Estábamos en la piscina de aguas
calientes y dotadas de minerales bienhechores, unos veinte hombres y mujeres ya
maduros, dispuestos a ejercitar nuestra anatomía y nuestros pensamientos.
Apareció en la terraza, una belleza femenina, para dirigir nuestros
movimientos gimnásticos. Parecía una diosa del Arte, que con sus movimientos
intentaba convertirnos a los ancianos en jóvenes, que
aspirábamos a imitar su Arte. No llegamos
a rejuvenecer, pero durante media hora, gozábamos, al tiempo en que movíamos nuestros cuerpos, nuestras
cabezas y los brazos, manos y piernas, de una felicidad, que el Arte nos
infundía. Al contemplarla e imitarla torpemente, el Arte nos invadía, y conmovidos por tal Arte, al verla como
dirigía aquel ejercicio gimnástico en el agua caliente, nos sentíamos felices.
Me acordé de la poesía, que
cantan, diciendo: “Ay luna, lunita, luna, ay luna cascabelera!. Y sí me acordé,
porque la luna llena, en esas noches claras, parece sonreírnos y mirarnos con
sus amplios ojos. Pudo venir dicho recuerdo del color blanco lunar, trasplantado
a la bella joven, que con su traje de baño, no provocador, sino con el estilo
profesional al servicio del Arte, resultaba una figura blanca y pulcra, como la
luna, pero con un rostro y un cuerpo de una mujer,que estaba dando clases de
belleza, a los ancianos. Era como una virgen blanca, no morena, con un rostro
bellísimo, adornado con unos ojos maravillosos. Sus movimientos gimnásticos, parecían
producidos en un ballet de una única artista, que guiaba sus manos con
movimientos dulces y perfectos de sus muñecas. Sus piernas con sus brazos se unían, se separaban, haciendo soñar a los
mayores, que se estaban convirtiendo en artistas.
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