Esa misma variabilidad que “da Naturalidad al
ambiente urbano de Graus”, enclavado con la cortesanía de su Plaza Mayor, con
la noble arquitectura adosada a la montaña de Santa María, con su paseo de
amplitudes de futuro, presidido por Costa por un lado y por San Miguel por
otro, enclavado digo urbanísticamente en una tierra de olivos típicamente
mediterránea, todavía en la puerta de los alpinos Pirineos, que por aquí
vierten sus caudalosas aguas, que tanto hicieron meditar a Costa y puerta semicerrada,
¿hasta cuando?, todavía a la “douce France”.
A sus ventanas se asomaron sus hombres y mujeres y
enmarcados por ellas vieron cuadros dinámicos de fiestas, de tristezas de
entierros, de alegrías de bautizos, de sucesos políticos y guerreros y algunos
evocarán con simpatía ocasiones como la feria de caballerías que el veintinueve
de Septiembre, san Miguel, se celebraban.
A Graus se desplazaban desde Huesca, Teruel y Zaragoza los
tratantes con sus blusas y sus barras; aquí cargados de billetes escondidos en
sus bragueteras, tetillas, fajas y faltriqueras, llegaban Fau, Castor,
Losfablos y León Belío, para comprar las bestias que de Chistau, de Chías, La
Fueva y Las Paules, bajaban los recriadores.
Compraba Roquefort de Zaragoza mulas enormes a Marcial
Ríos de Benasque y a Antonio Tramidad de Castejón de Sos. Era el mejor ganado
el que traían de esos pueblos y de el Run, el de Anciles y el de Eriste y hasta
llegaban de allá, de Vidaller, en tierras catalanas.
Los de Teruel, de tierra austera y fría compraban
los machos romos, burdéganos, burreños o burreros criados a su vez en tierras
duras de la Fueva.
Merodeaban en torno a bestias y a tratantes los
compradores, comisionistas, curiosos y gitanos, que se encargaban de endosar a
los ingenuos y a los pobres, las mulas más taradas por un aire o por el asma.
Había aquellos que ¡todo por la patria!, se llevaban por salvarla y “jorobaban”
a sus soldados las mulas bravas, resabiadas y traidoras, conocidas como “guitas”.
Caminaban acolados en reatas cientos de bestias con
su corte de mozos y tratantes aviados con alforjas y botas que paraban a los
escasos conductores de coches que pasaban, para darles un trago de buen vino.
Todo era fiesta, Graus era una fiesta y se llenaban
los hoteles de Lleyda y Samblancat, las fondas de Maella, Ainés y casa
Peperillo; se hospedaba la gente también en casas de particulares y dormían
incluso en los pesebres y pajeras. Llegaban las mujeres del amor, se llenaban
los cines y en alguno se veían hojas de parra
en los espectáculos de revista y varietés. Pero la carne reina no fue la
de mujer, sino la del ternasco, cuyas costillas asadas a la brasa se consumían
con fruición. Almorzaban, ya temprano, sopas de ajo o bacalao para empezar y
acababan con los clásicos huevos fritos con chorizo y longaniza o con tortilla
de patata. En las comidas eran reyes con las costillas de ternasco, los pollos
corraleros, sin hormonas, adornados con el color de los tomates y de los
pimientos.
Me contaba Carletes, que acompañó tratantes a lo
largo de su vida, todo lo que yo les he contado a ustedes.
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