Bierge (Huesca) |
José Calvo Mavilla, con sus
apellidos somontaneses, no podía disimular que era de ese Somontano, situado
debajo de la Montaña, con sus tozales, sasos, que hacen de él un terreno
quebrado y arbolado. No podía disimularlo por sus dos apellidos y por los
recuerdos de su niñez, en los que escuchaba cantar a la chincharana, que con su
chinchín, avisaba de la cercanía de una raposa o “rabosa”, de un bobó, craveret
o de otra ave nocturna. Por todas partes aparecen unos árboles rústicos como
las carrascas y en las zonas cultivadas, se alzan las almendreras o almendros,
y en los huertos se crían nogales o nogueras y granados o minglaneras. Es una
zona maravillosa para el turismo, pues
por ella baja el río Vero, entre otros muchos pueblos por Alquézar y Colungo. En este pueblo se encuentra una
presa en el río, donde la dirigían los Rufas, parientes de los Rufas de Bierge, donde nació
José, cerca de la Casa de Los Rufas, que
han dado su nombre a una Sierra. Le daba gusto en su niñez vivir en plena
Naturaleza, porque cuando querían con sus paisanos, que lloviera, cantaban “Que
llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se
levantan, que sí, que no, que llueva un chaparrón, con azúcar y turrón”. Como
escribo en mi artículo COLUNGO, digo lo siguiente:”Qué felices son cuando
caminan por debajo de las oliveras, almendreras, avellaneras, caichigos y cereceras, llenas de frutos en su tiempo y de
“pácharos”, que acceden a ellos a comer dichos frutos con verdadera ansiedad”.
Pero José fue creciendo y tuvo
que trabajar de albañil, desde Bierge a Sariñena y tenía la agilidad de que
disponen los pájaros, para ir de rama en rama, que él imitaba colocando y
subiendo y bajando por loa andamios. Tenía novia a la que quería como los
pájaros se aman entre sí, porque yo conozco a un hijo de Colungo, cercano a
Bierge que “no puede olvidar sus raíces campesinas que le hacen acordarse de
relacionar el canto de los pájaros con el tiempo y con el trabajo”.
Yo, como nací en el Somontano y
viví en él, al pasear estos días entre la Navidad y el Año Nuevo de 2013, me
recreaba en Siétamo, con aquella Naturaleza, en que vivían los árboles, los
animales, como los jabalíes, las “rabosas” y corrían la aguas que brotaban en
las fuentes para ir a parar al río Guatizalema; pero aquella vida me puso en mi
memoria el recuerdo de los muertos. Me acordaba de mi padre Manuel y de mi
madre Victoria y de todos los vecinos de Siétamo, que se fueron marchando de
este mundo y me miraba al Cementerio, rezándole al Señor una oración por su
resurrección.
Igual le debió pasar al padre de
José, al que me encontré en la calle y le dije si quería venir conmigo a tomar
un café; me respondió que no podía porque tenía que ir a ver a su hijo al
Cementerio de Huesca.
Todas las generaciones humanas
vamos desapareciendo, pero lo peor es que se vayan antes los jóvenes, como
José, porque dejan a sus padres entristecidos y y no pueden olvidar a sus
hijos, cuyo porvenir no podrán contemplar.
Los difuntos no pueden hablarnos
porque sus lenguas se deshicieron y tampoco pueden escucharnos porque sus oídos
no pueden oírnos, pero Dios es Todopoderoso y tiene proyectado que un día nos
encontremos, porque en el Padre Nuestro rezamos: “Y no nos dejes caer en la
tentación, MAS LIBRANOS DE TODO MAL”.
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