invierno de este año  2.009, el Ayuntamiento de Siétamo, le hizo un homenaje a Don José Cardús y mi hijo Manolo sacó una fotografía en que aparece mi esposa entre Vicente Benedé y Luis Puyuelo. Me enseñó la foto el mismo día en que Luis  Puyuelo  se marchó de este mundo,  concretamente de la Villa de Siétamo.
El día en que murió Luis, el veinte de Marzo del año dos mil nueve, es el día en que comienza la Primavera y parece que en tal día no podía hacer otra cosa que sonreír. Así parece sonriendo en la fotografía, con rostro  optimista  y bien dotado de buen color, sobre su cuerpo recio y fuerte. Coincidía esta descripción con la afirmación, que hizo la señora Dolores de Avelino, tía de Luis, de que su edad era toda de hierro.
Si su salud era toda férrea, su corazón era tierno y por tanto tenía una atracción especial por las niñas y por los niños, que desde todo el pueblo de Siétamo acudían a sus llamadas, cuando llegaban las fiestas, igual mayores que pequeñas. Cuando se comenzaban a preparar esas fiestas, ya se lo veía, acompañado por sus amigos, ir casa por casa con la “servilla”, en la que depositaba el dinero que recogía, para pagar los gastos que se originaban con la celebración de los bailes, de los cantos de Jota, de los juegos infantiles, de carreras o de cucañas. Allí en la Plaza, que se encuentra detrás del Ayuntamiento, lo veías repartir a los niños y niñas los juguetes infantiles, que habían obtenido como premios  en  las carreras o en otra clase de juegos. Cuando acababan estos, se dedicaban a imponer a los triunfadores, las medallas, igual que se imponen en los Juegos Olímpicos. Repartía la felicidad  entre  los infanticos, mientras él se sentía también feliz.
Pero no sólo se entregaba al bienestar de la infancia en las Fiestas del Pueblo, sino que cuando llegaban los Reyes Magos, colaboraba en crear y adornar la Carroza, en la que se acercaban a los balcones del Ayuntamiento a entregar los juguetes que los niños  habían  pedido.
En las procesiones, siempre silencioso, llevaba los faroles acompañado por Domingo Borruel y Pedro José Grasa, como aquel que cree en un mundo eterno y con alabanza al Señor, exhibiendo los faroles, recordaba a los que veían la procesión, que tenemos que subir algún día al cielo. El sacerdote en la Misa ha tenido un recuerdo de agradecimiento a Luis, porque ha dicho que cuando necesitaba alguna ayuda, allí estaba . Efectivamente, yo me acuerdo de cuando con su tío  Ramonito  colocaban en la torre de la Iglesia, los adornos propios de la Navidad.
Pero no se puede uno olvidar de la tarea que ha desempeñado en el Club de San Pedro Mártir, creado para la distracción y ahorro económico de los bolsillos de los hijos de Siétamo. Allíi siempre estaba sirviendo a todo el que llegaba y cobraba unos precios tan bajos, que parecían obsequios. Allí jugaba con los socios a las cartas y cuando lo llamaban se veía obligado a abandonar el juego. Daban almuerzos a los que muchas veces acudían vecinos de Arbaniés. Hace poco tiempo mataron un cochino del que me dieron a probar un bocado de sabrosa longaniza. Vicentico en el entierro de Luis, se acordaba de él, porque entre ambos hicieron “montones” de chorizos y de longanizas. ¡Cómo se ponían los que acudían al fuego, que encendían en la era de Sipán, que no paraban de probar bocados de carne asada, mientras Luis sudaba y yo no sé si pasaba gana!.
Llamaba, por otra parte, la atención de los sietamenses y de los oscenses, su afición al deporte del ciclismo. Con mucha frecuencia se le veía salir de su casa de la Calle Alta, vestido de ciclista y se montaba en una bicicleta limpia como el oro. De allí partía pedaleando hacia Huesca, donde participaba con otros miembros del club Ciclista, unas veces en excursiones y otras en competiciones. Se ha visto el sentimiento que ha causado su muerte entre los ciclistas de la capital oscense, tan deportistas  y tan nobles, que han acudido en un autobús al entierro en la Parroquia de Siétamo, a la que él tanto asistía.
Luis nació en silencio, vivió silencioso y ha muerto callado, pero acompañado de numerosos parientes y amigos. De todos ellos quiero destacar a su tío Ramón o Ramonito, nombre que tanto le gustaba al buen Luis. Quiero señalarlo como representante de la larga familia de Puyuelos, entre los que se encontraba su padre, que lo fue también de Carmen, la célebre Comadrona y de otros varios hermanos, que convierten a los Puyuelos, en la familia más numerosa de Siétamo. Era también hermano del ya difunto don Ramón Puyuelo, el padre de la señora Pilar, madre de Luis, al que tanto amó, pues me he acordado de que cuando marchaba Luis con su coche a trabajar a Huesca, ella se ponía en las escaleras que tiene delante del Ayuntamiento,  y se miraba el nombrado coche de su hijo marchar por la carretera, hasta que desaparecía en el horizonte.
 Era también muy amigo de Rafael, casado con una hija de Avelino, llamada Pepitina, prima de Luis Puyuelo. Es Rafael esposo hombre con vocación de hortelano y Pepitina con sus tres hermanas, han sido las que han amado a su madre, que se ha marchado al otro mundo gozando de una vida feliz. Siempre ha sido paseada por el pueblo de Siétamo, siempre feliz, que muchas veces  paraba la silla en que la paseaba delante de mi esposa y Pepitina  le daba y le pedía conversación y le manifestaba el placer que sentía de pasearla a sus cerca de cien años por las calles de Siétamo.
Era una gran familia, pero no era solamente apreciado por su familia, sino también por muchos compañeros suyos con los que había trabajado junto con ellos en los talleres de Huesca, que acudieron en un autobús a su entierro.
A los colaboradores de Luis en el desarrollo de las Fiestas, les pido que se acuerden de su espíritu y que mantengan la ilusión de los niños en los festejos, porque él ya ha conseguido el fruto de aquella oración que reza: “Santa Ana, buena muerte y poca cama”.

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