miércoles, 19 de julio de 2023

El balcón de Velillas.-

 

       


                                                  

Uno de estos días del mes de Julio, fuí a ver las obras recién comenzadas de la Autovía Lérida – Pamplona, que están cerca de Velillas.  Al marchar me acordé de mi amigo José Bailo y de su señora, que viven en dicho pueblo,  fui a saludarlos y  en dicho pueblo me encontré a otro amigo velillense, de casa Lobera, que me invitó a tomar algo para refrescarme del enorme calor que nos envolvía. Nos sentamos en aquella plaza, con su señora y otras vecinas más, que estaban de tertulia y vigilando a sus niños,  que jugaban por aquellas calles y plazas. Me acordé de aquellos tiempos,  ya pasados, en que la gente de los pueblos convivía y se comunicaba y charlaba y se ayudaba, porque ahora se ven  multitudes de gentes, que se acumulan, por ejemplo en las playas y consumen, pero no se comunican por medio de la palabra ni por los hechos. Pero no era yo sólo el que se acordaba de aquellos felices tiempos, sino que al mirar hacia casa Villacampa , que se encontraba al este de los tertulianos, vi pintada en una pared, una figura representativa de aquellos tiempos, porque se trataba de un bello balcón, que algún romántico y amante de las costumbres de su pueblo, lo mandó instalar en la fachada de su noble casa. Me acordé entonces de aquel balcón, adornado por figuras de hombres y de mujeres con largas faldas y entretenidos en juegos populares de aquel entonces. Pregunté que donde se encontraba el precioso balcón, que recordaba la vida del pueblo de hace ya años, vida ya desaparecida, pero no olvidada por mí,  ni por aquellos escasos vecinos de Velillas, que todavía quedan. También uno, en esos momentos sentimentales, se acordaba de la familia Villacampa, de tan noble apellido aragonés, pues tal vez provinieran de los Villacampa de las orillas del río Guarga. Por las mañanas del verano, la dueña y alguna hija  se sentaban en dos sillas de esas pequeñas,  que se llevaban a la iglesia, para arrodillarse o sentarse en ellas y allí en el balcón, cosían por las mañanas en verano,  porque el sol no pegaba en dicho balcón hasta por la tarde; en  invierno  se calentaban en el balcón, cuando, el sol lucía por la tarde en él  y  las calentaba, para esconderse luego. Cuando tiraron la casa, se perdió un pequeño armario de madera con enrejado romboidal y dentro de él, se encontraban documentos, viejas cartas y tal vez escrituras, que tal vez hubieran sido útiles, para enriquecer la historia del pueblo de Velillas, porque ahora los Villacampa, si tienen sucesores, se encontrarán en la “douce France”, como tantos otros hijos de españoles. Pero no me acordaba sólo de los Villacampa, que hace años que se fueron de Velillas, sino que venían  a mi memoria la familia de casa Salillas, los miembros de la casa de Elías, las bellas morenas de casa Antón, las buenas gentes de casa Lobera, las de casa Molinera, donde se casó Ascensión de Bailo, que dejaron con su marido tres hijas y no sé cuantos nietos. Pero al mirar desde la silla de la plaza en la que estaba sentado, me fijé y recordé la noble casa de Luesia, con un enorme y por desgracia ya casi borrado escudo de armas de los Luesia. Pregunté por Antonio San Agustín, que fue durante su vida un gran artesano de la botería, ya que trabajó casi toda vida con el jotero y escritor Pedro Lafuente. La última vez que lo vi, fue en Velillas, pero me dijeron que ya estaba en una residencia de ancianos. Allí coincidirá en sus pensamientos con los míos. Después de dos o tres días de visitar Velillas, me encontré en Huesca con José María Ferrer Salillas. Le conté mi viaje y él me recordó que cuando yo presenté en su pueblo su libro, titulado “Velillas en el Somontano Oscense”, en la pared del salón de Actos del Ayuntamiento, estaba colgado el dibujo del balcón, enmarcado y dibujado por  el artista José Enrique Ortega Cebollero, y que representa dicho hermoso balcón de la casa Villacampa. Se emocionó y me contó la pérdida del armario, que hubiera dado algún dato de la historia de Velillas. El balcón, al tirar la casa, lo guardaron en el Ayuntamiento y en una pared próxima a la casa Villacampa, lo pintaron, y allí está expuesto su recuerdo, porque los vellilenses no pueden olvidarse del bello balcón. 

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