Baltasar del Alcázar en sus
versos a la cena habla de la morcilla como gran señora digna de veneración,
pero yo creo que todavía es más venerable “o tocino”, más señor y más digno de
veneración que la morcilla, porque al fin y al cabo ésta es un derivado del
cerdo, un subproducto, como ahora se dice, de los múltiples que del venerable
salen o más bien se sacan. Un mosen de pueblo desde su “predicadera” quería
ensalzar la grandeza de determinada Virgen y, como no alcanzaban sus cualidades
oratorias a lograrlo, y si, por otra parte, glosaba alguna cita latina
comprendía que el pueblo sencillo no iba a “apercazar” su contenido, no
encontró mejor solución que exclamar:” Mirad si la Virgen es perfecta que se
parece ‘a tocino’. La gente empezó a mirarse entre sí maliciosamente, a
carraspear y alguno más ortodoxo a poner mala cara, pero deshizo el hielo al
completar la frase : ”Se parece a “o tocino” porque no tiene “desperdicio”. Aquella
gente respiró profundo, sonrió relajada porque estaba escandalizada ante la
frase que incompleta resultaba irreverente, pero que a los más sencillos les
pareció acertadísima, porque en el plano de la espiritualidad, la Virgen era su
Madre y a nivel de supervivencia “ o tocino “era su padre ( ya estoy cayendo yo
mismo en otra falta de respeto, en este caso al pueblo). Si, “o tocino” era
padre putativo del pueblo, que a algunos les puede parecer una palabra fuerte,
pero que no lo es porque San José era el padre putativo del Niño Jesús, que
quiere decir que él lo mantenía, y ¿Quién me negará que muchos campesinos casi
no comían más carne que la que les procuraba el cerdo?. De aquí se deduce que
tan puerco animal tuviese un carácter caso mítico para las familias.
Se cuenta que en
cierta ocasión se provocó un incendio en una casa y acudieron todos los vecinos
al toque de fuego, provistos de pozales, que desde la fuente se iban pasando en
cadena, y uno de los hijos de la casa no paraba de llorar y de gritar: “o
tocino, o tocino”.No se acordaba en estos momentos ni de su padre ni de su
madre, ni de nadie, ya que su obsesión era ¡o tocino¡, sin duda porque de él
esperaba las tortetas, las morcillas, los chorizos, “a pizca y a chuleta” para
todo el año.
Hay que
comprender la preocupación del “mesache”, al
considerar que costaba dos Agostos engordar un cerdo decente y que había
que darle de comer todos los días. En primavera poco, porque entre otras
plantas florece la aliaga, y dicen que el hambre crece porque se han acabado
los frutos del otoño y todavía no ha llegado el grano del verano, ni las frutas
del otoño.
Pobre “misache”,
ya tenía motivos para llorar, porque había traído tantas plantas ya con su flor,
como el “abozo” hasta la “zolle” de su precioso “tocino”, así como las coles
subidas de los huertos y hasta yerba verde, segada en las cunetas.
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