El Rey le
contaba a Margarita un cuento y le decía que una gentil princesita, como
ella,tenía un rebaño de elefantes y para rebaño de elefantes el que ha
pasado hoy por los Porches de Huesca, en
fila india o africana, porque de elefantes africanos se trataba, reposados, solemnes,
filósofos y explotados, pues sus ebúrneos colmillos no tenían asiento en sus
mandíbulas. Sus naires o cuidadores provistos de garfios los acompañaban sin
necesidad de hacer uso de tales instrumentos y los automóviles, por una vez
respetuosos con la lentitud de los que preceden, iban desprendiendo gases más
mefíticos que los olores de los elefantes.
Antes por estos
Porches pasaban caballos, mulos, asnos y rebaños de cabras y de ovejas. Era lo
corriente, hoy los niños ven elefantes y camellos exóticos, pero dentro de poco
no conocerán a los hermanos del burro Platero ni a las cabras y chotos
portadores de enormes esquillones, para conocer a un Dumbo, a Baby, a Plutón y
a todas las marcas de coches extranjeros y a todas las especies de animales foráneos.
Los niños podrán
observar a esos animales exóticos, provenientes de todo el Mundo, pero tal vez
ya no echen de menos a los rebaños de ovejas, de cabras, tal vez tampoco puedan
contemplar a los asnos, como ya no pueden observar a las mulas y mulos, ni a
los bueyes porque están desapareciendo de las cuadras de nuestro campesinos,
porque sus cuadras ya está todas vacías de aquellos animales, tan trabajadores
y colaboradores de los agricultores de los pueblos, en tanto que sus cuadras,
ya están vacías y llenas de goteras, que nos hacen recordar con tristeza de
aquellos desaparecidos compañeros del trabajo de los hombres en sus campos.
Antes por los Porches
de Huesca, delante de los que tomaban su vermut, pasaban los Coches Funerarios,
que arrastraban los restos fúnebres de los difuntos, al Cementerio. Estos
coches eran arrastrados por caballos o mulas para conducir los cadáveres de los
difuntos al cementerio. En los Porches paraba un momento el conductor a las
mulas o caballos y el sacerdote acompañante rezaba una oración. El sacerdote se
retiraba ya a su casa, y el coche de los difuntos lo conducían desde allí al
cementerio.
Me acuerdo que
cuando el conductor de la carroza fúnebre dejaba de escuchar las oraciones del
sacerdote arreaba a sus mulas o caballos y estos se lanzaban rápidos al Cementerio.
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