Me acuerdo de Don José Puzo, que
fue Canónigo de la Catedral de Huesca y acabó su vida con el mismo cargo en el
Pilar de Zaragoza. Más tarde lo encontré en el Colegio Mayor Universitario
Pedro Cerbuna, en el que con mi hermano Luis estábamos alojados. Me acordaba de
él, pero lo curioso es que no sólo yo lo recuerdo, sino que son bastantes más los
que lo hacen.
Un día cualquiera, hace ya muchos
años, me encontré cerca de la iglesia de Santo Domingo, a Antonio Fillat,
herrero de Siétamo, hombre trabajador, que llevaba puestas unas gafas pequeñas,
que recordaban el culo de un vaso y que al encargarle una jaula para criar
conejos, se la cargaba en las costillas y acudía con ella , una vez acabado el
arreglo, a mi domicilio. Uno se sentía más agradecido por el esfuerzo humano
que aquel hombre hacía, que por la jaula
nueva para criar conejos. Cuando veía en
Huesca, a sus sobrinos, hijos de Rafael Fillat, nacidos en Santolaria, que habían
pasado ya varios años y estaba recogido por un yerno suyo en la Calle Pedro Cuarto,
se alegraba.
Los hijos del mártir Rafael, le
hablaron del martirio de su padre, pero
después de nombrarle a su tío Rafael Fillat, le hablaron de Don José Puzo, del
que dijeron que era una buena persona, muy humana y que protegía a todos los
niños de la ciudad de Huesca, después de la Guerra Civil. En ese periodo de
tiempo los niños pasaban hambre y sufrían en ocasiones pestes, sarna, piojos, tuberculosis,
etc. El, los acogía en el Teatro
Principal, donde los niños mayores, como Pedro Lafuente, Buisán, Coré, Antonio Tresaco, representaban obras en el
Teatro, como Bato y Borrego, que por un rato hacían felices a los niños
pequeños. Esa obra de Bato y Borrego todavía se representa en Huesca en el
Teatro de los Salesianos, donde también habría que recordar a aquel hombre que
trabajaba en el Colegio y era un artista en el Teatro. Se llamaba o lo llamaban
Simoné.
Procuraba Don
José Puzo, atraer a los niños al Catecismo, que enseñaba en el Teatro
Principal. Allí les repartía alimentos y zapatos y cuando llegaba el buen
tiempo, mandaba a muchos niños a los campamentos, donde hacían la instrucción
bajo los rayos del sol, y además les daban muy buena comida. Entre los
instructores físicos estaba Roberto Pérez Almudévar, que ha sido un hombre
trabajador, inquieto por los necesitados con una gran humanidad y que se ha
destacado en Huesca por su condición de jugador de Baloncesto. Todos estos
recuerdos iba contando Rafael delante de los comensales que devoraban con gran
satisfacción el almuerzo que les daban en la Residencia de la Tercera Edad.
Eran cinco los hermanos Fillat que asistían al Catecismo, al Teatro y a los Campamentos, porque tenían
una gran necesidad, pues su padre había sido fusilado en Santolaria. Don José
Puzo les daba botas y zapatos, camisas de todas clases con las que se podían
vestir y los hermanos Fillat se sentían felices y los llenaron de alegría, como
ellos la reparten entre todos los que con ellos conviven. Termina con palabras
agradecidas al “Ciego Bartolo” y a su esposa Petra, que vivían en el primer
piso del número 61 del Coso Alto, al lado de la iglesia de Santa Ana. Ambos los
cuidaron e hicieron hombres y por la galería de detrás de los pisos jugaban
conmigo y con mis hermanos Luis y Jesús. Lo malo es que ellos y otros muchos
desearon que se le dedicara una calle a Don José Puzo, pero parece ser que los
políticos no se acuerdan ya de él, desde hace muchísimos años. Se acuerdan los
que recibieron sus cuidados y como ya han perdido su vida o estamos terminándola,
nadie conocerá la historia de Huesca. No se acuerdan de la
muerte por fusilamiento en Santolaria del padre de los cinco niños Fillat,
acogidos por el ciego, que con su
comportamiento recogiendo a los cinco hermanos, fue un hombre modelo en esa
sociedad, en la que dominaban el odio y la sangre.
Cuando yo fui a
estudiar la carrera Veterinaria a la Universidad de Zaragoza, me encontré a Don
José Puzo, Canónigo oscense que era profesor de Religión. En aquellas alturas que se elevaban
hacia el fondo de las aulas, estaba la cátedra donde se sentaba Don José Puzo.
al que yo conocí protegiendo a los hijos de los mártires de Aragón, en el
Teatro Principal de la Plaza del Coso Alto. A mí su presencia me imponía respeto
, como el que él respetaba a los hijos de los mártires de la Guerra Civil, pero
en España estaba la juventud deseosa de alcanzar la libertad civil, y se oían
entre los estudiante de la Facultad voces incomodadas por la presencia de ese “canónigo
que los estudiantes no comprendían que iba a traer la felicidad a la gente
joven” y uno se quedaba inquieto, porque todavía no se ha aprendido la forma de
alcanzar una educación feliz, porque todavía hay ángeles en el cielo, pero
siempre combatidos por los demonios.
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