Cuando, hace unos pocos años, se vieron las calles de
nuestras ciudades, recorridas por
numerosos individuos de razas extrañas a
la población de nuestra Península, cierto día paseando por el barrio, bien
abastecido de bares y tabernas de Huesca, entré en una de ellas y pedí un vaso
de vino. El dueño era un hombre joven, de rostro europeo, pero con unos ojos negros y su piel morena.
Con gran amabilidad me dijo que no podía servirme vino, porque él era musulmán.
Yo sentí no poder hacer uno de esos pequeños tratos comerciales, entre el
pakistaní Imdad y yo mismo. Le pedí
permiso para entrar a orinar en el retrete y con gran amabilidad, aprobó un pequeño
trato conmigo, pues entré y eliminé esas aguas sobrantes en mi cuerpo. Al
despedirme le di una propina, para mostrarle mi agradecimiento a su bondad,
pero no aceptó ese donativo, hasta que lo convencí de que no era una limosna, sino
una demostración de mi agradecimiento.
Imdad, era un pakistaní, de una
nación fundada en 1947, con capital en Islamabad. Es un país que sube hasta las
montañas del Himalaya, limitando con China y que baja hasta el Golfo de Omán
en el Pacífico, donde el calor es enorme. Limita además con Afganistán, Irán y
está en líos de frontera con la India. La religión musulmana de los
pakistaníes, fue la que hizo separar a estos dos países. Aquella tierra es de
lo más variable del mundo, en climas, paisajes, razas y religiones y su pueblo
ha tenido que luchar y sufrir mucho tiempo.
No es extraño comprobar el
carácter de los pakistaníes, pues el nombre
de su patria, llamada Pakistán, quiere decir “tierra de hombres puros”. Cuando
le di el euro, noté un agradecimiento enorme, porque a lo largo de su vida, si
no fuera algún pariente, en su lejana tierra, nadie le había dado nada. No
quería recibir el euro, pero al fin lo
aceptó y siempre me ha manifestado su agradecimiento. Es Imdad una persona
oriental, con una amabilidad extraordinaria y con un aspecto agradable, muy
semejante al de un europeo, pero que se distingue su piel por el agradable
color del café, que se extiende sobre su rostro.
Yo, de vez en cuando, paso por su
Bar y él me recibe con amabilidad oriental y con cierto cariño y por desgracia
ya casi le han abandonado sus parientes y amigos, que están tan lejos del Bar
que dirige en “El Tubo”. No tiene a
nadie de su país, pero cuando yo llego a su local, me invita a un café y
enchufa en la televisión un disco, en que se oyen las voces, de sus paisanos, que se ven unas
veces cantando, otras veces hablando, acompañados por músicas, que me recuerdan
las de Andalucía. Provocan sonidos con tambores, timbales y palos, que
convierten en bellos, esos sonidos, mezclados con los de sus pechos . Producen una música
celestial, pues está llena de paz, que
el pueblo busca para su tierra y los políticos convierten en guerra.
Allí estamos mi amigo y yo
recordando su tierra, unidos con ese deseo de Paz, tomándonos un café y
deseándole que sea muy feliz y que se traiga una novia de su tierra.
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