jueves, 4 de junio de 2020

El marco de Graus.-


Si alguien mira, a través del marco de una ventana, al exterior, verá un paisaje, a veces rústico y a veces urbano. Si se trata de una vista campesina tendrá la oportunidad de observar la primavera, el verano, el otoño y el invierno y en lugar de disfrutar de un cuadro eternamente inamovible, el marco de su ventana le ofrecerá una naturaleza viva, en el vuelo de los pájaros, en el tremolar de las hojas de los árboles, en el correr de las aguas, al tiempo que escuchará trinos, susurros y rumores.

Esa misma variabilidad que “da Naturalidad al ambiente urbano de Graus”, enclavado con la cortesanía de su Plaza Mayor, con la noble arquitectura adosada a la montaña de Santa María, con su paseo de amplitudes de futuro, presidido por Costa por un lado y por San Miguel por otro, enclavado digo urbanísticamente en una tierra de olivos típicamente mediterránea, todavía en la puerta de los alpinos Pirineos, que por aquí vierten sus caudalosas aguas, que tanto hicieron meditar a Costa y puerta semicerrada, ¿hasta cuando?, todavía a la “douce France”.
A sus ventanas se asomaron sus hombres y mujeres y enmarcados por ellas vieron cuadros dinámicos de fiestas, de tristezas de entierros, de alegrías de bautizos, de sucesos políticos y guerreros y algunos evocarán con simpatía ocasiones como la feria de caballerías que el veintinueve de Septiembre, san Miguel, se celebraban.
A Graus se desplazaban desde Huesca, Teruel y Zaragoza los tratantes con sus blusas y sus barras; aquí cargados de billetes escondidos en sus bragueteras, tetillas, fajas y faltriqueras, llegaban Fau, Castor, Losfablos y León Belío, para comprar las bestias que de Chistau, de Chías, La Fueva y Las Paules, bajaban los recriadores.
Compraba Roquefort de Zaragoza mulas enormes a Marcial Ríos de Benasque y a Antonio Tramidad de Castejón de Sos. Era el mejor ganado el que traían de esos pueblos y de el Run, el de Anciles y el de Eriste y hasta llegaban de allá, de Vidaller, en tierras catalanas.
Los de Teruel, de tierra austera y fría compraban los machos romos, burdéganos, burreños o burreros criados a su vez en tierras duras de la Fueva.
Merodeaban en torno a bestias y a tratantes los compradores, comisionistas, curiosos y gitanos, que se encargaban de endosar a los ingenuos y a los pobres, las mulas más taradas por un aire o por el asma. Había aquellos que ¡todo por la patria!, se llevaban por salvarla y “jorobaban” a sus soldados las mulas bravas, resabiadas y traidoras, conocidas como “guitas”.
Caminaban acolados en reatas cientos de bestias con su corte de mozos y tratantes aviados con alforjas y botas que paraban a los escasos conductores de coches que pasaban, para darles un trago de buen vino.
Todo era fiesta, Graus era una fiesta y se llenaban los hoteles de Lleyda y Samblancat, las fondas de Maella, Ainés y casa Peperillo; se hospedaba la gente también en casas de particulares y dormían incluso en los pesebres y pajeras. Llegaban las mujeres del amor, se llenaban los cines y en alguno se veían hojas de parra  en los espectáculos de revista y varietés. Pero la carne reina no fue la de mujer, sino la del ternasco, cuyas costillas asadas a la brasa se consumían con fruición. Almorzaban, ya temprano, sopas de ajo o bacalao para empezar y acababan con los clásicos huevos fritos con chorizo y longaniza o con tortilla de patata. En las comidas eran reyes con las costillas de ternasco, los pollos corraleros, sin hormonas, adornados con el color de los tomates y de los pimientos.
Me contaba Carletes, que acompañó tratantes a lo largo de su vida, todo lo que yo les he contado a ustedes.

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