En las riberas de los ríos y
entre los carrizos, las cañas y los sauces vuelan las libélulas; a veces se
posan sobre algún nenúfar del estanque, pero la libélula marividiana, más
inquieta que otras, vió en el tronco podrido de un álamo viejo, una objeto como
un paraguas blanco; se ponía sobre él y su tacto era suave y grato su olor, pero
cuando estaba de ellos gozando, se abrió en el sombrerillo del hongo, pues
hongo era, que no paraguas, como una ventana y asomó por ella un enano o un
gnomo. La libélula voló y el enano se encerró, pero desde entonces los vuelos
lúdicos se tornaron en vuelos de curiosa observación; vio a otros gnomos que
venían a visitar al del río y cuando llegaron, les siguió y siguió tras ellos
hasta la Montaña, pues montañeses eran y vio como sus casas fungiformes, tenían
aspectos variadísimos y el blanco de los hongos de chopo se convertía en
arcoíris de sombrerillos, de tejados de las casas de los “nanetes” de Hecho y
de los follets de Benasque; se paraba sobre los tejados, les hacían cosquillas
o “morisquetas” con sus extremidades y ¡venga a echar esporas! . Las libélulas,
como ésta, tienen hijos muy guapos, muy listos y muy “volanderos” y ¡claro!, la
“lula” le avisó a su hijo,y éste hizo un
trabajo tan brillante, que en Holanda, verde como Echo, pero llano como la
palma de la mano, se enteraron y le querían dar un premio.
Se hizo un agitar de alas de las libélula
y de las aspas de Molino, de las
amanitas faloides y de los boletus
edulis, salieron los gnomos, gritando:¡Hurra, hurra!.Y yo me quedé admirado, al
tiempo que esclamaba: ¡Ay que jodese!.
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