Cuando un cuerpo vibra produce unos sonidos, que en Física llaman ondas elásticas. Unas veces las captamos, pero otras no son audibles por nuestros oídos. A mí me gustaría escuchar “el sonido de la yerba al crecer” en los prados, pero aunque muchos dicen que no lo oyen, yo lo percibo en mi interior, y me suena al amor en la yerba de los mayores y de los niños, y me recuerda la historia de la Ciudad Aragonesa de Jaca, cuando estoy contemplando la yerba que rodea su Ciudadela. Son múltiples los pensamientos que ese sonido me hace percibir, por ejemplo relaciono el verde de la yerba con los ciervos que corren o descansan en lo profundo del foso. Si miras hacia el Sur, intentas ver si puedes ver algún rebaño de ovejas por los montes de Oroel y de San Juan de la Peña. No podré oír los sonidos de sus esquillas, por la lejanía de aquel ganado, pero los oídos se ensordecen al escuchar los truenos, que en el cielo vibran en ambientes lejanos. Sin embargo, se oyen durante las tronadas del verano, truenos procedentes de inmensas lejanías. Es el sonido una “perturbación”, que se propaga a través de los medios materiales, como los gases, los líquidos y los sólidos, saliendo de unos cuerpos para llegar a nuestros oídos. Al oír las ondas sonoras que lo propagan, tal vez se sienta alguna perturbación, pero en general las ondas auditivas producen el placer en quienes las escuchan. Este placer me ha recreado y excitado mi amor a los orígenes de Aragón, producidos el primer viernes de Mayo, en la ciudad de JACA.
El año setecientos sesenta, siendo la ciudad de Jaca atacada por los moros, el valiente espíritu de los jacetanos, luchó hasta conseguir la Victoria. En esa lucha se distinguieron las jacetanas, que se lanzaron con el vibrante sonido de sus gritos y el valor de sus corazones, manejando sus cuchillos, para hundirlos en esos cuerpos sarracenos.
Y toda la Jacetania, conserva en la memoria, aquella gloriosa Victoria, por medio de un grito de ondas sonoras maravillosas, que hacen recordar, no sólo a sus hijos, sino al Mundo, aquel día de la Victoria.
Y levantaron la Ermita de la Victoria, y en sus alrededores, cada año encienden hogueras, cuyas ondas ardientes, unidas a las luminosas llamas hacen recordar a todos los pobladores del territorio, aquella lucha, que dio origen al pueblo de Aragón. Se sienten unidos los habitantes de Jaca porque organizan cerca de la Ermita, almuerzos multitudinarios, donde se oyen caer en sus gargantas, aquellos tragos de vino, que surgen de sus botas.
En el periódico “La Montaña” de Jaca, del día uno de Mayo de 1897, se explica como el Cabildo Catedral y el ilustrísimo Ayuntamiento de Jaca, van a la Iglesia de la Victoria. Va precedida esta comitiva por un escuadrón de hombres armados. Estos hombres son portadores de trabucos, y cuando en las calles los saludan los vecinos, disparan hacia el cielo, sus trabucos, que producen unos sonidos, que recuerdan aquella gloriosa batalla.
Acaba el periodista su artículo de la siguiente forma: “Terminada la función religiosa, regresa la comitiva a la ciudad, trayendo colocadas en astas las cabezas de los cuatro Régulos, que según la tradición perecieron en la batalla, dirigiéndose a la puerta de la Casa Consistorial, donde termina la fiesta en medio del regocijo y algazara producida por los disparos de la armas, los acordes de la música, los repiques de campanas y aclamaciones del pueblo”. Mi hermano Jesús ya no podrá oír tan alegres sonidos, pero yo creo que, de algún modo, los sentirá.
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