Memoria, entendimiento
y voluntad. A mi memoria se han acercado recuerdos un tanto confusos. En los
cementerios, en las lápidas en que está escrito el nombre de algún ser humano, se
añaden una multitud de recuerdos al Creador, a la vida pasada de los hombres y
mujeres, a las estrellas y planetas, que tanto nos hacen meditar. Yo pensaba en
tres tumbas soñadas, en las que estaban escritas en cada una de ellas, empezando por la primera, la palabra
Memoria, otra en la que ponía Entendimiento, y una tercera que estaba acompañada
por la palabra Voluntad. Ya no las encontré, porque no me acuerdo cuando soñé
semejantes tumbas. Pero mi memoria se apegó a su recuerdo y soñé lo que pasaba
en una pequeña iglesia parroquial en la que unos rezaban y se lamentaban,
llegando incluso algunos a llorar, delante de las tumbas que llenaban el
pequeño cementerio, entre tanto otros, debajo de la bóveda, que no era muy
elevada, llegaban a cantar “De profundis” populares, acompañados por sonidos de
unas pequeñas campanas, que colgaban de los techos y que hacían sonar tirando
de una cadena que ponía en movimiento un aparato de engarces de hierro, que
corría, hasta hacer escuchar el din…don, din…don, din …don de las pequeñas
campanas, porque no eran ni grandes ni del tamaño de las campanillas. Uno de
los que tiraban de una cadena, era alto,
de media edad y soñé su nombre, que era el de Marquer y a su lado estaba su
hija de unos dieciocho años, y yo les oía cantar una letra semejante a la de
aquella jota de Leciñena, que dice así: ”Si con lágrimas pudiera, resucitar a
mi madre- iría a la sepultura- a llorar gotas de sangre”. En medio de aquellos
sueños, creí ver las tres tumbas en las que ponía Memoria, en la primera,
Entendimiento en la segunda y Voluntad en la tercera. Al despertarme un tanto
extrañado, acudieron a mi memoria muchos recuerdos de nuestros pueblos, porque
éstos, pareen escuchar el “memento homo, quia pulvis es”, ”¡acuérdate, ¡oh!
hombre, de que eres polvo!. Y el hombre lo recordaba porque estaba organizado
para recordar, ya que con él convivían plañideras “ploraderas”, que asistían a
los difuntos, para llevarlos a enterrar y asistían a las familias que se
quedaban sin compañía. Ahora ya casi no se sabe nada de ellas, porque se han
creado sociedades, que se encargan de recoger a los muertos y de enterrarlos, pero yo conozco a una de esas plañideras. Un
día me contó como vestía los difuntos y lo difícil que era poner la chaqueta a
uno de ellos, me relató también los cuatro casos en que los difuntos le crearon
alguna dificultad. Y, ¡cómo lloraba, cuando alguien moría!, pero no eran
lágrimas hipócritas, sino sentidas. Yo me acuerdo del Día de las Almas o Día de
difuntos, en que el sacristán, Antonio
Bescós, tocaba las campanas cada hora y con su sonido lento, hacían trabajar
las memorias de los vivos. ¿No serían los sonidos de las campanas en esa
pequeña iglesia, como recuerdos de
aquellos que hacía sonar Bescós, cada hora, el Día de Difuntos?. Iban los
vecinos del pueblo y los que venían de fuera, a pedir por algún pariente suyo,
al cementerio y allí reunidos rezaban el Rosario y por todas partes, cuando
subían y cuando bajaban, encontraban calaveras, construidas con calabazas y por
sus ojos salían los rayos de la luz de velas encendidas. Un Día de difuntos, por
la noche, pasaba yo por la carretera que de Novales sube a Huesca y en medio de
ella, vi una luz extraña, paré y cogí una calavera de calabaza, con su vela
dentro. Todavía se siguen colocando recuerdos a los muertos, hechos vaciando
calabazas e iluminándolas con velas. En Sariñena cantaban. “En la tumba de unos
padres- no hay una flor que se seque-mientras que tenga unos hijos-que con su
llanto la rieguen”.
Parece que he encontrado
el sentido de la Memoria de la primera tumba, pero ahora debo buscar el Entendimiento,
que exponía la segunda. La Memoria me ha dado material para poner en marcha ese
Entendimiento; ahora “el morir tenemos, ya lo sabemos”, pero el entendimiento
piensa no sólo en el fin de la vida, sino también en su origen. No muere
todavía la especie humana sino que van muriendo sus componentes, que son
sustituidos por vidas nuevas y es por tanto el momento de que el Entendimiento,
piense en el origen de esas nuevas vidas, pero la vida es múltiple de formas,
ya que existen multitud de seres vivos, unos, plantas, y otros animales. Aquellas
tienen una vida botánica, en tanto los animales obedecen a sus instintos,
mientras que los hombres están preparados para ser libres, ya que unos creen en
Dios, otros no lo hacen y tienen un pensamiento y un entendimiento libre.
Teilhard de Chardin ha escrito sobre el origen del hombre y éste usa el
entendimiento para buscar su origen, y para alcanzar una vida mejor. Muchos no
piensan y se entretienen con el baile, con el fútbol, con el juego o tratando
de enriquecerse para vivir mejor, pero no para ayudar a su prójimo y para que
éste piense. En tanto existen hombres que piensan y que han descubierto que aparte
de la materia está la antimateria, cuya existencia y misión no han podido
aclarar.Es un gran misterio para los hombres de la calle, que no sabemos cómo
un Ser Todo poderoso nos gobierna y nos deja libertad para investigar
modestamente la Luna, Marte, las Novas, etc., etc. Estos estudios son sólo el principio que nos conducirá a
conocer el infinito, con la ayuda del Señor, y después de prolongados tiempos.
Pero así como con la palabra Memoria he soñado, estoy haciendo lo mismo con el
Entendimiento. ¡Soñar!, es tan complicado el pensar sobre el origen de la vida,
que uno tiene necesidad de hacerlo.
Parece ser que lo
intentaron el burgalés, que fue obispo de Huesca en 1818, Fray Zacarías
Martínez. Fue un agustino, que estudió ciencias Físico-Naturales en la
Universidad de Madrid y el sabio aragonés Ramón y Cajal, amigo suyo, que se
habían conocido en la Universidad. En una carta, que el histólogo escribió al
obispo, le dice: “No le interese a usted demasiado lo que los histólogos
imaginan para dar del sueño una explicación físico-química o
histo-fisiológica. En realidad, nada se sabe de seguro sobre el tema…”Pero
Cajal no pensaba sólo en el sueño, sino que reclamó a la Real Academia la aclaración
de las diferencias entre sueño y ensueño. Cajal era científico puro, pero igual
que yo he buscado la investigación por el sueño, él la buscaba también en el ensueño.
Es una lástima que no se publicara un
solo libro sobre “el sueño y los fenómenos del ensueño”, porque dicho
manuscrito se extravió durante la Guerra Civil; Ramón y Cajal, como escribe
Virgilio Pérez en el Diario del Alto Aragón del día de San Lorenzo: “anotaba
regularmente el contenido de sus propios sueños y los de las personas que tenía
alrededor”. No sé si Cajal creía en Dios, pero sentía el Evangelio, porque en
una carta, le escribe a don Zacarías Martínez: “le diré, aunque hiera su
modestia, que resplandecen en su libro tres méritos sobresalientes: talento
oratorio cautivador, sólida preparación filosófica y científica, y profunda
unión evangélica, sin la cual las dos primeras, con ser tan altas, serían cual
brillantes flores sin aromas”.
La tercera potencia del
alma es la Voluntad, acto con el que se quiere algo o se aborrece o rechaza y
que equivale al libre albedrío. Después de haber recordado tantos episodios de
nuestra vida y de ocupar el Entendimiento en su análisis, es la Voluntad la
fuerza motriz que mueve el cuerpo y por esa voluntad, queremos y por el deseo
amamos. He visto como el Creador llama al hombre para que investigue el origen
de la vida y los caminos de la luna y de las constelaciones y es que quiere al
hombre, para encontrarse con él y le da las facultades para que prospere en sus
conocimientos y que esa facultad de la Voluntad, que le ha dado, coincida con
la del Señor, cuando decimos en el Padre Nuestro: ”Hágase tu voluntad así en la
Tierra, como en el Cielo”.
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