El día dieciocho de diciembre del
año dos mil ocho, a dos días de la llegada del invierno de este año 2.009, el Ayuntamiento de Siétamo, le hizo un
homenaje a Don José Cardús y mi hijo Manolo sacó una fotografía en que aparece
mi esposa entre Vicente Benedé y Luis Puyuelo. Me enseñó la foto el mismo día
en que Luis Puyuelo se marchó de este mundo, concretamente de la Villa de Siétamo.
El día en que murió Luis, el
veinte de Marzo del año dos mil nueve, es el día en que comienza la Primavera y
parece que en tal día no podía hacer otra cosa que sonreír. Así parece
sonriendo en la fotografía, con rostro optimista y bien dotado de buen color, sobre su cuerpo
recio y fuerte. Coincidía esta descripción con la afirmación, que hizo la
señora Dolores de Avelino, tía de Luis, de que su edad era toda de hierro.
Si su salud era toda férrea, su
corazón era tierno y por tanto tenía una atracción especial por las niñas y por
los niños, que desde todo el pueblo de Siétamo acudían a sus llamadas, cuando
llegaban las fiestas, igual mayores que pequeñas. Cuando se comenzaban a
preparar esas fiestas, ya se lo veía, acompañado por sus amigos, ir casa por
casa con la “servilla”, en la que depositaba el dinero que recogía, para pagar
los gastos que se originaban con la celebración de los bailes, de los cantos de
Jota, de los juegos infantiles, de carreras o de cucañas. Allí en la Plaza, que
se encuentra detrás del Ayuntamiento, lo veías repartir a los niños y niñas los
juguetes infantiles, que habían obtenido como premios en las
carreras o en otra clase de juegos. Cuando acababan estos, se dedicaban a
imponer a los triunfadores, las medallas, igual que se imponen en los Juegos
Olímpicos. Repartía la felicidad entre
los infanticos, mientras él se sentía también feliz.
Pero no sólo se entregaba al
bienestar de la infancia en las Fiestas del Pueblo, sino que cuando llegaban
los Reyes Magos, colaboraba en crear y adornar la Carroza, en la que se
acercaban a los balcones del Ayuntamiento a entregar los juguetes que los niños
habían
pedido.
En las procesiones, siempre
silencioso, llevaba los faroles acompañado por Domingo Borruel y Pedro José
Grasa, como aquel que cree en un mundo eterno y con alabanza al Señor,
exhibiendo los faroles, recordaba a los que veían la procesión, que tenemos que
subir algún día al cielo. El sacerdote en la Misa ha tenido un recuerdo de
agradecimiento a Luis, porque ha dicho que cuando necesitaba alguna ayuda, allí
estaba . Efectivamente, yo me acuerdo de cuando con su tío Ramonito colocaban en la torre de la Iglesia, los
adornos propios de la Navidad.
Pero no se puede uno olvidar de
la tarea que ha desempeñado en el Club de San Pedro Mártir, creado para la
distracción y ahorro económico de los bolsillos de los hijos de Siétamo. Allíi
siempre estaba sirviendo a todo el que llegaba y cobraba unos precios tan
bajos, que parecían obsequios. Allí jugaba con los socios a las cartas y cuando
lo llamaban se veía obligado a abandonar el juego. Daban almuerzos a los que
muchas veces acudían vecinos de Arbaniés. Hace poco tiempo mataron un cochino
del que me dieron a probar un bocado de sabrosa longaniza. Vicentico en el
entierro de Luis, se acordaba de él, porque entre ambos hicieron “montones” de
chorizos y de longanizas. ¡Cómo se ponían los que acudían al fuego, que
encendían en la era de Sipán, que no paraban de probar bocados de carne asada, mientras
Luis sudaba y yo no sé si pasaba gana!.
Llamaba, por otra parte, la
atención de los sietamenses y de los oscenses, su afición al deporte del
ciclismo. Con mucha frecuencia se le veía salir de su casa de la Calle Alta,
vestido de ciclista y se montaba en una bicicleta limpia como el oro. De allí
partía pedaleando hacia Huesca, donde participaba con otros miembros del club
Ciclista, unas veces en excursiones y otras en competiciones. Se ha visto el
sentimiento que ha causado su muerte entre los ciclistas de la capital oscense,
tan deportistas y tan nobles, que han
acudido en un autobús al entierro en la Parroquia de Siétamo, a la que él tanto
asistía.
Luis nació en silencio, vivió
silencioso y ha muerto callado, pero acompañado de numerosos parientes y
amigos. De todos ellos quiero destacar a su tío Ramón o Ramonito, nombre que
tanto le gustaba al buen Luis. Quiero señalarlo como representante de la larga
familia de Puyuelos, entre los que se encontraba su padre, que lo fue también
de Carmen, la célebre Comadrona y de otros varios hermanos, que convierten a
los Puyuelos, en la familia más numerosa de Siétamo. Era también hermano del ya
difunto don Ramón Puyuelo, el padre de la señora Pilar, madre de Luis, al que
tanto amó, pues me he acordado de que cuando marchaba Luis con su coche a
trabajar a Huesca, ella se ponía en las escaleras que tiene delante del
Ayuntamiento, y se miraba el nombrado
coche de su hijo marchar por la carretera, hasta que desaparecía en el
horizonte.
Era también muy amigo de Rafael, casado con
una hija de Avelino, llamada Pepitina, prima de Luis Puyuelo. Es Rafael esposo
hombre con vocación de hortelano y Pepitina con sus tres hermanas, han sido las
que han amado a su madre, que se ha marchado al otro mundo gozando de una vida
feliz. Siempre ha sido paseada por el pueblo de Siétamo, siempre feliz, que
muchas veces paraba la silla en que la
paseaba delante de mi esposa y Pepitina
le daba y le pedía conversación y le manifestaba el placer que sentía de
pasearla a sus cerca de cien años por las calles de Siétamo.
Era una gran familia, pero no era
solamente apreciado por su familia, sino también por muchos compañeros suyos
con los que había trabajado junto con ellos en los talleres de Huesca, que
acudieron en un autobús a su entierro.
A los colaboradores de Luis en el
desarrollo de las Fiestas, les pido que se acuerden de su espíritu y que
mantengan la ilusión de los niños en los festejos, porque él ya ha conseguido
el fruto de aquella oración que reza: “Santa Ana, buena muerte y poca cama”.
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