Bajando de Pamplona a Zaragoza, después de pasada la Sierra, se llega a
una zona de polígonos industriales, que es la zona industrial de Tafalla.
Estamos en una comarca de clima submediterráneo y para contemplar dicha comarca
y las que le rodean, lo mejor es subir a Ujué, pueblo elevado, con una iglesia
–castillo con sus torres, que alberga una Colegiata. Con unos prismáticos se
observa todo el piedemonte de Tafalla-Olite y también se divisan las Bárdenas y
el Moncayo. Al bajar, yendo hacia la izquierda llegamos a Tafalla, donde no
soplaba el aire tan frío como en Ujué y allí me dio la impresión de haber
llegado a la capital de la Comarca por su clasicismo y por su desarrollo
industrial; éste lo comprobamos al bajar de Pamplona, pero su clasicismo lo
notamos al pasar por su gran Plaza, al lado de la carretera, un poco sobre ella
y a la que se sube por unas escasas escaleras. Subimos por ellas y contemplamos
los enormes porches o arcos que la rodean, cubriendo una calle con locales de
comercio, bares y garitas, donde vendían obsequios para niños. Me llamó la
atención un magnífico restaurante, en el que entré y la dueña en lugar de
distanciarme, me atendió maravillosamente, explicándome, como si de un museo de
categoría se trataran, los cuadros religiosos, todos ellos antiguos,
representando obispos e imágenes sagradas, otros del pasado siglo,
representando pianistas y compositores, que pendían de la pared, sobre pianos
con cola o sin cola y armonios, se veían esculturas, unas de carácter sagrado y
otras paganas. Al marcharme la felicité por poseer tal mundo artístico, pero
sobre todo me fui por no distraerla de su pesado trabajo. Fuera del cubierto de
los arcos paseaba acompañado de varias elegantes damas, un señor, vestido de
negro con un largo abrigo y, cosa extraña de no tratarse de Navarra, cubierto con una enorme y elegante boina,
porque más al Sur, ya por el Ebro, el cierzo, pasearía las boinas por el aire.
Daba la impresión de tratarse de un patriarca, que habría vivido siempre él y sus
antepasados en Tafalla. En el Restaurante vi unos cuadros de gallardos
carlistas también con grandes boinas, pero no totalmente negras, sino adornadas
con ciertos coloridos. Al ver tal signo de tradición y conservadurismo, me
acordé de otro hijo de la misma ciudad, también de gran tamaño corporal y sobre
todo espiritual, que fue un progresista entre los obispos españoles. Se trata
de Don Javier Osés Flamarique, enterrado en la Catedral de Huesca, donde
después de tanto tiempo muerto, todavía le ponen flores en su tumba. Hay
clasicismo en la Plaza y progresismo en la Casa, que se le ha levantado a la
juventud, para aglutinar toda clase de actividades. Al pasar por Navarra, queda
uno impresionado por el número incalculable de “navarrerías”, que uno contempla y
escucha.
La hermana que convivía con Don Javier, reside en Tafalla y éste
descansa en la Catedral de Huesca en una capilla, donde de un modo ordinario no
luce el sol, pero sin embargo en primavera, durante dos o tres días, observé
como brillaba el sol sobre su tumba, en cuya base todavía hay quien coloca
flores. Su alma sin embargo en lugar de recibir sol durante unos pocos
días, lo recibe eternamente. Otro día vi como dos de sus hermanas, que habrían
venido de Tafalla, estaban rezando en la capilla funeraria.
Ellas ya saben qué aunque no vengan, su hermano, desde Huesca y desde
el cielo, se acordará de ellas.
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