Tengo
muchos recuerdos del pueblo o más bien Villa de Angüés. El año de 1.936, Angúés
acogió a las Brigadas Internacionales, al proclamarse la Guerra Civil. Angüés
es como la capital de unos pueblos bellos e históricos, como Liesa, Ibieca,
Casbas con su antiguo y admirable Monasterio, con el pueblo de Sieso muy cerca
y la misma Sierra de Guara, con aquel ambiente pacífico, sobre la que cantó
poesías la tía del Conde de Aranda, Doña Ana María Abarca de Bolea, poetisa y
preocupada por enseñar los caminos conventuales de aquellas, entonces jóvenes
que querían ser monjas. De aquella zona, debajo de la Sierra de Guara,
se baja a Angüés y uno sueña con sus antepasados de Casbas y de Sieso, donde
vivieron y todavía viven sus familiares menos aquel pariente mío, qué con su
casa en Sieso, vive y canta jotas, en la Residencia de Ancianos de Angüés.
La
parte más alta ve como el río Alcanadre baja hasta Angüés y bajan sus aguas muy
profundas, que en tiempos pasados, era difícil bajar desde Angüés a buscar agua
al río Alcanadre, agua de la que Angüés no se aprovechó en la Historia. Sigue la
Carretera Nacional-240, que viene desde Barbastro hasta Huesca, pasa por toda
la villa de Angüés, y después de pasar por Velillas, llega al río Guatizalema,
que es como un hermano del río Alcanadre. En la Guerra Civil cayó Angüés en las manos de los “rojos”, pero Siétamo tuvo
que sufrir la destrucción y la muerte causada por la guerra antes de rendirse a
las “Milicias Rojas”.
Pero Angüés, pasada la Guerra Civil ha sido la capital de aquella zona desde la Sierra de Guara hasta la Carretera General 240. Sigue esta carretera por Siétamo, donde se dio una lucha cruel entre las fuerzas anárquicas y los paisanos, que querían conservar, su trabajo y sus costumbres. Allí luchaban los “rojos y los blancos”, dejando su monte con montones de cadáveres, repartidos por aquella tierra. En aquella lucha convirtieron a Siétamo en una ruina, que a los niños no les quedó otra solución, que recoger balines por el suelo y amontonarlos.
Pero Angüés, pasada la Guerra Civil ha sido la capital de aquella zona desde la Sierra de Guara hasta la Carretera General 240. Sigue esta carretera por Siétamo, donde se dio una lucha cruel entre las fuerzas anárquicas y los paisanos, que querían conservar, su trabajo y sus costumbres. Allí luchaban los “rojos y los blancos”, dejando su monte con montones de cadáveres, repartidos por aquella tierra. En aquella lucha convirtieron a Siétamo en una ruina, que a los niños no les quedó otra solución, que recoger balines por el suelo y amontonarlos.
Los
tiempos han cambiado y la zona de Angüés, al llegar la emigración a las
ciudades y la construcción de la Autovía, que desde Huesca conduce a Cataluña,
se ha encontrado aislada en ese Somontano con el Monasterio de Casbas y la
Sierra de Guara.
Pero
la vecindad de Angués con Siétamo no se
ha acabado, porque yo voy, con cierta frecuencia al pueblo de Sieso, donde
vivieron mis antepasados y subo a Santa Cilia de Panzano y a Panzano, en los
cuales viven ciudadanos con el apellido Bescós, del cual desciende Manuel
Bescós Almudévar, que fue Alcalde de Huesca y gran escritor.
Un
día de estos, conducido en su coche por mi hijo Manuel Almudévar, nos
encontramos en Angüés con un antiguo amigo, llamado Pablo, casado con la hija
del abuelo llamado Víctor, al que conocí hace muchísimos años, con el que nos
veíamos con frecuencia en los Almacenes Escartín de Huesca. Víctor nos invitó
rápidamente a su casa. Esta era una casa, que guardaba los muebles antiguos,
colgados con sumo cuidado en la paredes de un cubierto y allí, me recreé con
aquellas canastas, que en otros tiempos soportaban los asnos, para transportar
verduras y mercancías, Aquellas paredes estaban cubiertas de flores y de
cuadros, que a lo largo de sus vidas habían acumulado en las paredes de aquel
maravilloso “cuarto de estar”, donde recordaban tiempos pasados. A mí me
hicieron sentar en una silla, porque se dieron cuenta de la torpeza de mis
piernas. Allí quedé sentado junto ante la figura de una “choliva”, que parecía
que estaba escuchando nuestra conversación y ni reía ni lloraba, sino que
estaba como observándonos a la familia de Víctor, de su esposa y de su hijo,
que me impresionó su interés por nuestra conversación, y yo me lo miraba y él
me correspondía con su mirada y con el silencio de su pico. Pero yo no pude
guardar silencio ante una imagen de aquella lechuza, que miraba constantemente
y me hacía pensar en sus ideas silenciosas y calladas. Mi hijo nos sacó una
fotografía a ambos al lado de un ramo de flores y entonces yo, me sentí feliz y empecé a preguntar a nuestro
amigo Pablo, que me reveló una respuesta que había permanecido callada desde
hacía tal vez siglos. Yo le pregunté: ¿porqué colocaste a la lechuza en un
lugar tan bello y tan apetecido para gozar de él?.
Víctor
me contestó qué en aquel cuarto de estar, criaban las golondrinas y cantaban y
subían y bajaban, pero a él y a su familia le impedían dormir sus siestas y
entonces pensó que colocando en el centro de aquel salón, un ave nocturna,
huirían las golondrinas amanes de la luz del día.
Víctor,
un hombre sencillo, que conoce la
naturaleza, usó para que respetaran su paz, a una lechuza, que le ha hecho
feliz su estancia en su cuarto de estar.
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