miércoles, 11 de julio de 2012

GIGANTES Y CABEZUDOS (CLAROSCUROS)



“P’al  Pilar sale lo mejor: los gigantes y la procesión”. De labios de mi abuela oía de niño esta letra acompañada de la zarzuela “Gigantes y Cabezudos”. Mi mente de niño se distorsionaba, porque yo asociaba a los gigantes con San Lorenzo y no con el Pilar. En Zaragoza que lleva camino de hacerse gigantesca, hay naturalmente más gigantes que en Huesca, pero cuanto más tarde los vi, me parecieron más pequeños que los nuestros. No sé si esa impresión la tuve porque soy un “fato” y me gusta presumir de Huesca, o porque siendo lo gigantes de ambas ciudades iguales, quedaban más pequeños ante la Basílica del Pilar que ante la de San Lorenzo. Tal vez fuese, porque desde mi pequeña estatura y mi gran imaginación de niño, los viese más crecidos. Cuando, ya de mayor, conocí los gigantes de Zaragoza, no me impresionaron en absoluto y de los cabezudos ni me acuerdo. Todo es cuestión de perspectivas y si los gigantes no se ven en una ciudad gigantesca, los cabezudos pasan desapercibidos en una ciudad  que padece de macrocefalia, o más bien la macrocefalia de Zaragoza la padece todo Aragón. En cambio,  la macrocefalia de los cabezudos festivos, no la padecemos, sino que la gozamos. Antes con nuestro protagonismo infantil en las estampidas, que la “agüeleta” y el negrito nos hacían aprender, ante la amenaza de sus largos palos. Estas amenazas eran sólo un reflejo defensivo de las ilustres cabezas, contra los tirones que dábamos a sus ropas y contra insultos tan graves  como :”La agüeleta, cabeza de mosqueta” y “El negrito, cabeza de moquito”.
Estos cabezudos me parece que debían tener el corazón tan grande como su cabeza y no me explico donde lo metían. A lo mejor su cabeza de cartón, alojaba, no cerebro sino corazón. Ahora, que ya no corro detrás o delante de ellos, también me hacen feliz, viendo como gozan los niños con su presencia, con sus actitudes amables hacia los más pequeños y con su participación en la danza, que la música de San Lorenzo pone en marcha automáticamente en los pies de los niños  y adultos, de cabezudos y de gigantes.
Estos despertaban nuestra curiosidad y al ver que tenían las espinillas tan ridículamente flacas, catábamos a coro: ”Al gigantón le picaron los mosquitos y se encontró un sombrero de tres picos, garras de alambre, se ha muerto de hambre”. El gigante insultado  permanecía impasible, hierático, en contraste con los cabezudos. Estos nos resultaban más simpáticos y más humanos, pero el gigante quedaba en ridículo, cuando su portador, sacaba la cabeza por la bragueta para echar un trago, con lo que daba la impresión de que los gigantes en lugar de mear, desmeaban  vino. Entonces nos dábamos cuenta de que las garras de alambre no eran del gigante, sino de sus pequeños “alter ego”.
Contrasta la “comparsita infantil” con la comparsa triunfante de los regios gigantes, feroces guerreros, arropados por sus caballeros enanos de torpe carrera y por sus cómicos cabezudos bufones. Las gigantas,  con sus figuras de montañesas inmensas de tamaño, como nuestros Pirineos y de raza como las chesas o ansotanas, son dignas compañeras de sus majestades.
Suena la gaita con aires célticos, que contrasta con la música de nuestro dance, tal vez ibérico.
Esta es la fiesta. Fusión celtibérica de sangres, de músicas, de cohetes, de sol,  de toros, de vinos y de albahaca moruna.
La vida sigue: orgullos encumbrados de bebedores de bragueta, caballeros enanos de caballos de cartón y corazones, cada vez menos, de cabezudos ingenuos.

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