Me he encontrado, paseando por el Parque de Huesca, con mi antiguo amigo Miguel, al que conocí, cuando ejercía de Maestro Nacional en la Escuela de Siétamo. Hablé con él, incluso en el camino que une Fañanás, con Siétamo, donde coincidíamos cuando yo iba a ver si colgaban aceitunas, en las ramas de las oliveras. El iba andando desde Fañanás a la Escuela de Siétamo, donde lo esperaban los niños para aprender la “sabiduría”, que les hacía ver Miguel en la Naturaleza y en los Libros. Ya Miguel, cada día, en el camino, observaba dicha Naturaleza que mostraba la corriente del río Guatizalema, la presa que desviaba el agua del río para regar los campos de Fañanás. Desde el nivel del río, subía por el camino a la meseta, donde se cultivaban almendros y olivos y casi nunca se encontraba con campesinos o con cazadores, con los que entrar en conversación. ¡Qué espíritu tan amante de la Naturaleza, tenía Miguel, cuando los olivos y los almendros, le hacían reflexionar sobre el aceite , que producían aquellos olivos y que su suave aceite, curaba las heridas de los hombres, ayudaba a lavar los ojos de los que sufrían en ellos, hacían gustoso el pan tostado que “untaban”, con dicho milagroso líquido. Por fin era utilizado en las iglesias, para limpiar los cuerpos y las almas.
Por otro lado, las almendras, alimentaban a los campesinos, que con algún trozo de pan, masticaban y comían, gozando de un sabor encantador y antiguo. Cuando las cascaban, sus cáscaras servían para encender los hogares y sus frutos se tostaban, para fabricar almendras tostadas de un sabor de lo más agradable. En Navidad con sus almendras creaban un turrón muy sabroso y si estas se molían, se formaba una pasta con la que se fabricaba el turrón de mazapán. Así los hombres, mujeres y niños, se ayudaban a vivir con el aceite y con el turrón de las almendras.
Caminaba el maestro de Fañanás por los montes de este pueblo y por los de Siétamo, para llegar a la Escuela, donde su meditación sobre las almendras y los olivos, le quedaba su espíritu limpio y “pensante”, como el corazón de un Filósofo Clásico, del que decían, que tenía “Mens sana in corpore sano”.
Una vez en el Colegio, se encontraba con los niños, de los que recuerda, en aquellos viejos años, su inteligencia y su bondad.
A veces acudía a sus clases el Mosen Don Alejandro Tricas de Nueno y allí, explicaba a los niños las oraciones que les harían ser felices y a veces trataba de consolar sus penas.
Miguel enseñó Matemáticas, Historia, Lengua y las maravillas de aquellos montes de Fañanás y de Siétamo, en que además de llenar los olivos de aceitunas y los almendros de almendras, les explicaba a los niños las cualidades del aceite de oliva y el placer de los turrones de las almendras.
En aquellas cabezas infantiles, se mezclaba la Ciencia de los Sabios, con la Ciencia que los campos han dado a sus hijos, por esos mundos de Dios.
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