Virgen de la Esperanza de Siétamo. |
En la Calle Alta de Siétamo,
nombre realista y bonito, puesto por el pueblo, en oposición a otros nombres
políticos, creadores de odios y luchas políticas, se encuentra la Posada
“Abadía”. Esta palabra significa casa del Abad o Párroco y Antonio y su esposa,
acompañados por un hijo suyo, que es un ejemplo de educación y deseo de ser
útil a todo el mundo, no quisieron cambiarle el nombre a la Abadía, en la que
los párrocos buscaban la armonía de los cuerpos con los espíritus. Y para buscar esa armonía o felicidad, la
convirtieron en Posada, para buscar la felicidad de los hijos de Siétamo y de
los turistas que por él, se acercaran. De la misma forma que Cristo buscaba el
bien de la humanidad con el pan y el vino, Antonio y su esposa, también la
buscan con platos sabrosos, acompañados por pan y vino.
Esta casa, que fue ocupada desde
que yo me acuerdo por el Párroco Don Marcelino Playán, nacido en Antillón y por
Don Alejandro Tricas, nacido en Nueno, hace muchos años que era propiedad de un
fuerte labrador, que al morir sin hijos,
la dejó a los párrocos de Siétamo. Sólo queda una tabla, que se colocó en la puerta de casa, el año de
1821. Don Marcelino Playán y el Cura de Ola, Mosen Febrer, que era hijo de un
Médico que ejerció su profesión en Siétamo, en la Guerra Civil tuvo que huir de
Siétamo, pues en la Diócesis de Huesca mataron a decenas de sacerdotes.
Destruyeron 145 parroquias y 128 ermitas y desaparecieron mucha obras de arte. Don
Marcelino Playán ocultó en lo alto de la bóveda, objetos de plata, que se
conservan en la Parroquia. Incluso en la zona nacional fue asesinado un
sacerdote.
Acabada la Guerra Civil, como estaba destruida la iglesia
parroquial, Mosen Marcelino celebraba la misa los domingos en la Abadía, y
al acaba, se reunía el pueblo en la Calle
Alta, debajo del balcón de la Abadía. En dicho balcón, como no había campanas, colocó el párroco una
llanta de camión, que con un martillo golpeaba para que sonase como una campana
, para anunciar la celebración de la misa. Un día , que yo asistí a una de esas
misas, al salir, cantaba el pueblo canciones. Pero en aquella ocasión el Zurdo,
gran persona y buena, estaba callado. La Guardia Civil le echó una reprimenda y
se la hizo cantar a él sólo.
El Canónigo Don Damián Peñart y Peñart escribió en la Historia
de la diócesis de Huesca , lo siguiente: ”Acaso el juicio de Balmes sobre la
Edad Media, definiéndola como la
religión afeada por la barbarie; y la barbarie al servicio de la religión, pudiera
aplicarse en alguna medida a la historia
del Altoaragón en la Edad
Moderna. Todos los altoaragoneses se manifestaban católicos, pero abundaban las
creencias en brujas, hechizos y supersticiones. Todos se declaraban católicos,
pero fallaba a veces la armoniosa convivencia entre familias o pueblos rivales.
Imperaban los desequilibrios económicos. Mujeres y jornaleros tenían menguados
algunos derechos. No obstante, la fe, la nobleza y lealtad, la firmeza de la palabra dada, la
honradez, la hospitalidad, la austeridad y el sacrificio eran cualidades muy
enraizadas en el alma del pueblo altoaragonés”.
De estas palabras de Balmes, como
“la religión afeada por la barbarie y la
barbarie al servicio de la religión”, se deducen los atropellos que sufrieron
las iglesias y ermitas, la emigración a Francia de multitud de vecinos de los
pueblos, como los de Casa Carilla. ¡Cómo
ha cambiado el aspecto que tiene ahora la terraza de la Posada Abadía de
Siétamo, con las ruinas de Casa Carilla, con un gran cubo, en el que se pisaban
las uvas para obtener vino. Con ese vino aliviaban su vida y con él, impregnaban tajadas de pan, a las que añadían un poco de azúcar, para dar
de merendar a sus hijos. Llegó la Guerra Civil y después de setenta y seis
años, cuando circulaba la gente por la Calle Alta, se miraban por una pequeña
reja, despojada de ventana y contemplaba el recuerdo triste de aquella Guerra, que había
convertido casa Carilla con cubo , en un depósito de ruinas. Dicha ruinas, al
encontrarse al lado mismo de la antigua Casa Abadial, habitada entonces por Mosen Marcelino Playán, enfrentaban
los recuerdos del párroco de Siétamo, nacido
en Antillón, que con el de Ola, prestaron sus auxilios a los sublevados con la
ausencia de los emigrados por causa de la Guerra.
Ahora, en el año de 2012, la casa
de Carilla y su cubo, los han convertido en una terraza con sus veladores, donde
acude la gente a tomar su almuerzo y a beber algún licor o tomar su café y en
ese agradable espacio de tiempo, conversan, alejando aquellos recuerdos pasados por el
odio y la violencia. Hoy están los carpinteros embelleciendo lo que durante tantos
años fueron las ruinas de la casa y del cubo de Carilla. Se ha prolongado el
espacio de la casa con el de Casa Lobateras, y recordando al hijo Pepe, de tal casa, que me contaba la
vida de sus antepasados, que como dice Balmes “abundaban en la creencia en
brujas, hechizos y supersticiones”, como le pasó a su abuelo, el amo de casa
Lobateras. Este poseía el Libro Brujeril de San Cipriano. Por lo visto hizo en
alguna ocasión uso del mismo para librarse de alguna superstición, pero quizá convencido por el párroco, decidió
deshacerse de él. Lo echó al fuego del hogar con el fin de abrasarlo, pero el
Libro salió por la chimenea y ya no lo volvió a ver.
Pero se dio otro caso, en casa de
“Polonia de Polavieja”, esta vez en la Calle Baja o del Conde de Aranda, que
fue comprada por la abuela de Manolo Sistac, de Casa Catevilla y que le vendió
a Carilleta la casa convertida estos día en terraza de la Posada Abadía de Don
Antonio y de su esposa. Vivía en dicha casa la señora, amada por muchos hombres, porque tal como yo
la conocí, era una mujer amabilísima y de una simpatía arrolladora. No se sabe si algún hombre que la quería, pero que ella rechazaba, le envió a su casa
alguna bruja, que sobre todo por las noches la hacía sufrir. Todo el mundo la
protegía y Bergua , “el Bizco” , iba por las noches y en cierta ocasión vio un
gato al que identificó con la bruja. Le dio un correazo con su cinturón y
escapó. Al día siguiente el Párroco don Marcelino Playán apareció con un ojo
lesionado, atribuyéndole la ignorancia de muchos, una personalidad de brujo.
Pero a los pocos días, mi amigo Manolo de Catevilla, vio como dicho párroco
rezaba unas oraciones delante de la puerta de casa de “Polonia” y ésta colocó
en la misma una imagen del Sagrado Corazón. Ya no se volvió a ver a
ningún brujo por dicha casa. Estos hechos ocurrieron después de la Guerra Civil
y Manolo me lo ha contado estos días. También estuvo en la casa mi padre, pero
según me dijo, no vio nada ni a ninguna bruja.
Habíamos llegado en España y en
Siétamo a una situación de bienestar general y Antonio el dueño de la Posada Abadía y de
las ruinas convertidas en terraza, había logrado hacer felices a los vecinos de
Siétamo y a todos los turistas que acudían a comer, a cenar y muchos a dormir.
Y se veía en los rostros de Antonio, de
su esposa y del hijo de ambos, una voluntad de volver a hacer felices a los vecinos
del pueblo y resucitar la vida de aquella Abadía, que se cerró al retirarse Don
Alejandro Tricas, que se murió en la Hermanitas de los Pobres cuando tenía unos
cien años de edad. Vinieron sus parientes de Nueno y se llevaron los muebles. A
mí me quedaron unas estampas de la Virgen de la Esperanza, con dos fotografías
de Siétamo.
Don Alejandro quería levantar el
bienestar de sus feligreses y les traía árboles frutales para que los plantaran
en sus huertos. Antonio protegido por la Virgen de la Esperanza, quiere
resucitar las virtudes antiguas y hacer desaparecer el odio, la violencia y las
brujas, que estuvieron en algún local de su Posada, para que sean felices.
Con el pan y el vino aquellos
viejos y desaparecidos, cuidaban los espíritus, y Antonio con la ayuda de su
esposa con el pan, el vino y los platos exquisitos que sirve en la Antigua
Abadía, hacen que la gente se sienta feliz, se conozca en los veladores de la
terraza y hagan proyectos para que la vida no vuelva a aquellos tiempos en que
las necesidades, explotaban guerras y muertes. Estos patronos luchan para que
no vuelva la pobreza y acudan los clientes para alcanzar una vida feliz.
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