Hay personas que por su profesión
tratan continuamente con los números, tanto que a veces se les “bailan” en el
cerebro haciendo su huelga particular, perdiendo la frialdad que les
caracteriza y entrando en juerga, hartos de ser manipulados en contantes sumas,
restas, multiplicaciones y divisiones. Están los pobres números hartos de
cuadrar y de ser cuadrados y se sublevan y se “rebailan” con gran regocijo para
ellos y enorme confusión y enojo para el cerebro, ya mecánico, ya humano que trata de someterlos a la exacta
e implacable disciplina de las matemáticas.
Hay profesores que pueden
mantener disciplinados a veinte o treinta alumnos, y hay líderes y dictadores
que someten a disciplina a millones de personas. De la misma manera hay
cerebros que con la ayuda de los dedos de las manos controlan hasta el número
diez; los hay más aventajados que pueden llegar a dominar veinte números, ayudándose,
además, con los dedos de los pies, y algunos a veintitrés contando las dos orejas y la
nariz. De la misma manera que hay dictadores que con la colaboración de
máquinas infernales dominan una turbamulta de números con la ayuda de
máquinas electrónicas, que también
llevan el camino de ser nuestras dictadoras.
A mí los números no me engañan,
porque no he intentado nunca hacerlos
trabajar; para mí son amigos, como las letras y cuando los veo no me pongo
serio, como todo el mundo, al entrar en contacto con ellos, sino que me causan
gracia y mi imaginación se pone a jugar con ellos. El I romano, es para mí, un
niño o un soldadito, y si pongo uno detrás de otro, son dos niños o tres o cuatro o una fila de
niños en procesión o una línea de soldados en formación. Si hago el uno corriente
es como si todos los niños o soldados se hubiesen colocado una visera. Si veo
un 2, me parece ver un cisne, y aunque sé de memoria que “dos y dos son cuatro,
cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis”, yo veo un cisne, dos
cisnes, tres cisnes, un ballet de cisnes. El tres me hace pensar en un trío
musical, en una troika rusa, en un triunvirato romano, en un triángulo de
percusión, en un triángulo masónico, en el de las Bermudas; en Pitágoras, en un
fraile trinitario, en la Trimurtí india
y en el Misterio de la Santísima Trinidad.
Hubo en tiempos pasados alguien
que quiso desacreditar al tres y sacó aquello de que “tres eran tres, las hijas
de Elena; tres eran tres y ninguna era buena”. No sé cómo serían las hijas de
Elena, pero yo no veo al tres implicado en su buena o mala conducta. El cuatro
es una “silleta” de iglesia o el marco de un cuadro y además, con un seis y un
cuatro, se saca “la cara de tu retrato”. Para los niños el cuatro es muy
simpático, pues a todos les han cantado “cuatro
esquinitas tiene tú cuna y un angelito en cada una”.
El cinco representa el
equilibrio, porque es el más centrado, no en vano hay un “cinco malo”. Además
es el más fácil de multiplicar y muy fácil de sumar. Además hay una canción
infantil que a Rodríguez de La Fuente le hubiera encantado y que dice “cinco
lobitos tiene la loba, cinco lobitos detrás de la escoba, cinco tenía y cinco crio y a los cinco lobitos, de comer les dio”.
El seis tiene la frente muy
amplia y un ojo muy despejado; representa la media docena y en el juego del
Dominó y de los Dados, es un número señor.
El siete parece un uno con pajarita,
para disimular su humilde aspecto, pero es el número que encierra más arcanos y el que más sorpresas
depara. Es el número de mi devoción, pues nací en un pueblo que se llama Siétamo
o Sieteno (que en fabla aragonenca es
séptimo). Dios hizo el mundo en siete días y setenta veces siete es el número
de los elegidos. El candelabro del Templo de Salomón tenía siete brazos, tantos
como cabezas tenía la bestia del
apocalipsis, sobre la que se sentaba la prostituta que ofrecía veneno en una
copa de oro. Siete vidas tiene un gato, ¡marramamiaú, miau, miau!, siete vidas
tiene el gato, siete vidas tiene el gato, que resucitó al olor de la sardina.
Ha habido varias guerras de los Siete Años, entre ellas la
nuestra, la primera guerra carlista. Y me acuerdo de la Leyenda de los Siete Sabios y del cuento de
“Blanca Nieves y los siete enanitos” y de los “Siete cerditos y el lobo feroz”.
El que quiera jugar puede hacerlo al Siete y Medio. La Biblia nos habla de
siete años de vacas gordas y siete de vacas flacas. Si ahora nos encontramos en
este último período, nos queda el recurso de encomendarnos a los Siete Dolores de
la Virgen y el de contraponer a los siete pecados capitales, otros siete
virtudes. Si Castilla tenía el Código de las Siete Partidas, Aragón tenía el
Consejo de los Siete de la Rota, que colaboraban con el Justicia Mayor. Y así
como Joaquín Costa le echaba siete llaves al sepulcro del Cid, yo le echo siete
llaves al número siete.
El número ocho tiene su cabeza
mirando al cielo y su abdomen en el suelo, mira igual a un lado que a otro, es
un número muy equilibrado, muy rechoncho, muy señor y muy satisfecho de sí
mismo, pues la gente dice que aquel que está ufano, está “más hueco que un ocho”
El nueve, por ser el más elevado,
tiene muy desarrollada su cabeza y el cuerpo de asceta.
Pero todos los números viven en
perfecta democracia; no hay ninguno que se quiera imponer a los demás, porque
saben que colocándose el uno, un cero a la derecha, sobrepasa al nueve, y si
éste hace lo mismo, el uno se coloca dos ceros y esta lucha por el poder saben
que es absurda, porque no acabaría nunca, como pasa entre los hombres. Así que
cada número representa su papel; cada uno hace lo que sabe, y de esa conjunción perfecta y contando con la
colaboración del cero, aspiran a alcanzar el infinito.
De esta forma el cero, que para
algunos no representa nada, es el meollo
de la cuestión numérica; es el
más despreciado, pero el más centrado, el que se ha encontrado a sí mismo, el
más redondo y el más colaborador.
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