domingo, 22 de julio de 2012

Villalangua, pequeño paraíso y el fin del mundo, para otros



¡Cuántas veces han pasado los oscenses por la carretera de Jaca, hacia las montañas de la Altos Pirineos!. En las curvas de la carretera que sube al Puerto de Santa Bárbara, en el río Asabón, se lee un nombre bien sonante, que es el del pueblo de Villalangua. Pero hasta hace muy poco tiempo, seguía mi ruta sin pensar en tan bendito pueblo, en que domina el silencio y la belleza. Algunos lo llaman El Fin del Mundo, porque al llegar a él,  uno descubre un cielo que da la felicidad, porque por arriba, desde las butacas de la Posada de Villaluanga, se contempla el Portillo de la Osqueta, y por los lados la Sierra de Santo Domingo, que está totalmente poblada de pinos y cagicos o robles. Por abajo se encuentra la partida de Fañanás, con toda su tierra convertida en huertos, regados por el río Asabón,  que corre por debajo del muro que sujeta la ladera, para sostener  las viviendas,   todas ellas  restauradas. La mayor parte de los huertos están yermos, porque no quedan hombres jóvenes que los cultiven, pero al mismo tiempo aquellos que se cultivan, son destruidos por  los jabalíes y una afirmación de un vecino de Villalangua,  dice que en España se va a pasar hambre, sin ganados de cabras que  combatan las malas hierbas y   porque no quedan agricultores.  Esas  malas hierbas, que brotan  como los artos, aliagas y rosales rústicos o “gabarderas”,  no son combatidas por los rebaños de cabras, cuya presencia, en años pasados los prohibieron. Yo conocía poco Villalangua, pero me interesaba bastante por Agüero,  Longás, Biel,  Luesia, Fuencalderas y San Miguel de Liso, donde a principios del siglo XX, rezaban el Credo , el Padre Nuestro y el Ave María en vasco y ahora dicen, que se conservan escritos de tales oraciones en la ermita. En Agüero, cuentan que en la iglesia de Santiago, todavía queda un escrito tallado en piedra, que está en vascuence.   Yo conocía un poco la comarca de Agüero, en uno de cuyos  mallos  había una cueva, en la que vivía una culebra monstruosa, a la que daba leche de sus cabras un pastor. Pero  a pesar de su bondad, la culebra mató a dicho pastor. Agüero, está casi en la provincia de Zaragoza, porque apartada de pueblos como Salinas de Jaca y Villalangua,  a pocos pasos  no dulces sino ásperos, se encuentra uno en Longás, Biel,Luesia, Fuencalderas y San Miguel de Liso, todos ellos de Zaragoza, en la Sierra de Santo Domingo.
 Desde el mirador, en que se encuentra la Posada de Villalangua, se  contempla,  con delicia, el Portillo de la Osqueta. ¡ Qué nombre éste de “Osca”, tan vasco-ibérico,que se le dió,no sólo al Portillo de la Osqueta ,sino también a la capital de la Montaña y de la Tierra Baja, con esa apertura en la Sierra, del Salto de Roldán, que dio paso, como si fuera la puerta que dejaba pasar desde la Monaña a la Tierra Baja, a los altoaragoneses. Allí creó el río Flumen el Salto de Roldán. Pero desde Villalangua, se contempla en  el Portillo, el paso por la Osqueta, de los habitantes de la Sierra de Santo Domingo. Habían pasado aproximadamente unos cien años desde que Sebastián Grasa, muerto hace hace unos tres o cuatro, me contaba su paso por la Osqueta, cuando iba de la paridera, donde se albergaban las oveja y cabras, hasta su pueblo, entonces Salinas de Jaca, el Viejo. Ya desde hace tantos años, andaban  los habitantes de la Sierra de Santo Domingo, preocupados por identificar a sus reses, a las que cortaban osquetas en sus orejas. Hacían en unas ovejas osqueta “pa adelante” en la oreja derecha  y otras osqueta “pa atrás en la oreja izquierda”. En Salinas  lo esperaba el párroco para adoctrinarlo con la doctrina cristiana, para prepararlo para recibir su primera comunión. Se murió Sebastián Grasa a los ciento y un años de edad en el pueblo de Siétamo, al que, con su familia había emigrado. Con Víctor Callau Casasús, nacido en Villalangua, entramos en conversación y  declaró ser sobrino de Sebastián  y me contó la actitud elegante de Sebastián, del que añadió que tenía su cabeza ”bien amueblada”. Yo, mirando aquel Portillo de la Osqueta, recordaba como  Sebastián Grasa me contaba que, en algunas ocasiones,  el paso por la Osqueta era terrible, sobre todo cuando el viento cierzo soplaba con tal intensidad, que les hacía caer sus cuerpos en el suelo. Víctor al oir tal relato,  lo confirmaba, con su cabeza tan bien amueblada como la de su tío, el día 20 de Julio de 2012, diciendo que en aquellas osquetas, cuando soplaba el cierzo, pasaba un aire fortísimo, que desplazaba la “zaborrilla de salagón”, igual que otras piedras menudas, por el camino, que como he dicho convertía los pasos dulces en ásperos. De la boca de Víctor salían explicaciones llenas de sentido común, porque decía que en aquella Osqueta, el aire corría encañonado. Hoy aquellas tierras tan duras y tan tiernas para los corazones de aquellos hombres están casi desiertas, desde Longás, Biel, el Portillo de la Osqueta, Salinas y  Agüero hasta penetrar en el Monte de Luna.
Contemplando el Portillo desde la Posada de Villalangua, creada por Isidoro Gil con su esposa Pilar, me acuerdo que Sebastián Grasa me contaba que tenía arrendada una pardina,  a la que Víctor la llama Pardina Ferrera.  Me contó Sebastián Grasa que un año de esos anteriores a la Guerra Civil, un día cuando ya las mieses estaban “segaderas”, una terrible tormenta le robó los resultados de un año de trabajo. De esta desgracia que yo conocí hace muchos años, Víctor me contó que el dueño de la Pardina Ferrera, era un individuo de casa Labarta de Salinas de Jaca y éste no le quiso perdonar ni un céntimo del arriendo, que en escasos minutos le apedreó la cosecha. Su hijo Antonio Grasa recuerda con un cariño inmenso a su padre y le sirve de ayuda para recordarlo el campo que todavía conserva en el Collado de Fuencalderas, que no puede vender, porque no queda gente en esta dura y hermosa tierra.
Es Villalangua un lugar que sirve de centro turístico de los Mallos de Riglos, el Castillo de Loarre, la Colegiata de Bolea y los pueblos, unos de la provincia de Huesca y otros de la Cinco Villas de Zaragoza. Me dice Isidoro que aquellos pueblos poco apreciados en nuestra tierra, son buscados y visitados por los extranjeros; por Vallalangua han pasado varias familias australianas, americanas, de Israel y del Norte de Europa.
Se va acercando la hora de comer y Víctor se levanta de su silla y se despide para que su señora no le pregunte que es lo que ha trabajado en el huerto. El ya lleva una prueba en sus manos, que consiste en una planta de acelga, que ha cosechado en  el huerto y acompañado de su querida esposa, seguramente se la cocinarán para cenar.


Ahí quedan en Villalangua, Víctor que con su esposa viven la cena de un hermoso país e Isidoro Gil, que con su esposa Pilar cocinan sus sabrosos platos en la Posada de Villalangua( como la taza que nos regaló de salmorejo), esperan que por Villalangua lleguen visitantes de todo el Mundo.

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