¡Cuántas veces han pasado los
oscenses por la carretera de Jaca, hacia las montañas de la Altos Pirineos!. En
las curvas de la carretera que sube al Puerto de Santa Bárbara, en el río
Asabón, se lee un nombre bien sonante, que es el del pueblo de Villalangua.
Pero hasta hace muy poco tiempo, seguía mi ruta sin pensar en tan bendito
pueblo, en que domina el silencio y la belleza. Algunos lo llaman El Fin del
Mundo, porque al llegar a él, uno descubre
un cielo que da la felicidad, porque por arriba, desde las butacas de la Posada
de Villaluanga, se contempla el Portillo de la Osqueta, y por los lados la Sierra
de Santo Domingo, que está totalmente poblada de pinos y cagicos o robles. Por
abajo se encuentra la partida de Fañanás, con toda su tierra convertida en huertos,
regados por el río Asabón, que corre por
debajo del muro que sujeta la ladera, para sostener las viviendas, todas ellas
restauradas. La mayor parte de los
huertos están yermos, porque no quedan hombres jóvenes que los cultiven, pero
al mismo tiempo aquellos que se cultivan, son destruidos por los jabalíes y una afirmación de un vecino de
Villalangua, dice que en España se va a
pasar hambre, sin ganados de cabras que
combatan las malas hierbas y porque no quedan agricultores. Esas malas hierbas, que brotan como los artos, aliagas y rosales rústicos o “gabarderas”,
no son combatidas por los rebaños de
cabras, cuya presencia, en años pasados los prohibieron. Yo conocía poco
Villalangua, pero me interesaba bastante por Agüero, Longás, Biel, Luesia, Fuencalderas y San Miguel de Liso, donde
a principios del siglo XX, rezaban el Credo , el Padre Nuestro y el Ave María
en vasco y ahora dicen, que se conservan escritos de tales oraciones en la
ermita. En Agüero, cuentan que en la iglesia de Santiago, todavía queda un
escrito tallado en piedra, que está en vascuence. Yo
conocía un poco la comarca de Agüero, en uno de cuyos mallos había
una cueva, en la que vivía una culebra monstruosa, a la que daba leche de sus
cabras un pastor. Pero a pesar de su
bondad, la culebra mató a dicho pastor. Agüero, está casi en la provincia de
Zaragoza, porque apartada de pueblos como Salinas de Jaca y Villalangua, a pocos pasos
no dulces sino ásperos, se encuentra uno en Longás, Biel,Luesia,
Fuencalderas y San Miguel de Liso, todos ellos de Zaragoza, en la Sierra de
Santo Domingo.
Desde el mirador, en que se encuentra la
Posada de Villalangua, se contempla, con delicia, el Portillo de la Osqueta. ¡ Qué
nombre éste de “Osca”, tan vasco-ibérico,que se le dió,no sólo al Portillo de
la Osqueta ,sino también a la capital de la Montaña y de la Tierra Baja, con
esa apertura en la Sierra, del Salto de Roldán, que dio paso, como si fuera la
puerta que dejaba pasar desde la Monaña a la Tierra Baja, a los altoaragoneses.
Allí creó el río Flumen el Salto de Roldán. Pero desde Villalangua, se
contempla en el Portillo, el paso por la
Osqueta, de los habitantes de la Sierra de Santo Domingo. Habían pasado
aproximadamente unos cien años desde que Sebastián Grasa, muerto hace hace unos
tres o cuatro, me contaba su paso por la Osqueta, cuando iba de la paridera, donde
se albergaban las oveja y cabras, hasta su pueblo, entonces Salinas de Jaca, el
Viejo. Ya desde hace tantos años, andaban
los habitantes de la Sierra de Santo Domingo, preocupados por
identificar a sus reses, a las que cortaban osquetas en sus orejas. Hacían en
unas ovejas osqueta “pa adelante” en la oreja derecha y otras osqueta “pa atrás en la oreja
izquierda”. En Salinas lo esperaba el
párroco para adoctrinarlo con la doctrina cristiana, para prepararlo para recibir
su primera comunión. Se murió Sebastián Grasa a los ciento y un años de edad en
el pueblo de Siétamo, al que, con su familia había emigrado. Con Víctor Callau
Casasús, nacido en Villalangua, entramos en conversación y declaró ser sobrino de Sebastián y me contó la actitud elegante de Sebastián,
del que añadió que tenía su cabeza ”bien amueblada”. Yo, mirando aquel Portillo
de la Osqueta, recordaba como Sebastián
Grasa me contaba que, en algunas ocasiones, el paso por la Osqueta era terrible, sobre
todo cuando el viento cierzo soplaba con tal intensidad, que les hacía caer sus
cuerpos en el suelo. Víctor al oir tal relato, lo confirmaba, con su cabeza tan bien
amueblada como la de su tío, el día 20 de Julio de 2012, diciendo que en
aquellas osquetas, cuando soplaba el cierzo, pasaba un aire fortísimo, que
desplazaba la “zaborrilla de salagón”, igual que otras piedras menudas, por el
camino, que como he dicho convertía los pasos dulces en ásperos. De la boca de
Víctor salían explicaciones llenas de sentido común, porque decía que en
aquella Osqueta, el aire corría encañonado. Hoy aquellas tierras tan duras y
tan tiernas para los corazones de aquellos hombres están casi desiertas, desde
Longás, Biel, el Portillo de la Osqueta, Salinas y Agüero hasta penetrar en el Monte de Luna.
Contemplando el Portillo desde la
Posada de Villalangua, creada por Isidoro Gil con su esposa Pilar, me acuerdo
que Sebastián Grasa me contaba que tenía arrendada una pardina, a la que Víctor la llama Pardina Ferrera. Me contó Sebastián Grasa que un año de esos
anteriores a la Guerra Civil, un día cuando ya las mieses estaban “segaderas”,
una terrible tormenta le robó los resultados de un año de trabajo. De esta
desgracia que yo conocí hace muchos años, Víctor me contó que el dueño de la
Pardina Ferrera, era un individuo de casa Labarta de Salinas de Jaca y éste no
le quiso perdonar ni un céntimo del arriendo, que en escasos minutos le apedreó
la cosecha. Su hijo Antonio Grasa recuerda con un cariño inmenso a su padre y
le sirve de ayuda para recordarlo el campo que todavía conserva en el Collado
de Fuencalderas, que no puede vender, porque no queda gente en esta dura y
hermosa tierra.
Es Villalangua un lugar que sirve
de centro turístico de los Mallos de Riglos, el Castillo de Loarre, la
Colegiata de Bolea y los pueblos, unos de la provincia de Huesca y otros de la
Cinco Villas de Zaragoza. Me dice Isidoro que aquellos pueblos poco apreciados
en nuestra tierra, son buscados y visitados por los extranjeros; por
Vallalangua han pasado varias familias australianas, americanas, de Israel y
del Norte de Europa.
Se va acercando la hora de comer
y Víctor se levanta de su silla y se despide para que su señora no le pregunte
que es lo que ha trabajado en el huerto. El ya lleva una prueba en sus manos,
que consiste en una planta de acelga, que ha cosechado en el huerto y acompañado de su querida esposa,
seguramente se la cocinarán para cenar.
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