Tenía yo, cuando murió el señor
Jorge, veintisiete años de vida y me acuerdo de él con admiración y un gran
cariño. Había pasado la Guerra Civil desde el año de 1.936 hasta 1.939, años en
que se podía contemplar toda la Villa de Siétamo, convertida en una
miserable ruina humana y de iglesia, escuela, de viviendas, producida
por el odio, entre los republicanos y anarquistas, contra los sublevados, que
declararon la Guerra Civil. No fue el patriotismo el que declaró aquella lucha
inhumana, sino una política universal, que quiso contemplar a los pobres
españoles, asesinarse mutuamente. Hay varios recuerdos de aquella Guerra
inhumana, unos recordados por extranjeros del mundo, que escribieron las
noticias malvadas de sus voluntarios, en destruir a aquel pueblo sencillo de
los españoles. Otros de rusos que soñaban con su revolución, que querían
prepararla por todo el Mundo. Otras tropas alemanas que soñaban con crear otra
forma de revolución, que llegó a ser combatida por los europeos, ingleses y
americanos. Y mientras tanto los españoles forzados a matarse unos a otros, no
por su bienestar, sino por un Mundo, que aspiraba
a ser gobernados
por unos, los nazis y otros por los comunistas rusos.
¡Qué destrucciones tan miserables
crearon en España, de las que yo recuerdo dentro de mi sensibilidad, como en la
Villa de Siétamo!.
Era el señor Jorge practicante de
Siétamo, hasta su muerte en 1.957 un gran amigo de mi padre Manuel Almudévar
Casaus. Era un señor, que practicaba al mismo tiempo que su actividad
sanitaria, el oficio de “barbero”. Tenía este señor una personalidad popular de
peluquero y barbero, paralela y unida a su profesión de Practicante. Era un
señor de gran prestigio entre el pueblo de Siétamo y su personalidad era de un
aspecto, que ahora se ha perdido, que vestía su cuerpo con una blusa, de una
forma que todavía se ha visto usada entre los que practicaban un oficio
distinto dentro de la Sociedad. Recuerdo como el que practicaba el oficio de
trabajar el cuero para cubrir a los caballos, a las mulas y a los asnos, que
vivía en la calle, también carretera de Huesca, por la que se pasaba cuando se
llegaba desde esa capital a Siétamo. Es un recuerdo que lleva consigo a su
hija, que tiene cerca de cien años de edad y que ha sido una artista en el
corte de trajes regionales aragoneses. Ese señor llevaba unas blusas o capas, que
le caracterizaban el oficio con el que trabajaba. Era una ropa igual a la que
portaba el señor Jorge, pero tengo una duda sobre el color que llevaban los
distintos oficiales, sin recordarlo con exactitud.
Esa forma de vestir, que todavía
se ha visto en las ferias de animales, por los tratantes, como mi amigo
Escario, tratante en caballerías. Recuerdo a mi amigo en las Ferias de
Santander, vestido con una blusa, igual que todos los oficiales de las
distintas profesiones. No recuerdo el color de la tela de aquellas blusas,
capas o uniformes, si estaba ordenado por las distintas profesiones.
El señor Jorge o practicante y
barbero, de Siétamo, se caracterizaba por la siempre característica blusa, con
la que realizaba sus distintos trabajos para cuidar su aspecto ante los
ciudadanos de Siétamo.
El último hombre que conocí
portador de una de esas capas o protectoras del polvo o la sangre que atacaban
la limpieza de sus cuerpos, fue el castellano, suegro de don Vicente Benedé,
que fue durante años alcalde de Siétamo. Lo conocí en la Torre de Casaus,
acompañante del señor Laureano Ciprés, señor de aspecto elegante, que acompañado
por el pequeño portador de una de esas blusas de tratante,
le acompañaba en los tratos que recorría por estas tierras de Huesca.
Yo conocí al practicante, señor
Jorge, de una gran personalidad, esos días y meses posteriores a la
cruel Guerra Civil. ¡Dios mío, que escenario presentaba el pueblo de
Siétamo, esos años posteriores a la Guerra!. Mi familia tuvo que huir del
pueblo de Siétamo a Huesca, a Jaca, a Ansó y mi padre con mi abuela, estuvieron
en la frontera con Francia, donde los carabineros les dijeron que ya no existía
el peligro, de ser víctimas de la desgraciada Guerra. Mi familia ya no podía
seguir viviendo en aquel desgraciado pueblo de Siétamo, pero mi padre nos
llevaba a pasar algunos días en el verano. El ambiente del pueblo era miserable,
por las muertes que se habían causado entre “rojos y blancos”.
Pero yo, cuando mi padre me
llevaba a Siétamo con mis siete años de edad, yo me sentía feliz, pero muchas
otras veces desgraciado, al convivir con los niños de casa Godé , que no tenían
ni siquiera pan para matar su hambre. Muchos de sus habitantes vivían
miserablemente en aquellas ruinas o en ese camino, producido por la Guerra. El
antiguo y noble Palacio o Castillo, donde se habían dedicado a defenderse los
“nacionales”, que durante muchos años había sido dedicado a restaurar algún
defecto arquitectónico, era una auténtica ruina
y por sus alrededores, estaba el suelo inundado de balines de fusil, que
los niños nos encargábamos de recoger, para tener un recuerdo triste de aquella
guerra.
En aquella entrada al Castillo,
se encontraba un barrio totalmente derruido de viviendas y de casas-nobles,
como la de Cavero, y más abajo, ya casi en la fachada norte del Castillo,
estaban las ruinas de la casa y el lugar donde se atendían a las personas
delicadas. Esta era la vivienda y la clínica del “ Señor Jorge” , con su
barbería, pero de aquel edificio, sólo quedaban ruinas, con un pequeño cuarto,
en que se encontraba un sillón para atender a los enfermos o los clientes de
peluquería. Se subía a sentarse en la silla donde se acomodaba el enfermo y en
aquella ruina, resto de la vivienda, barbería y clínica, seguía cuidando entre
ruinas la salud de los hijos de Siétamo.
En casa de mis antepasados, estaba una burra torda, que cuando yo iba a Siétamo,
nos hacíamos compañeros. Yo la montaba y bajábamos al abrevadero para que
bebiera agua. Lo que ocurrió es que ya la tenía harta de tanta agua y un día ,
me bajó sobre sus lomos al abrevadero, pero al volver, se echó a correr hacia la era, para comer trigo y en la calle
me tiró al suelo, con lo que me hice una herida en la cabeza. Mi padre me llevó
a la ruinosa clínica del señor Jorge y éste con un gran cariño me cosió la
herida y se quedó contento de que no llorara.
En las fotografías de Siétamo ,
después de la Guerra Civil , casi lo único que se pueden ver son ruinas, y en
los restos de la “barbería del señor Jorge Betrán”, se entraba por una escalera
de piedra, que permitía el refugio de un pequeño espacio de una casa arruinada,
donde quedaba usable un asiento en que se sentaban los que se iban a cortar el
pelo o a afeitar o a sentarse algún herido para ser curado por el Practicante.
Todo alrededor eran ruinas causadas por la aviación de los “Rojos”. La barbería
del Señor Jorge seguía inspirando el fin humanitario de sus
Ruinas y el señor Jorge me llevó
a ella para curar mi herida producida por la caída de que me creó la burreta de
mi padre. Pero los niños, seguíamos jugando entre aquellas ruinas que nos
rodeaban, y en una ruina de otro edificio, encontramos en un agujero de la pared, una pistola
antiquísima, de luchas antiguas, anteriores a la Guerra Civil. En la calle que conducía al Palacio,
estaba la calle, alfombrada de balines, unos acabados en punta y otros en
redondo.
Yo me acuerdo con horror y al mismo
tiempo de aquellas correrías que se hacían entre las ruinas del pueblo. Los
solares en que estaban situados Casa Cavero, la confitería del panadero y la
casa clínica del “Señor Jorge”, se convirtió en una Plaza de recreo, donde
todavía, con la presencia del nuevo Ayuntamiento con su fachada a la Plaza Mayor
y su parte que mira al Sur. Hoy aquella Plaza deportiva y de recreo, está libre
de otras construcciones y uno cuando al Sur de dicha Plaza, se sienta entre los
veladores y en la actualidad contempla a los jóvenes y a los niños y niñas, sus
juegos que los mantienen alegres, pero yo mismo ,cuando estoy contemplando esos
espectáculos, al cerrar mis ojos, recuerdo aquellas ruinas, en que sus
habitantes desaparecieron, para siempre.
Su primera pregunta sobre esas
desgracias de Siétamo, estuvo muchos años tratando de arreglarlas por la
Regiones Devastadas. Yo estuve varios años viviendo y estudiando en Huesca y
cuando acabé la carrera Veterinario, realizada
en Zaragoza, fuimos a vivir con mi padre a Siétamo. El Alcalde, entonces
señor Ribera, me quiso nombrar Alcalde de Siétamo ,contra mi voluntad, que me
vi obligado a aceptar. Una vez nombrado
Alcalde, se realizó la pavimentación del pueblo, con el servicio de agua por
las casas y ya no se olvidó el hacer mejoras en los pueblos de Arbaniés, de
Castejón y de Liesa. Con esos problemas, no se creó un desarrollo del nivel de
vida de sus vecinos, que iban poco a poco, desapareciendo del pueblo, en que
cuando estuvo todo él abastecido de Servicios Públicos, comenzó la creación de
construcciones nuevas. Entonces quedaron vacías muchas construcciones antiguas,
sin vecinos que viviesen en ellas. Por eso, cuando paso por delante de la casa
de Betrán, se apodera de mi sensibilidad, su casi eterna vacuidad.
Yo, en aquellos muchos años,
recuerdo una Misa en la que se conmemoraba la vida del Señor Jorge, en la que estuve presente y tengo gratos
recuerdos del hijo del Señor Jorge, que fue padre de ti, Antonio, que conservas
en tu corazón el amor al Señor Jorge, hombre bueno y que sufrió aquella Guerra
que destruyó su casa, con la barbería, en que me curó la herida, que me causó
aquella burra en su carrera.
Tengo un recuerdo especial de tu
padre, Policía Armado en Zaragoza. Cuando en cierta ocasión me llevó a visitar
en Zaragoza a la Virgen del Pilar, en la Portada del Templo me encontré con el
que había sido mi Coronel, durante mi servicio militar, en el Cuartel de Huesca.
El entonces responsable del mando en el Cuartel de la Policía Armada, estaba casado con una pariente
kmía y me invitó a visitar la residencia donde tenían en Zaragoza, su cuartel.
Allí estaba el Policía Armado
Antonio Betrán, que además de Policía, conservaba le tarea sanitaria de Peluquero
en esa residencia de la Policía Armada.
Este fue el último contacto que
tuve con el Policía Armado y Barbero, pues no se si fue en la iglesia de Siétamo
o fue aquí donde me despedí e este caballeroso hijo de Jorge Betrán.
Siento mucho el no poder suminsitrarte
datos de la vida de tu familia, porque aparte de recordar a tu madre y a tu
hermana, cada día que voy a una Granja, paso y me acuerdo de aquel bondadoso Señor Jorge,
que por lo menos alegró mi corazón en aquella herida que me causó la caída de
la burreta de mi casa.
Es la única fase agradable en
medio de aquella destrucción causada por esa triste Guerra Civil.
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