He venido a Zizur y en la construcción del bloque de viviendas, en que vive una parte feliz de mi familia, me ha llamado la atención, la originalidad que ofrece una de las bellas viviendas, que por el acierto de la puerta de entrada para sus inquilinos, en su interior, embellece su aspecto. Dicha puerta de entrada en esa casa, tiene una escalera, que sale un poco de la línea, por la que suben los vecinos de ese bloque de casas a introducirse en ellas.
Es un lugar original esa doble fila de casas, de las que una mira al Oeste, y otra, que he observado, está instalada mirando al Este, bañada por el sol, que se va a esconder y que permite contemplar allá en lo alto,el camino de Santiago, que conduce, desde hace siglos a los peregrinos a venerar a Santiago de Compostela.
En la calle, sentada sobre un sillón mecánico, en la entrada a su original domicilio, se encontraba la joven, a la que su buena madre le estaba administrando su merienda. Desde su silla en la que estaba sentada, se contemplaba un paisaje maravilloso, forrado de verde césped, con una calle, por la que se ofrecía el paso a los vehículos, y al otro lado nuevas vías de chalets, rodeados de árboles moreras, para gusanos de seda, y como fondo del paisaje, se eleva hacia el cielo, la Vía de los Peregrinos, que van caminando a venerar a Santiago de Compostela. El sol brillaba y reverdecía el césped de aquellos prados y las hojas de los numerosos árboles y la niña feliz, merendaba y al escuchar las palabras de su madre, me ofrecía con su mano, un saludo. Me pareció que, sentada a la puerta de su casa, se sentía feliz, pues aunque sus sentidos oculares, no veían el paisaje, el ambiente geográfico e histórico, la envolvía. Y era mayor su felicidad al estar muy cerca del Centro donde suele ir, en que médicos y especialistas la cuidan y le alegran el día a día.
En aquella entrada en su domicilio, ¡cómo sentía en su interior la altura de la Vía de Peregrinos, que conduce a Santiago de Compostela!. No la veía, pero en dicha altura se encuentran caballos y caballeros, mulateros gobernando a sus mulas y pequeños asnos, conducidos por sus dueños. Pero estos caballos, mulas y asnos estaban parados sobre la Vía y no sonreían como sonríe con frecuencia la buena madre de la Niña ciega. Pero tampoco sonreían los caballeros, sobre sus caballos, ni las mulas con sus cargas ni los asnos con los niños que llevaban a cuestas. Los caballos, mulas y asnos no tienen el don de la risa ni de la sonrisa pero sus dueños, que en la vida real ríen y sonríen, tampoco pueden alegrarse porque no están construidos con carne mortal, sino que son de hierro.
Bajo aquella Vía de peregrinos, aquella Niña sonreía, gozaba del sol, recibía un trato amoroso de su madre, la llevaban cada día al cercano centro muy cerca de su casa y en ocasiones, la sacaban a tomar el sol a la calle, por su original puerta.
Me voy de Zizur, pero el Señor ha querido, que en una tarde de paseo, conociera a esa inocente niña, y me mostrara su amor, en presencia de su buena madre, que sonrío con felicidad, al presentarme a su feliz hija, con la que formaba una bella pareja de madre e hija feliz.
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