jueves, 3 de enero de 2013

El mozo somontanés, resucita en la mente de su padre

Bierge (Huesca)
 
 
 
José Calvo Mavilla, con sus apellidos somontaneses, no podía disimular que era de ese Somontano, situado debajo de la Montaña, con sus tozales, sasos, que hacen de él un terreno quebrado y arbolado. No podía disimularlo por sus dos apellidos y por los recuerdos de su niñez, en los que escuchaba cantar a la chincharana, que con su chinchín, avisaba de la cercanía de una raposa o “rabosa”, de un bobó, craveret o de otra ave nocturna. Por todas partes aparecen unos árboles rústicos como las carrascas y en las zonas cultivadas, se alzan las almendreras o almendros, y en los huertos se crían nogales o nogueras y granados o minglaneras. Es una zona maravillosa para el turismo,  pues por ella baja el río Vero, entre otros muchos pueblos por Alquézar  y Colungo. En este pueblo se encuentra una presa en el río, donde la dirigían los Rufas,  parientes de los Rufas de Bierge, donde nació José,  cerca de la Casa de Los Rufas, que han dado su nombre a una Sierra. Le daba gusto en su niñez vivir en plena Naturaleza, porque cuando querían con sus paisanos, que lloviera, cantaban “Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que llueva un chaparrón, con azúcar y turrón”. Como escribo en mi artículo COLUNGO, digo lo siguiente:”Qué felices son cuando caminan por debajo de las oliveras, almendreras, avellaneras, caichigos y  cereceras, llenas de frutos en su tiempo y de “pácharos”, que acceden a ellos a comer dichos frutos con verdadera ansiedad”.  
Pero José fue creciendo y tuvo que trabajar de albañil, desde Bierge a Sariñena y tenía la agilidad de que disponen los pájaros, para ir de rama en rama, que él imitaba colocando y subiendo y bajando por loa andamios. Tenía novia a la que quería como los pájaros se aman entre sí, porque yo conozco a un hijo de Colungo, cercano a Bierge que “no puede olvidar sus raíces campesinas que le hacen acordarse de relacionar el canto de los pájaros con el tiempo y con el trabajo”.
Yo, como nací en el Somontano y viví en él, al pasear estos días entre la Navidad y el Año Nuevo de 2013, me recreaba en Siétamo, con aquella Naturaleza, en que vivían los árboles, los animales, como los jabalíes, las “rabosas” y corrían la aguas que brotaban en las fuentes para ir a parar al río Guatizalema; pero aquella vida me puso en mi memoria el recuerdo de los muertos. Me acordaba de mi padre Manuel y de mi madre Victoria y de todos los vecinos de Siétamo, que se fueron marchando de este mundo y me miraba al Cementerio, rezándole al Señor una oración por su resurrección.
Igual le debió pasar al padre de José, al que me encontré en la calle y le dije si quería venir conmigo a tomar un café; me respondió que no podía porque tenía que ir a ver a su hijo al Cementerio de Huesca.
Todas las generaciones humanas vamos desapareciendo, pero lo peor es que se vayan antes los jóvenes, como José, porque dejan a sus padres entristecidos y y no pueden olvidar a sus hijos, cuyo porvenir no podrán contemplar.
Los difuntos no pueden hablarnos porque sus lenguas se deshicieron y tampoco pueden escucharnos porque sus oídos no pueden oírnos, pero Dios es Todopoderoso y tiene proyectado que un día nos encontremos, porque en el Padre Nuestro rezamos: “Y no nos dejes caer en la tentación,  MAS LIBRANOS DE TODO MAL”.

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