Amigo Ramón. Tu carta me llena de
alegría y al mismo tiempo de tristeza. Deja en mí un poso agridulce. Me llena
de satisfacción el que un hijo de mi pueblo, bautizado en la misma pila que yo,
como muy bien dices en tu carta, vibra conmigo al recordar el pasado de nuestro
pueblo y se alegra de ver las mejoras que nuestras gentes van introduciendo en
él.
Y esas inquietudes te honran,
¡Ramón!, porque son sentimientos totalmente espirituales en tu caso; son ajenos
a todo interés material, porque si bien tus hermanos tienen sus patrimonios, tú
no tienes en Siétamo lo que aquí llamamos intereses. ¡ Tu interés por tu patria
chica sí que es interesado!. Cuando las campanas de la iglesia parroquial de
Siétamo suenan tristes, aparece en la Plaza Mayor un autobús que viene de
Huesca y empiezan a bajar de él los sietamenses que viven en la capital, para
despedir eternamente a algún difunto, que se va del pueblo. Entre ellos baja
siempre Ramón Pisa. Este amor a tus paisanos lo has transmitido siempre a tus hijos, que siempre me saludan con
cariño. José María, hombre culto y
gerente de una prestigiosa editorial, me estimula a escribir una Historia de
Siétamo. Pero yo no soy un escritor, soy un modesto “escribidor”. Me gustaría
escribirla, pero se convertiría en un lanzamiento de incienso a nuestro común
pueblo, que tanto queremos tú y yo.
Tú y yo, de momento, ya nos hemos incensado mutuamente, como hacen
los curas cuando se intercambian el aroma del incienso con el botafumeiro. Pero
el incensario huele a entierro y por eso estoy triste, porque como tan
gráficamente dices en tu carta, las alabanzas tienen su hora. Pidamos como la señora Concheta, que Dios demore
muchos años tu hora y la mía y mientras tanto sigamos amando a nuestro pueblo,
nuestro Somontano, nuestro Altoaragón, aportando cada uno nuestro grano de
arena para su desarrollo y para la conservación de nuestra cultura y de
nuestros valores.
Un abrazo muy fuerte, ¡ Ramón!.
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