Cuando veo y recuerdo
aquellas ruinas y aquellos cadáveres sin enterrar todavía en los caminos y en
el monte de Siétamo, me pregunto ¿cómo podrían sus hijos volver a levantarse
para que el pueblo resucitara?. Antoñito del Herrero cogía, con los demás niños, los balines que
por el suelo repartieron los fusiles de unos y de otros. Antonio Bescós, al que
todo el mundo trataba de “Trabuco”, cuando volvió desde su condición de prisionero
a la vida civil, tenía que ir a trabajar unas veces en Huesca, a donde llegaba
caminando y más tarde en Siétamo, en Regiones Devastadas. Pero nunca perdió el
humor, que le prolongó su vida y le dio periodos felices con su matrimonio y
con su hijo. Encontré entre mis papeles uno que al leerlo me recordó que fue
Antonio Bescós el que un día cualquiera me lo dictó. Narra la letra de esa
canción la derrota de unos milicianos, huyendo desde España hasta Francia y
mezcla el sufrimiento que tuvo que pasar con sus compañeros, con notas de humor
que le hicieron posible superar esos días de horror. Antonio, al dictarme su
canción, la cantaba y se expresaba así:
”Somos los tristes refugiados-que a este campo venimos- de tanto andar, hemos
pasado la frontera-con nuestro ajuar, mantas, macutos y otras yerbas.-Un
poquito de humor hemos salvado- de luchar contra el fascio invasor- y en la
Playa de Argelés Sumer- nos fuimos a encerrar para comer”. Después se acuerda
de lo bien que lo pasaba en España, diciendo: ” Y hoy pienso que hace sólo tres
años,-España era una nación feliz, libre y obrera,- abundaba la comida, no
digamos la bebida, el tabaco y el papel,-había muchas diversiones, la paz en
los corazones y señoritas a granel”. Pero después de soñar con su feliz pasado,
sigue diciendo: “Hoy, que ni cagar podemos sin que venga un mojamé- y nos trate
como a presos y nos grite a los soldados: allez, allez, allez. Y sigue
describiendo los horrores que tenían que pasar él y sus compañeros, diciendo:
”Vientos, ladrones de maletas, arena y
mal olor-sarna en los barracones y fiebre y dolor.-Colas para buscar dos litros
de agua,-de leña y de carbón,- alambradas para tropezar buscando tu “chalet”- y
por todas partes por donde vas- te gritan por detrás:¡ allez, allez,
allez!”.Tuvo suerte Antonio, pues un tío
suyo General del Ejército,lo liberó de seguir siendo un prisionero, como lo fue
en Francia. Es que era una persona inquieta por la religión, ya que si hubiera tenido dineros para estudiar,
se hubiera consagrado sacerdote. Tenía también un humor extraordinario, pues en
cierta ocasión, cuando trabajaba en Regiones Devastadas en la Iglesia de
Siétamo, se subió al púlpito y empezó a predicar a sus compañeros, diciendo: “
¡Oh amigos míos, tenemos que estar contentos porque este trabajo no nos apura y
así como mi compañero en la escuela José María Javierre, subirá en el
escalafón eclesiástico, yo ya he alcanzado el grado de sacristán!”.En
esas estaba, cuando llegó el cura de Torres de Montes, que lo apeó rápidamente
de tan alta tribuna. Pero ese incidente
no le rompió su vocación. Y a pesar de que el cura del pueblo le quiso
cobrar un duro por el entierro de su padre, él colaboró gratis en todos
los entierros de su pueblo. Así que todos, se acordaban de él desde allá arriba. Cuando a Don José María Javierre lo
proclamaron Cardenal, fuimos a Roma muchos sietamenses, entre los que
naturalmente se encontraba Antonio Bescós. Tenía ganas de visitar la tumba de
San Lorenzo, al que tantas veces había acompañado en la procesión, en Huesca, y
tenía necesidad de saludar a su
compañero de escuela, que iba a ser cardenal. Al encontrarse en Roma con
él, impulsado por su buen humor, le
dijo: “Monseñor, delante de vuecencia, se encuentra, aunque sin “naveta” ( como llamaban al incensario), el sacristán de la parroquia
donde fue bautizado”. A continuación se abrazaron cardenal con sacristán y éste
le dio dos cajas de castañas de mazapán. Al poco tiempo llegó a la iglesia de
Siétamo, desde Roma, una hermosa casulla
roja. El humor de Trabuco compartido por todos los sietamenses, empezó a redimir a Siétamo.
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