sábado, 18 de abril de 2020

La terraza de casa Zamora, en Coscullano.


         
Coscullano (Huesca).

Lorenzo Zamora Blasco no necesitaba terraza para estudiar las vistas del Norte, del Sur, del Este y del Oeste, de Coscullano. No las necesitaba porque a la madrugada, unos días subía a la Sierra de Coscullano, que es la de Guara y veía los pinos que se elevaban hacia arriba, y unas veces hablaba con el pastor de las ovejas y otras veía el caudal del río Formiga, con cuyas aguas iba a llenar el terreno cercado  por el monte y la presa del Pantano de Calcón. A veces, caminaba o subía montado en una mula o en un tractor, para llegar al huerto, que regaba con las aguas de la Fuente de Siscal. Cuando circulaba hacia el Occidente, unas veces llevaba a los Molinos de Sipán olivas, para suministrar de aceite, a su esposa Aurita y a sus hijas Paz y Carmen. Un círculo de laderas, que hacían de murallas , le quitaban la vista del Sur, aunque no totalmente, porque cerca de la parte más sureña, se ve el pueblo de Arbaniés, debajo el de Castejón y todavía más abajo, cuando llega la noche, se dejan ver las luminosas farolas de Siétamo. Mientras tuvo Lorenzo fuerzas suficientes para cultivar el huerto, lo cultivó con cariño y con el agua de la Fuente, que acumulaba en una balsa. Se le acabó la fuerza y tuvo que recurrir a la terraza, que edificó hace años y que la aprovechó para observar el Norte, con el Pico de Guara, llenos de ovejas y de vacas de Fernando, al tiempo que juzgaba si vendría alguna tormenta, desde Nocito, a través de la Sierra. Otras veces se miraba hacia el Sur, para observar el pueblo, en que su hija se había casado con mi hijo Ignacio. Pero si miraba al Occidente, se acordaba de los entierros a los que siempre acudía y le hacían pensar, pues en el Camino de Arbaniés, me enseñó restos de tiempos pasados, de los que quedaban sólo algunos pequeños huesos humanos, que se habían guardado en la tierra de las márgenes.
Cuando miraba el huerto y el Pantano de Calcón, no los veía, porque la cadena de carrascales, le impedían ver las suertes que él, con sus vecinos de Coscullano, habían puesto en cultivo. Tampoco veía el huerto, con el que dio de comer tantos años a sus hijas. Pero hoy, su esposa Aurita y sus hijas, han puesto en riego de aspersión un pequeño  huerto, que les sigue suministrando judías y tomates.  Pero al mismo tiempo les hace recordar con un gran amor, a Lorenzo Zamora Blasco, esposo de Aurita,  padre de Paz y de Carmen y abuelo de Belén, con su eterna sonrisa.

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