Este libro fue editado en 1980, por el Consello de la Fabla Aragonesa,dirigida por Don FRANCHO NAGORE, gran investigador y conocedor de la “Fabla Aragonesa”.
PRÓLOGO
Escrito por Julio V. Brioso y Mairal.
La imaginación aragonesa tiene un hito en la antigua pero remozada casa solariega de los Almudévar de Siétamo. Desde su solanar, o desde las cercanas y venerables ruinas del maltrecho palacio del Conde de Aranda, Ignacio Almudévar, otea el horizonte y recrea su vista en las queridas tierras somontanesas, azotadas por mil soles y de vuelta de tantas cosas. Su retina se impresiona con el ocre sobre el que navega el castillo de Montearagón, de quebrado esqueleto, con el verde terroso de los viejos olivos que reptan por laderas y márgenes, con el oro pajizo de los trigos generosos.
El conoce las frustaciones, las alegrías y las esperanzas de esos rudos labradores que pueblan los lugares del Somontano, y conoce también las debilidades y servidumbres, las virtudes y los defectos del habitante de la ciudad, ahito de asfalto y gasolina. Es notario de la vida ciudadana desde esa formidable atalaya, que es la terraza oscense del “Rugaca”, con esa abigarrada y entrañable tertulia de desocupados, terratenientes, políticos de campanario, plumíferos y chupatintas, intelectuales provincianos, mercachifles, paupérrimos estudiantes y alparceros de oficio.
Ignacio Almudévar ha descubierto no demasiado pronto-nunca, que no es tarde si la dicha llega, que la pluma y el bolígrafo sirven para algo más que para llenar la declaración de la renta, firmar letras o hacer quinielas. A escribir le hemos animado muchos amigos, y lo único que lamentamos es que no lo haga con mayor asiduidad, abrumado a veces, como él suele justificar, por ocupaciones más prosaicas pero necesarias e ineludibles, y honradamente preocupado por la problemática misma del propio devenir de la existencia.
Los númenes literarios tal vez los recibiera, como por ciencia infusa, de su ilustre paisana doña Ana Francisca Abarca de Bolea y Mur, Abadesa de Casbas, y gusta de proclamar su gratitud y admiración a la escritora. Y no son tampoco ajenos a esta vocación algunos miembros de su familia, como Manuel Bescós Almudévar, el mordaz “Silvio Kossti” de los EPIGRAMAS, que arremetiera impenitente contra la Huesca de su tiempo, y su propio padre, don Manuel, que gustaba de felicitar las Navidades a sus hijos con cuentos nacidos de su pluma.
De su tío-abuelo ha heredado Ignacio Almudévar la ironía con que suele salpicar sus escritos, satirizando a diestro y siniestro, pero siempre con la elegancia y el tino precisos para no herir. Es el esbozar apenas una sonrisa, un comentario humorístico, sobre caracteres o debilidades humanas, para, a renglón seguido, quitar hierro a sus apreciaciones, haciendo gracia de su diplomacia, heredada tal vez de los Azara, que figuran también entre sus antepasados ( no sabemos si tiene, además “antepasotas”). El autor de este libro es un pensador agudo, que con un golpe de vista profundiza en las interioridades de las personas y de los hechos, y saca sus conclusiones, siempre acertadas, de manera sorprendente e imaginativa. Su carácter sentencioso le ha valido el que algunos amigos lo conozcamos como “el Séneca altoaragonés”.
Tiene la habilidad de hacer amable un tema escabroso y prestar aires intrascendentes o amenos a un asunto serio y atrabiliario. No se somete a normas, y su inspiración vuela libre, crítica pero serena, sin atenerse a convencionalismos.
Y a pesar de ese pasar de muchas cosas, o tal vez por ello mismo, se encuentra profundamente arraigado y se siente plenamente identificado con su tierra, se duele del abandono, se lamenta de la falta de imaginación que se pone en la solución de los problemas y situaciones. Su visión crítica de la tierra, no es, sin embargo, ni demagógica ni pesimista, es en todo momento constructiva y acude siempre a la recia personalidad aragonesa como antídoto a unos condicionamientos que nos siguen agobiando. Este libro, de fácil y directa lectura, a caballo entre lo intelectual y lo popular, obra de un poeta que escribe en prosa, es casi una parte, aunque, desde luego, muy significativa, de la compleja personalidad de su autor.
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