lunes, 14 de enero de 2013

Ríos y casas en la Montaña




En las riberas de los ríos y entre los carrizos, las cañas y los sauces vuelan las libélulas; a veces se posan sobre algún nenúfar del estanque, pero la libélula marividiana, más inquieta que otras, vió en el tronco podrido de un álamo viejo, una objeto como un paraguas blanco; se ponía sobre él y su tacto era suave y grato su olor, pero cuando estaba de ellos gozando, se abrió en el sombrerillo del hongo, pues hongo era, que no paraguas, como una ventana y asomó por ella un enano o un gnomo. La libélula voló y el enano se encerró, pero desde entonces los vuelos lúdicos se tornaron en vuelos de curiosa observación; vio a otros gnomos que venían a visitar al del río y cuando llegaron, les siguió y siguió tras ellos hasta la Montaña, pues montañeses eran y vio como sus casas fungiformes, tenían aspectos variadísimos y el blanco de los hongos de chopo se convertía en arcoíris de sombrerillos, de tejados de las casas de los “nanetes” de Hecho y de los follets de Benasque; se paraba sobre los tejados, les hacían cosquillas o “morisquetas” con sus extremidades y ¡venga a echar esporas! . Las libélulas, como ésta, tienen hijos muy guapos, muy listos y muy “volanderos” y ¡claro!, la “lula” le avisó  a su hijo,y éste hizo un trabajo tan brillante, que en Holanda, verde como Echo, pero llano como la palma de la mano, se enteraron y le querían dar un premio.

Se hizo un agitar de alas de las libélula y de las aspas de Molino,  de las amanitas  faloides y de los boletus edulis, salieron los gnomos, gritando:¡Hurra, hurra!.Y yo me quedé admirado, al tiempo que esclamaba: ¡Ay que jodese!.

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