Cuando uno visita los cementerios, encuentra una reproducción de la que algunos llaman, en la vida, “lucha de clases” y es que esa lucha, camuflada y revestida por el amor de los vivos a los que mueren, está basada en el lujo que algunos dan a los panteones o monumentos funerarios de sus familiares o amigos. Lucha de clases, porque los que han destacado en su vida en el poder, en las riquezas o en diversos triunfos, como por ejemplo en el toreo, en la política, en el fútbol, en la literatura, en el arte o en alguna de las múltiples actividades, que en esta vida ejercen los hombres y mujeres, como el cine y tantas otras, pudieran ver a sus sucesores levantarles monumentos, como a seres queridos o admirados, en tanto que la gente sencilla se conformaba con “enterrar a los muertos”.
La gran señora, al morir su esposo, quiso llenar de gloria el recuerdo de su vida y dentro de la sala o capilla, en la que descansaba, encargó un cómodo y lujoso sofá, para acompañarlo en las larguísimas visitas, que su amor le pedía; en aquel sofá vivirían acompañados mutuamente y allí recordarían aquellos pasados tiempos, en que fueron felices, aunque ella no podía recordar aquellas ocasiones ocultas en que él amaba a otras bellas mujeres. Parecía a la señora que así echarían nuevos planes para seguir gozando de una vida, que sin embargo ya no les daría más oportunidades de amarse, aquí en el suelo. ¿Por qué la señora quería o soñaba seguir triunfando en este mundo?, ¿ por qué no se acordaba de aquella familia que había perdido a su padre, dejando a sus hijos pobres y necesitados?. Tal vez con los enormes gastos que hacía en su lucha contra la muerte, hubiera conseguido algún triunfo de aquellos niños en su educación, en su alimentación y en su felicidad. Varias veces pregunté a algún funerario si veía por allí a tan amante viuda y me contestaba, que no acudía al cementerio.
Hay, sin embargo, en unos una lucha por lo espiritual y en otros una lucha por la sensibilidad de los corazones. He visitado el cementerio de las Carmelitas de San Miguel y en él, en unos nichos, depositan, sin ataúd los cadáveres de las hermanas que mientras vivieron “desde el principio de la mañana hasta la noche, esperó su alma al Señor”. Por no lucirse ante nadie, ni siquiera ante sus hermanas, las que quedaron vivas en el Convento, rezan por ellas, pero no ponen en los nichos ni siquiera los nombres de las difuntas, porque el Señor ya las conoce.
Los corazones de los gitanos tienen una sensibilidad especial con sus difuntos, porque cuando uno llega a una tumba de un gitano, ve flores abundantes y adornos, como su retrato o la imagen de la “Majarí” o de algún santo. Cuando, cualquier día va uno por la calle, se encuentra algún gitano que va al cementerio a ver a sus difuntos. En cierta ocasión, vi en el “fosal” un gran jardín de ramos de flores ante una tumba y frente a ella, sentado en el suelo estaba un gitano, con cara contristada y rodeado de muchos y muchas gitanicos y gitanicas, que le acompañaban. Quizá, para esta clase de hombres morenos, hubiera estado bien que tuvieran un sofá, en el que pasarían el rato acompañando a sus difuntos, mejor que para la gran señora, que después de comprado el sillón, no lo utilizó nunca.
En el cementerio de Las Mártires se levanta un monolito, en el que pone: ”Los republicanos del Alto Aragón, los de Egea de los Caballeros y de Sadaba …erigieron por suscripción pública este mausoleo en el año 1885, para perpetuar la ejemplar memoria de los martirizados héroes que aquí reposan”. Poco nos acordamos los oscenses de tales hechos, pero aquel pueblo del siglo XIX, quisieron perpetuar su memoria, sin orgullo pero con amor. Lo contrario pasó en nuestra Guerra Civil, en que unos y otros se mataban y si se enterraban, lo hacían en cualquier lugar y superficialmente, sin señalar quienes eran aquellos pobres difuntos, sin ponerles sus nombres, pero no por que creyeran en la otra vida, como las monjas, sino por odio o indiferencia
De todos modos, en el fondo daba igual que trataran de identificar a los difuntos, porque en cualquier lugar del monte, se encuentran calaveras y huesos de otros tiempos y de los que ya nadie se acuerda. Ya nos dice la Biblia: ”Memento homo, quia pulvis es et in pulverim reverteris”. Tal vez, entre otras razones por este recuerdo que Dios recomienda al hombre, ahora se practica la incineración. Es que para el Señor, no existe ni pasado ni futuro, todo está presente y todos pasaremos a un presente eterno, donde imperarán la paz y el amor.
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