Me  han dejado el libro titulado “Paseo por el recuerdo”, con textos de Ramón  Lasaosa y fotografías de Pepe Navarro. En el capítulo DE RE MORTIS, escribe  :”Hablar de la muerte es hablar de la vida, de la trascendencia, de la  eternidad. Hablar del cementerio, de la ciudad de los muertos, es hablar de la  ciudad de los vivos”Al leer esas afirmaciones, me acuden a la memoria multitud  de recuerdos de los muertos que he encontrado en mi vida, unos en iglesias,  otros en los cementerios y otros en cualquier lugar del monte. Tengo también los  recuerdos de la vida  de los vivos  con respecto a los enterramientos, a las sepulturas, que transmiten a los  hombres y mujeres, pensamientos trascendentes que nos hacen pensar en la vida  eterna. Todo  el mundo se  acuerda  de  qué ha de morir y por eso es frecuente escuchar,  como le piden a una Santa:  ”Santa Ana, buena muerte y poca cama”. Debajo de la Iglesia Parroquial de Siétamo, está  abandonado un antiguo cementerio, que se  trasladó más lejos de las viviendas, al monte, cerca del Fosal de Moros.¿Cómo  nos acordamos los que todavía quedamos vivos, de recordar que otros hombres y  mujeres, de otras religiones, tuvieron su fosal  en Siétamo?. Al ver las tumbas abiertas  en un yermo,  por las ruedas de  tractores, nos inspira  respeto el  contemplar como todas las fosas están dirigidas hacia el Oriente, como buscando  al Ser Supremo en La Meca.
En  la puerta por la que  al cementerio  se entraba, unos para salir y otros para quedarse en su tierra, veía yo,  con cierta frecuencia a la Señora Juana  Periga, ya antes de la Guerra Civil y me parecía que rezaba por los difuntos,  allí enterrados, pero parece ser que también tenía en cuenta a los difuntos del  pueblo donde había nacido, a saber Santolaria la Mayor, que se divisa desde esa  puerta.  Efectivamente rezaba por un  gaitero, pariente suyo, cuya gaita se acabó y despareció, pero a mí me parece un  sueño el  ponerme a tratar de  escuchar su sonido, que es vida y que despierta en mí el recuerdo de que hay  lugares, en que Dios goza con la música de los hombres que han pasado por la  vida. Yo, con mis cinco años, le llevaba a su casa un pan y ella, agradecida, me  hacía sentar al lado de una mesa en su hogar y me sacaba un vaso de agua fresca,  recién traída de la fuente y me la endulzaba con una cucharada de azúcar. Yo,  gozoso, la gozaba y pensaba en esta vida, con sus alegrías, como la de tomar  azúcar y la trascendencia de ver rezar a la abuela en la puerta del hoy  desaparecido cementerio. Pero luego llegó la tristeza de la Guerra Civil, en que  tantos murieron por las armas y quedó  destruida  la  casica de la  señora Juana, cuyo solar está ahora  ocupado por el Ayuntamiento de Siétamo. ¡Cuantos muertos quedaron en Siétamo por  los cementerios y por sus campos!. Murieron de uno y otro lado, como fue  sacrificado el “Padre Jesús”, del que se ha hecho pública una hermosa fotografía  en que aparece con su rostro sereno, sobre su camisa sin cuello porque debía, en  su convento, llevar un hábito.  Sus  manos estaban atadas a su espalda y esperaba con una sonrisa su muerte  de hombre convertido en mártir. Allí  creo que está su sepultura improvisada, esperando que alguien descubra cual fue  su personalidad, que causa el respeto de la gente y mientras tanto él gozará de  la eternidad, en la Corte Celestial. En el Cementerio de Huesca fue fusilado el  concejal republicano, señor Santamaría, pero no murió, sino que arrastrándose  por el suelo, llegó a la vía del tren, donde fue encontrado y rematado a  tiros.
El  hombre con sus guerras y éstas con sus muertos son la negación de la vida de los  hombres, que no quieren que se haga  Justicia entre ellos, sino que olvidando la ética, la ciencia y la  cultura,  la religión y la buena  política, sólo sueñan con una utopía revolucionaria y alocada, que despreciando  la vida que tienen los hombres, los eliminan para conquistar el poder y  permanecer en él.   
Y  tratan de abandonar, como he escrito la ética, la ciencia y la cultura,   la religión y la buena política y  ya no quieren la literatura ni el arte auténtico. Pero ahora, como dice el Salmo  segundo; ” ¿Por qué causa se han embravecido tanto las naciones: y los pueblos  maquinan vanos proyectos?”. Hanse coaligado los reyes de la tierra; y se han  confederado los príncipes contra el Señor…Rompamos, sus ataduras y sacudámonos  lejos de nosotros su yugo” . Y el dinero se ha convertido en el “primum movens” de los hombres. No hay que temer a los enemigos de la ciencia y de la cultura,  de la ética y de la religión, porque su yugo se acabará. Por eso hay que ir  a  los  cementerios, para ver  que la vida no dura sólo el tiempo en que nuestro cuerpos están  vivos y tomaremos conciencia de que hay  un paso posterior después de la vida a la muerte, después de convertido nuestro  cuerpo en “polvo de la tierra”, viviremos un vida espiritual. Mi pariente el tío  de José Antonio Llanas Almudévar, tuvo esa inquietud y una noche la pasó en el  cementerio de Huesca, y allí se introdujo en un nicho vacío, al lado, sobre y  debajo de otros, ocupados por cuerpos humanos,  a comprobar si percibía alguna  sensación.  Parece ser que no oyó  ningún sonido material, pero su espíritu se debió de inflamar, porque al salir  del nicho, contempló la bella figura pétrea de una joven,  a la que no pudo resistir un impulso de  amor,  puesto que besó a  la bella y fría estatua. Un guardia  civil retirado me ha contado, al oír la aventura de Llanas, que estando de  servicio en Bilbao, pusieron una bomba en un monolito y a él y a otro compañero,  los hicieron quedar de guardia en el cementerio, aquella noche. No entraron por  la puerta, sino por la pared derribada por la explosión de la bomba y su  compañero se quedó helado porque la capa se le quedó sujeta por algún trozo de  la derribada pared. Tal vez pensó que algún muerto le había sujetado, Por la  noche no paró de llover y mi amigo se metió en un nicho vacío, donde pasó la  noche. Y un muchacho,  al que  llamaban el “tonto  de  Pueyo”, durante la Guerra Civil,  mientras los hombres trataban de matarse mutuamente, él se ocultaba en un nicho  del cementerio. 
¡Cuantos durmieron en el cementerio de Huesca en las  noches en que estaban allí para matar, cuando alguno se daba cuenta de que ya  había en el lugar, multitud de difuntos!
El  lugar de la paz, el cementerio, se convirtió en un centro de guerra de tal  manera que los oscenses, que estaban cercados dentro de la ciudad, no podían  enterrar en él y tenían que hacerlo en el cementerio de Las Mártires, donde  casi en su entrada hay una tumba donde  yace un Almudévar Liesa, con la cruz destrozada y la lápida medio enterrada. Yo  también me declaro culpable de mi abandono ante un muerto con el mismo origen  que yo. Tal vez pensamos que el polvo de su cuerpo no le estorbará su vida  espiritual en el otro mundo. Pero a escasa distancia se encuentra el obelisco  dedicado al Republicano Manuel Abad y a sus compañeros,  que fueron ejecutados en Huesca, después  de intentar establecer la República en España. En una lápida pone: “A la memoria  de Manuel Abad y sus compañeros”.Y en otra, “Los cuerpos que aquí yacen unidos  al varonil espíritu que latirá en los Anales de la Gran Epopeya  Revolucionaria española, formaron una  partida en las Cinco Villas bajo la enseña de Patria y Libertad “Fue Manuel Abad  hecho prisionero en Casa Almudévar del vecino  pueblo  de Siétamo, en Octubre de 1848. Mi  difunta abuela quiso aplicarle en su casa el derecho de hospitalidad pero lo  tuvo que entregar, diciéndole al capitán que no lo condenaran a muerte. Pero la  muerte nos alcanza o alcanzará  a  todos los vivos.  
Yo,  desde pequeño, sentí curiosidad por los muertos y antes de la Guerra Civil, un  joven de unos catorce años, con su bicicleta se agarró a un camión, dándose un  golpe, que le produjo la muerte de su cuerpo. Antes en Siétamo, mientras se  celebraban los funerales, depositaban al difunto dentro de su caja, sobre una  mesa, en los porches de la iglesia. Yo quería verlo y la niñera, entonces la  joven Amparito  me levantó, mientras  otro joven abría la tapa de la caja. Me quedé impresionado al contemplar unos  enormes ojos abiertos, que miraban sin ver. Al poco tiempo de su muerte, no  hicieron  falta grandes ojos para  ver la cantidad de muertos por las calles del pueblo, criminalmente muertos por  unos y por otros. Después de la Guerra llegó por Siétamo una bella mujer,  acompañada por un hombre. Dijo que quería ver donde estaba muerto su marido y el  cura, acompañado por el sacristán Antonio Bescós, alias “Trabuco” y por un “mozo  de jada”, llegaron al lugar donde afirmaban que estaba enterrado su esposo, lo  encontraron y al verlo, se lanzó el acompañante de la bella viuda y abriendo el  pequeño bolsillo relojero, le sacó un reloj. Allí se acabó el respeto a los  muertos, porque obtenido el botín del muerto, se marcharon sin enterrarlo  siquiera. Ante esta situación exclamó el cura:  el muerto al hoyo y el vivo al bollo. 
Cuando era todavía un niño, acudía al Colegio de San  Viator y los viatores nos llevaban a confesar a San Pedro y desde la cocina de  casa de Llanas, en compañía de mis primos, observaba por una ventana los  Claustros de San Pedro, que se pueden considerar como un auténtico monumento  funerario. Estuvo abierta, al culto cristiano, durante la época en que loa  árabes gobernaban en Huesca. En la Sierra de Guara se encuentra dólmenes de la  Edad del Bronce y en el mismo Somontano, en Siétamo, por ejemplo, se encuentra  en el lugar donde acababa el miliar quinto,  una tumba romana, que a pesar del  abandono, allí permanece, indicando como la cultura romana nos absorbió. En las  Claustros de San Pedro, en la tumba de Ramiro el Monje, colocaron  un sarcófago romano Tal vez esta  colocación de un sarcófago de un cónsul de Roma en Huesca, en la tumba de un rey  cristiano de Aragón, haya conservado su presencia entre nosotros. Aquí se  confirma la idea de que los cementerios son como la historia de los vivos, con  la intención de conservar recuerdos de la vida humana.
En  el Convento de San Miguel, que según los arqueólogos,  las “necrópolis se situaban en las  principales vías de acceso a la ciudad, por lo que se encontrarían” entre otros  lugares, en el actual Convento de las Miguelas”.  Partiendo de la tradición romana ya hubo  cementerio en épocas como la de San Pedro, que llevó más tarde a Alfonso el  Batallador, en 1110, a marcar el perímetro de la Iglesia de San Miguel y señaló  la creación de un cementerio para enterrar a los cristianos. El Batallador en  una excursión por territorios moros del Sur, trajo a Huesca muchos cristianos,  que estaban sometidos bajo el poder árabe. 
En  muchas tumbas dejaron escritos recuerdos, versos y oraciones más o menos  prolongadas y en otras como en la hermosa lápida de bronce, creada por Ramón  Acín, dice solamente :”Descansó al morir” mi pariente Manuel Bescós  Almudévar,  que es  más conocido como Silvio Kossti. Hay en el cementerio de Huesca una tumba  anónima, sin lápida, pero con una baldosa de gres, sobre la que está escrito,  con tiza:”Espero que exista el otro mundo para poder reencontrarnos  allí”.
Escribe Ramón Lasaosa Susín en “Un paseo por el  recuerdo”:”Entre los siglos XIII y XIV,determinadas capillas y el claustro de  San Pedro acogieron las sepulturas de importantes personas….De esta época, o  quizá algo anteriores, son los enterramientos de Sancho de Orós, Forcius de la  Peña, el monje Raimundo Pérez, doña Milea de Val y María Almudévar”. María  Almudévar era la esposa de Michael de Almudévar, que según me explicó mi  pariente el sacerdote Jesús Vallés Almudévar,era un artesano de la construcción  y está también enterrado en los claustros, con una inscripción frente a la de su  esposa María.
Los  cementerios deben ser lugares de paz y no cuarteles de guerra, como lo fue el  cementerio de Huesca, donde están enterrados nuestros seres queridos, como por  ejemplo mi madre Victoria Zamora Lafarga   y muchas madres de tantos  oscenses. En el cementerio de mi pueblo, Siétamo, tampoco reinó la paz pues  desenterraron en él a varios  sietamenses y después de la Guerra,  aparecieron cadáveres de hombres de  ambos bandos, sin enterrar, dentro del fosal.
Como escribió Gustavo Adolfo Bécquer, “Ante aquel  contraste –de luz y de sombras-de vida y misterio-medité un momento-¡Dios mío,  que solos se quedan los muertos!”. Y yo escribo : ¡que solos estamos los vivos, con la  ausencia  de los  muertos!