miércoles, 5 de febrero de 2020

Fe.-


  

Estuve un día  de este  mes de Julio del año 2006, en el Museo de los Mártires, hijos del Padre Claret, que se encuentra en Barbastro. Fui acompañado por mi amigo Antonio Bescós , hijo del famoso sacristán de Siétamo, con el que estuvimos en Roma, cuando Don José María Javierre fue proclamado Cardenal; también  nos acompañó mi amigo Joaquín  Caborbaya, que vive ordinariamente en Catañuña y que posee una fe ciega en el Señor. Nos recibió el claretiano Padre Beruete, con sus conocimientos y su sencillez, que al hacernos pasar dentro del antiguo convento, me dio la impresión de que estábamos entrando en una sucursal divina de la fe. Fueron cincuenta y uno los mártires claretianos, que entregaron su vida voluntariamente y que perdonaron a sus asesinos; para ello hace verdaderamente falta una fe en Cristo y una formación religiosa perfecta en aquellos jóvenes, en su mayoría. Pero entre aquellos cincuenta y un mártires estaba uno, que había nacido en Siétamo, en la ya desaparecida casilla de la carretera N-240, que estaba en el término de Las Valles; se llamaba Gregorio Chiribás y el Ayuntamiento de Siétamo, movido por su Alcalde, mandó hacerle un retrato, que se conserva en la Iglesia Parroquial y ejecutado por el mismo Padre que nos recibió al entrar en el Museo. En aquel ambiente de paz, empecé a reflexionar sobre aquellos mártires, pero Ortega y Gasset en sus Obras Completas, con su privilegiado cerebro me ayudó en mi reflexión, al escribir : ”El hombre no puede vivir plenamente si no hay algo capaz de llenar su espíritu hasta el punto de desear morir por ello…Lo que no nos incita a morir no nos excita a vivir…. Por esta razón, yo no he podido sentir nunca hacia los mártires admiración, sino envidia. Es más fácil lleno de fe morir, que exento de ella arrastrarse por la vida”.
Pudieron arrastrarse por la vida, aquellos ahora mártires y gozosos espíritus, que desde el cielo nos están protegiendo, si se hubieran escapado o hubieran renunciado a su fe, pero ésta, les dio ánimos para morir, que como dijo Ortega “es más fácil lleno de fe morir”.
Y ahora nos arrastramos por la vida, sumidos en la búsqueda del placer, del dinero, del consumismo,  de la ambición y de la indiferencia de lo eterno, que el demonio, el mundo y la carne introducen en nosotros. Escriben algunos diciendo que Dios no existe y lo proclaman con su falsa autoridad, fundada en su inteligencia, que es obra del Dios del que reniegan. El Señor nos ha creado a los hombres y mujeres, como seres que poseen la libertad y algunos en lugar de buscar con su libertad la verdad, tratan de constituirse en dioses,  pero que no sé porqué , son dioses falsos. Los mártires del convento que visitamos el otro día, tenían fe y creían en la eternidad y se entregaron a Dios, que hace que gocen eternamente de  El.  Los miles de animales, que nos acompañan en la vida, son criaturas del Señor y lo alaban, pero obedecen solamente a sus instintos, en tanto el hombre que es libre,  unas veces respeta a su Creador y otras lo odia o lo ignora o trata de substituirle. El que respeta al Creador, lo busca y lo ama y algunos estudian la Teología y otros viven acompañándose por su Creador y amándole místicamente, como hizo la Santa Teresa de Jesús. Otros pensaron en el primer mandamiento de la Ley de Dios, que dice: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo por amor de Dios. Y allí tenemos a muchos hombres y a muchas mujeres, que dedican su vida a cuidar a los enfermos. Jaime Primero el Conquistador fundó el Convento de San Miguel,  en el que acogía en aquellos tiempos de pobreza,  a muchos necesitados.
Estamos en tiempos de confusión y uno necesita acercarse a esos conventos, en los que quedan ya pocas vocaciones, para estar cerca del Señor y para que Este me ayude a conservar  la fe. Allí están las monjas rezando y meditando y obedeciendo sus reglas monásticas, para no ser distraídas por la confusión que reina en el mundo. Por eso yo tengo reparo en visitar a tales monjas, que aman a Dios sobre todas las cosas,  pero aman también al prójimo como a sí mismas.

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