sábado, 5 de diciembre de 2020

El carretero de Almudévar.-

 


El día 10 del húmedo mes de Abril del año 2.002, mi consuegro Rafael me llevó a ver a un antiguo fabricante de carros de Almudévar, que tiene sus orígenes en  Chimillas, de donde salió su abuelo llamado José Latorre Pallás, que se casó con doña Emilia Atarés Val, de casa Mola de la Villa de Almudévar, para dar a sus descendientes el carácter de Saputos o Sabios no en ciencias abstractas, sino en el manejo de la madera, con la que se dedicaron a montar carros, galeras, volquetes o “vulquetes”, como los llamamos en nuestra Fabla, pero entre estos carros los había como portadores de cubos de agua. No es extraño este detalle de ir a buscar agua, porque Almudévar siempre soñó con este elemento, ya que según dice Braulio Fonz en su magnífica obra “Vida de Pedro Saputo”, en esta Villa había muy pocas fuentes y ningún río, lo que hacía que el agua fuera escasa, tanto que no podían moler con molinos, que se levantan a orillas de los ríos, sino con molinos de viento.
Y ¿qué madera emplearían los fabricantes de aquellos molinos, de los que por desgracia, ya no queda  ninguno?. Supongo que la misma que usaron los carreteros para hacer las galeras y carros, pues como me dijo mi amigo José María Latorre, ya que por amigo lo tuve enseguida, por descubrir en su personalidad en escasos minutos de trato a un señor amigo, sabio o saputo y generoso, que la madera que empleaba era toda procedente de la comarca y comprobó sus palabras al mostrarme un eje de carro del siglo XVI, que es de carrasca y en ella misma están escritos los números romanos. Ese eje le salió al tirar una ventana. Conserva el brillo del roce de los cubos de las ruedas y una fortaleza casi metálica, y este eje que debe entrar cuando José María   desaparezca  de este mundo, en el que ha de vivir tantos años como su buena madre, la señora Eugenia, que ya tiene en estas fechas noventa y ocho, en el Museo Histórico de Almudévar, que se ha de hacer o preparar en uno de esos molinos de viento , que hay que recuperar, como se están recuperando las antiguas bodegas de la Corona y las de las Crucetas.
Han llegado unos tiempos en los que ya no se fabrican carros, sino automóviles, pero José María que ya está cobrando el retiro de aquellas nobles tareas, sigue trabajando la madera y uno se llena de emoción, al entrar en el patio de su casa, paso precedido por el caminar por el antiguo corral, hoy más bien jardín, donde están plantados un laurel, unas cepas trepadoras y unos rosales. Esas oliveras le recuerdan los viejos tiempos en que alguna vez acudía a coger olivas, para gastar aceite durante todo el año, en unión de sus familiares y ¡por qué no decirlo!, para alimentar los candiles con que se alumbraban los carreteros en sus talleres, en las horas que se llevaban la luz, o por las noches cuando esta luz escaseaba.
Estamos ya en el patio y vemos las puertas que en él se encuentran para dar acceso a otros locales, en los que en tiempos, en algunos de ellos, se encontrarían las cuadras y esas puertas de madera de pino de Huesca, labradas con viejos adornos, imitados de otros que todavía eran más antiguos y estas puertas tenían unas cerraduras , con picaportes ingeniosos, hechos a forja. En los lados del patio se encontraba un banco enorme, que  me  recordó  las cadieras que todavía yo conservo en mi pueblo, junto al hogar o  fogar  de mi casa ( Casa Almudévar). Tiene las esquinas o ángulos del techo adornados con madrera labrada y al subir por la escalera, en los lados, hasta las paredes están cubiertas por bello maderamen.
Y José María me invita a subir y me encuentro en un recibidor, presidido por un reloj de pared, como aquel que cantábamos de niños y que decía: “ mi  abuelito tenía un reloj de pared que compró cuando él nació, pero un día el reloj de tan viejo se paró y con él, mi abuelito se murió”. Y es que estos relojes no  traen  más que recuerdos, al mirarlos, porque su esfera y su péndulo están llenos de imágenes troqueladas y pintadas con jarrones y flores, que encienden los espíritus de estética o de belleza, como todos los objetos que José María fabrica.
 Y, al decir esto no puedo menos que acordarme de Antonio Bello, al leer lo que escribía:
“cuando empezaba a estar preocupado con la naturaleza del arte…creí ver la respuesta a este interrogante”.  Se trataba de una tribu de robustos salvajes en  una  danza….sólo bailaban de un modo frenético, al son de tambores incansables…Era el esfuerzo tan duro que aquellos hombres robustos…que por fin caían   exhaustos,  rendidos”. Y en estas palabras comprendí como José María entró en el arte, porque “Todo el enorme mundo del arte…tiene de común con la danza…el huir del trabajo como servidumbre… Puede  exhibirse  el  arte como una rebelión auténticamente humana : una reacción del hombre”. Y en el caso de los danzantes la reacción   tenía   lugar  contra el trabajo en las continuas expediciones de caza ,que les hacía buscar el arte y el descanso en la danza. En este caso de José María,  que  a  sus numerosos años de rudo trabajo con maderas duras como la carrasca, le ha nacido una danza del arte, que lo hace feliz. Si y lo hace feliz, porque también él hace felices a los hijos de su Villa, Almudévar, fabricándoles cientos de almudes, que son como “objetos parlantes” de su noble  escudo  y  del mío, pues acudí a la carretería a comprar otro nuevo, aunque tengo varios de los que se fabricaban en mi casa.
Y en el recibidor, presidido por el reloj de pared, se encuentra otro hermoso banco en el que apetece sentarse, para contemplar la tan trabajada caja o ménsula de madera de dos pisos, sobre el que reposa un hermoso y supongo que hace años, apagado brasero, pero que hace arder de entusiasmo artístico a José María.
Y por fin, nos introdujo en un gran salón-comedor, con una enorme mesa, frente a la cual se encontraba en la pared, una capilla ocupada por San Roque, con un mordisco o “mueso” de perro en la rodilla y el propio perro de como acompañante del santo. Pero  en  este comedor había multitud de obras de arte, que yo estando,  ya casi saturado de belleza, no puedo recordarlas todas.
Además estaba admirando tanto a San Roque, que José  María  abrió la puerta de la capilla y sacó un libro de cuentas  de aquellos que usaban en su taller, y hacía ya años y al mirarlo, vi una cuenta que ponía,  por celebrar una misa…tanto, por cantar en el coro…  tanto y así sucesivamente, lo cual me causó una impresión que me llenó de entusiasmo y de admiración por un taller y unos artesanos tan trabajadores y tan enamorados de la iglesia y de sus santos. Entonces me fijé, de repente, en dos iglesias de Almudévar, de una altura considerable, que José María había convertido en  dos  recuerdos de madera. ¡Impresionantes!.

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