jueves, 20 de febrero de 2020

A Don Antonio Segalés, (doce de Octubre de 2.011)




Querido amigo Antonio, que me escribes desde la gran capital mediterránea Barcelona y yo me pongo a contestarte mirando a la Fábrica de Harinas de Siétamo por encina de la cual puedo   ver  la Sierra de la Carrodilla, más allá de la cual se encuentra Lérida y más allá preside, como acabo de escribir, la gran capital mediterránea de Barcelona. Desde la ventana por la que contemplo el oriente de Aragón gozo en el verano, del viento de la “marinada”, que refresca muchas noches el caluroso ambiente de los días. No está lejos el mar Mediterráneo, pues en línea recta yo creo que nos separan menos de doscientos kilómetros. Las carreteras con sus  curvas,  alejan  Siétamo de Tarragona, como ahora están trazando sobre el terreno la Autovía Lérida- Pamplona y yo creo que la distancia quedará un tanto rebajada.
No se verá desde la Autovía la Fábrica de Harinas, pero desde esta ventana, por la que se miraba el constructor de ella, mi abuelo Manuel Almudévar Vallés, yo, hace ya muchos años que me miraba ese tejado de tejas elegantes, en el que se podía leer desde lejos: Molinos Ylla. Por el sur, pasa el camino que fue la Vía Romana que conducía a Alquézar. Por el Norte sube buscando la corriente del agua del río Guatizalema, una acequia hecha por mi abuelo, toda ella adornada de árboles, para aportar al Molino la fuerza necesaria para moler. Por el Oriente se ve el Monasterio de El Pueyo y debajo de él, en  Barbuñales nació tu admirado Félix de Azara, pariente mío, como se ve en el escudo de armas, que junto al de Almudévar, está tallado en el armario del salón de mi casa. Aquel tejado de la harinera era como un monumento alzado al cielo, para recordar inquietudes pasadas y vidas humanas de molineros, muleros, con carros de trigo y de gentes, como tú.
Antonio Segalés, que dirigiste el funcionamiento de esa fábrica, antes de marcharte a América. Allí conviviste entre otros muchos, con Avelino  Zamora, ya difunto y al que venías a ver  en Siétamo, para recordar tiempos pasados.   Pero   mismo dices, aquel tejado noble de la Harinera ha caído o lo han tirado y aquel recuerdo se está convirtiendo en una profecía oscura del porvenir que nos espera o más bien nos está ya desesperando.
Como afirmas en tu frase: “Bajo aquel techo, viví unos años, que no solamente en el siento transcurso del tiempo, no solamente, los recuerdo  sino que los revalorizo, por lo mucho que me instruyeron sobre lo que es el poder de la mente”. Efectivamente, nunca podrás olvidar aquellas gentes, pues no estaban contaminadas y vivían una vida natural, preocupadas por su trabajo, por sus huertos, por la caza de conejos y perdices, por coger olivas y por tener satisfecha a su familia. Tú te acuerdas de aquellos viejos maestros, como yo me acuerdo de mi abuelo Manuel Almudévar Vallés, que compró cerca de donde hizo nacer la acequia ,una parcela que le suministró las piedras con las que adornó las orillas y los azarbes de la acequia. Ahora, por el camino de la Fábrica voy alguna vez de peregrinación a la parcela yerma y le dedico un recuerdo a mi abuelo y a los qué con él, trabajaron en la construcción y en la molienda durante tantos años.


Si Antonio Segalés tiene que agradecer a Aragón sus enseñanzas, mis antepasados los Zamora del siglo diecisiete, iban a vender desde Huesca, los productos de su industria a Barcelona. Al llegar al río Cinca, tuvieron que cruzarlo a nado. Estuvieron a punto de ahogarse, pero dicen que los salvaron las oraciones que dirigieron a su tía la Venerable Madre Berride.
Siento mucho tu malestar al enterarte de la pérdida de un tejado que en sus tiempos lo cubrió, pero más, tal vez lo sienta yo, porque veré como, poco a poco, se va desmoronando la Harinera que construyó mi abuelo paterno. Comprendo totalmente tu tristeza “por el hundimiento de aquel  bonito  tejado”  y  yo  a  este  recuerdo añado el de aquel fraile o sacerdote que para la Guerra Civil, llegó  al terreno de la Fábrica, enrolado en las fuerzas republicanas. Le mandaron gritar viva el ateísmo y él  gritó : Viva Cristo Rey. Allí mismo encima de la   Fábrica lo fusilaron y allí está enterrado tal vez abrasado, como acompañando con su cuerpo a los que trabajaron tanto en la Harinera para conseguir “El pan nuestro de cada día”.

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