Buenaventura Durruti.
Yo, en el año 1936, iba a la
Escuela con el Maestro Don José Bispe, que al entrar en ella, nos ordenaba,
apoyados en la pared, mostrarle nuestras manos, y si estaban limpias las manos del primer
alumno, pasaba al siguiente, pero si no lo estaban, golpeaba con su regla en
las palmas de sus manos. Allí estábamos Rafael Bruis y yo, vecinos de casa y de
la misma edad, jugando en el patio de recreo, con tierra a la que mojábamos con
nuestra orina y construíamos, no sé si eran casas o acequias de riego. Éramos
felices con nuestros juegos, con la Fiestas, en las que entre otros como
Bastaras, tío de Mosen Cabrero, actual Párroco de Alquézar y Escartín, que me regaló una onda, con la que de niño
mataba gorriones, jugaban a la pelota en la fachada del Ayuntamiento. El
destino, entre tanto preparaba la Guerra Civil. A Bastaras lo fusilaron los
rojos y Escartín ha muerto hace escasos días, este año de 2012.En las
elecciones, nos llevaban nuestro padres, al aula donde el Maestro nos enseñaba
a leer y a escribir. Unos votaban y algunos jóvenes, como Graseta, escalaban
las columnas de hierro pintadas de negro, subiendo alguno, hasta el techo de la
Escuela. Allí se veían caras de hombres que soñaban subir al poder local y
otros, que, acaso, temían bajar
fusilados, debajo de la superficie de la tierra.
Llegó el mes de Julio de 1936 y
yo no temía nada, pero veía a mi familia preocupada. Mi tío José María, siempre
soltero, sentado en la cadiera del hogar, bromeaba poniendo su rostro,
inclinado y apretando sus labios, imitando la figura del fascista Musolini, como
pronosticando una lucha múltiple entre conservadores, fascistas y anarco-comunistas.
Si, se presentó una Guerra cruel, no entre dos ejércitos, uno real y otro
republicano. Con el Ejército, colaboraron los falangistas y los requetés, acabando por
la Dictadura de Franco, unidos. Contra
el Ejército sublevado, se alzó la Revolución, formada por los comunistas y los anarquistas con los que el Ejército en
la zona roja, fue dominado por los comisarios.
Pero aquella vida feliz, se acabó
uno de los últimos días del mes de Julio de 1936. Entraba yo en casa de mis
padres y de repente se oyeron ruidos producidos por cañonazos acompañados por
continuos silbidos de balas de fusil. No pude entrar en casa porque desde el
patio, me aterrorizó el derrumbamiento de la habitación de mis padres, al Este,
de donde caían los cañonazos. Sería la media mañana y a los pocos minutos, ya
estábamos mi madre con mis otros cinco hermanos y por varias familias de la que
recuerdo a la de Bruis, con mi amigo Rafael, que lloraba, en un cuarto bajo de
la iglesia. De vez en cuando, mi tía Luisa, hermana de mi padre, salía hacia
casa para buscar alimentos y bebida para aliviarnos aquella cruel prisión. Duró
aquel bombardeo hasta que empezó a caer la tarde. Salimos del refugio y bajamos
a la carretera, al lado de casa Ribera, donde nos subieron en un camión, que
nos llevó a Huesca. Paró el camión en la Plaza de Santo Domingo, a la entrada de Huesca, Allí nos esperaba mi
primo hermano de quince años, José Antonio Llanas Almudévar, que se llevó a su
casa a mi tío José María y mi tía Luisa. Con sólo quince años, José Antonio se
presentó voluntario en el Ejército, pero lo mandaron a su casa, porque estaba
débil y veía muy poco, aunque la dignidad y el valor le sobraban. Nosotros
fuimos al Coso Alto a casa de mi abuela materna, Agustina Lafarga Mériz, viuda de Zamora. Este fue el principio
de una fuga de la muerte, pues fuimos primero a Jaca, después a Ansó y mi padre
y mi abuela, estuvieron en Zuriza, para ver la posibilidad de emigrar a
Francia. No hizo falta.
Cayó Sietamo el día 31 de Agosto
y el dos de Septiembre lo recuperaron los nacionales. Siguió Siétamo
resistiendo hasta el día trece de Septiembre, en el Castillo del Conde de
Aranda y en la torre de la iglesia, de donde escaparon por una ventana enrejada
y pequeñísima. El Sargento de la Guardia Civil, apellidado Javierre, se vio
negro para salir, pero al fin lo hizo, quitándose incluso la ropa interior.
Marchó a Huesca, pero a los pocos días
había vuelto a seguir defendiendo el pueblo de Siétamo, donde murió por los
balazos de una ametralladora. Fue este señor, padre del Cardenal Javierre y de su hermano, sacerdote y gran escritor. Del
Castillo, una tarde noche se retiraron, hasta el
Estrecho Quinto. En lo alto del Estrecho Quinto, lo pasaron muy mal los refugiados.
Allí estaba el médico Coarasa, nacido en el pueblo de mi esposa, Torralba de
Aragón, Pepita de Casa Sipán y queriendo los revolucionarios que se rindieran,
les mandaron a la señora Concheta Ferrando, que fue andando por medio de la
carretera, que de Siétamo va a Huesca, con una bandera blanca. Llegó al lugar
donde estaban los que no podían salir de tal punto, pero no volvió, sino que se quedó con ellos, hasta que
escaparon como pudieron a Huesca. A Concheta le debe mi familia la conservación
de nuestra casa de Siétamo, porque un día vio a varios revolucionarios, que iban quemando los
figuras de madera de la iglesia e iban a abrasar nuestra casa de al lado de la
iglesia. Entonces Concheta, les gritó: ¿para que quieren destruir esa casa, si
no tendrán donde cobijarse?. Se llevaron todo lo que había dentro, pero gracias a Concheta, todavía está la casa
en pie.
¿Quiénes eran los
revolucionarios?. Hay que fijarse en el escritor inglés George Orwell, que vino
a España a escribir artículos sobre los acontecimientos que estaban ocurriendo
en ella, pero se impresionó con el clima revolucionario que ardía en Barcelona.
Escribe: “Yo había ido a España con la vaga idea de escribir artículos para los
periódicos, pero había ingresado en la milicia casi inmediatamente después de
llegar, porque en aquella época y en aquella atmósfera parecía que esto era lo
único concebible. Los anarquistas aún dominaban virtualmente Cataluña y la
revolución se encontraba en su apogeo”. Efectivamente Orwell, veía
colectivizados hasta los cafés y en las fachadas se veían bandera rojas y
negras, la hoz y el martillo y todas las iniciales de los partidos
revolucionarios. Se veían iglesias destrozadas, porque eran demolidas por
bandas de obreros. Todos decían: ”Salud en vez de Buenos días”. Ante aquel
ambiente Orwell se quedó absorto o tal vez conmovido y se apuntó al POUM (Partido
Obrero Unificado Marxista). Aquel ambiente no podía ser duradero, porque el pan
estaba muy escaso y después de luchar como miliciano en el pueblo de
Monflorite, muy próximo a Huesca, fue herido y recogido en un Hospital de
Urgencias en Siétamo, que era de madera, pero todavía queda parte de su suelo de
cemento. A última hora, tuvo que escapar de España, después de haber luchado, por las amenazas recibidas del Partido
Comunista, que no admitía “herejes”, escapados del auténtico Comunismo. De Siétamo lo llevaron a Tarragona y después desde
Barcelona huyó a Francia, porque entonces los del Poum eran perseguidos por los
comunistas puros.
La Dolores Ibarruri, dijo que el
setenta por ciento de aquellas gentes que dominaban Barcelona eran anarquistas.
Los distintos partidos y sindicatos antes de organizar el Ejército Popular, lo
hicieron con las milicias, siempre buscando la igualdad, cobrando la misma paga
los oficiales y los soldados, con los mismos uniformes y sin saludos
especiales.
Los anarquistas fueron los
primeros que formaron columnas internacionales. La primera que salió de
Barcelona hacia Aragón y fue dirigida por Buenaventura Durruti, el veintitrés
de Julio de 1936.
Fue Durruti un anarquista famoso,
por su espíritu revolucionario anarquista. Nació en León y murió en Madrid.
Salió de Barcelona la primera Columna de
Milicianos, el 24 de Julio de 1936, formada por unos dos mil hombres. Eran
anarquistas y revolucionarios como su Jefe Durruti. Este era casi adorado por
las muchedumbres anarquistas, en
Barcelona, y su deseo era ir a Huesca, a
Teruel y a Zaragoza. A esa primera
Columna de Milicianos, la llamaron Columna Durruti, en la que iban unos dos mil
y pico hombres. Salieron otras columnas,
como por ejemplo la de Ortiz Ramírez, a
la que llamaron más tarde Columna Sur del Ebro y después salió otra dirigida
por el altoaragonés Ascaso, que se
orientó hacia Huesca. Los Ascaso eran del pueblo de Almudévar y allí me
contaron que después de acabada la Guerra, uno de ellos, estuvo en su pueblo de
Almudévar, durante una Semana Santa y desde un balcón frente a la Iglesia, la
mente y su corazón de uno de los
hermanos, pues el otro había muerto en Barcelosa, se llenaban de tristeza,
viendo el paso de Cristo acompañado por la Dolorosa. En Ibieca, pueblo muy
próximo a Siétamo, enseguida se fundó en España, la primera Cooperativa de la
tierra, en que trabajaban los que sabían antes manejar el lapicero, y actuaban
en los expedientes, aquellos que no sabían a penas escribir, por manejar hasta ese día los arados. Iban
orgullosos, viendo como trabajaban los antiguos “ricos”, exhibiendo sus
pistolones. Los anarquistas de Durruti habían hecho una realidad, la propiedad
colectiva en el Somontano de Huesca. Uno de los hermanos Arilla de Ibieca, que
ha permanecido soltero toda su vida, escribió una historia de este negocio
ruinoso. Me lo dio, pero no lo encuentro.
Todas las Columnas estaban
compuestas por hombres que pertenecían a la C.N.T. anarquista. Durruti era una
persona que se oponía a la militarización de dichas columnas. Estas teorías se comprobaron, cuando llegaron
los revolucionarios a la entrada de Siétamo y estaban acompañados por tropas
del Ejército. Aquellos querían a toda costa conquistar el pueblo de Siétamo, en
tanto las tropas de una compañía de soldados, descansaban, acostadas en las orillas del río Guatizalema, gozando de las sombras de los árboles
ribereños. Los campos estaban ya segados y sobre ellos yacían las fajinas. Yo
recuerdo que unos días anteriores a la llegada de tropas y de anarquistas, me
llevaron a contemplar la buena cosecha que se esperaba recoger. Yo cogí un
“cuco” grueso y lo metí en mi pañuelo, para llevarlo a mi casa. El “cuco” manchó
mi pañuelo y yo lo abandoné, metido en dicho pañuelo. Al mediodía traían a mi
familia el abandonado pañuelo. ¡Qué contraste de vida entre el caso del “cuco”
y del hombre que me recuperó el pañuelo y
la violencia de los revolucionarios y de las tranquilas tropas que a los pocos
días, estaban a la orilla del río. Estas tropas estaban mandadas por el Coronel
Villalba de Barbastro, que tuvo la intención de sublevarse con el Ejército
contra aquel ambiente Revolucionario. Después de ver el ambiente anarquista que
dominaba en Barcelona, debió pensar en guardar su vida y a orillas del río
Guatizalema, a su paso por Siétamo, no
atacaba, sino que dejaba a los revolucionarios que se las arreglaran. Hemos
visto como Durruti se oponía a la militarización de las columnas. A la entrada de Siétamo, se representó la
siguiente anécdota: un Comisario le preguntó al capitán de los soldados: ”Qué
hacen ustedes aquí?; le contestó: “Tomando el fresco”. El Comisario le dijo: “El
coronel Villalba (de Barbastro), me ha encargado transmitirle la orden de tomar
el pueblo. Respondió el militar: ”Nosotros estamos aquí para proteger a los
paisanos. El Comisario, en plan irónico le dijo: ”Y ¿cómo piensa hacerlo?, ¿durmiendo
a la vera del río?. El capitán le aseguró: “Yo no recibo órdenes de un paisano”.
Y el comisario le contestó: “Este paisano se limita a transmitirle las de su
jefe”. Continuó el capitán diciéndole: “le repito que no recibo órdenes de un
paisano” y acabó el Comisario diciendo: ”Pues aténgase a las consecuencias”.
Después de este diálogo, el
Comisario ordenó a los milicianos atacar
al pueblo, pero el Capitán: ”Mandó formar a la compañía, aparentemente para
cooperar a la acción de los milicianos, en realidad para irse con los suyos,
para desertar”. El Comisario fue organizando a sus milicianos, pero les disparaban
desde lo alto del Castillo” y de “los huecos de la torre de la iglesia, convertidos
en troneras”. Al comisario le pegaron un tiro. Lo trasladaron a Sariñena, a
Lérida y después a Barcelona. ”El consejero doctor Alguader parecía el
designado para despedirnos sanos y recibirnos estropeados. Estaba en la
estación y al verme, dijo: Ja, Robusté?. Ja –respondí-M´estaven esperant”.
Algo parecido ocurrió con el
famoso escritor mundialmente conocido, a saber Orwell, que herido en Monflorite,
lo trajeron a Siétamo y de su hospital
provisional, lo llevaron a Lérida, luego a Tarragona y por fin desde Barcelona,
huyó de los comunistas que lo querían hacer desaparecer. Igual que estaban
distanciados los militares y los milicianos, Orwell, que se había apuntado en
las Milicias anarquistas, se vería más tarde perseguido por los comunistas.
Durruti fue un “profeta” de su
fanática doctrina, pues afirmaba que “al capitalismo no se le discute, se le
destruye”, “nuestro campo de lucha es la Revolución”. Parece el caso del
militar profesional, discutiendo con el comisario Robusté, el cumplimiento de
su profecía. Siempre se opuso Durruti a la militarización de las milicias, y
sus discípulos fueron cumpliendo su doctrina que decía: ”la única iglesia que
ilumina es la que arde”, como ardieron tantas en Barcelona y la única que
presidía la Parroquia de Siétamo, en la que abrasaron todos los santos que se
veneraban en ella. Sacaban a la Cruz central de la Plaza Mayor, a Cristo
Crucificado, lo quemaban, para después derribar esa Cruz que presidía la Plaza
Mayor del Pueblo. Su oposición a la militarización de sus milicianos, hizo posible,
mientras el capitán militar, que con sus soldados descansaba a las orillas del
río Guatizalema, que hirieran al
comisario Robusté, en el ataque a Siétamo. Pero no fue éste el último herido ni
el único muerto, pues al “ Padre Jesús”,
de unos veintitantos años, que siguiendo las ideas de Durruti, lo fusilaron,
sobre el Río Guatizalema. Durruti debía
de tener un sentido práctico, pues tuvo en su compañía al cura de Aguilaníu, Mosen Jesús Arnal, que en lugar de fusilarlo
como hacían con todos los curas, que caían en sus manos, pensó que le
sería, como le fue, más útil como
escribiente. Este sacerdote en 1971, escribió un libro, en el que cuenta esa
aventura sangrienta de Durruti, manifestando sin una crítica fuerte, su opinión
desfavorable a su revolución y una amistad hacia aquel, que le había salvado la
vida. Me hubiera gustado conversar con el sacerdote, pero ahora no podría,
porque hace bastante tiempo que se ha muerto. Durruti en el cuarto de costura
de mi casa, instaló su oficina, que por cierto debió permanecer en el mismo,
muy poco tiempo. Cuando entró en tal oficina, me entra la tristeza, que se
sufrió en España en aquellos tiempos.
Mi doble pariente Jesús Vallés
Almudévar, de Fañanás, se hizo sacerdote en Huesca y no habló jamás de la
Guerra, en que mataron a su madre y a su hermano, pero poco tiempo antes de
morirse, me regaló sus memorias. En ellas escribe:” El 31 de Julio se escuchaba
en Fañanás, un tiroteo impresionante. Estaba producido por los cañonazos que
cañoneaban el pueblo cercano de Siétamo, para seguir siendo bombardeado por la
aviación”. A Jesús le gustaba “oír esos pájaros grandes que dominan el
espacio”, “pero oír las descargas sobre Huesca y Siétamo, pensando que mis
hermanos y tanta familia y conocidos están allí, aguantando, esperando a que
les hieran o les maten sin poder defenderse, sin poder hacer nada”, eso no lo podía
aguantar. Entre tanto su madre “se pone
a rezar, palidece y tiembla, con un sufrimiento callado e intenso”. Hace
coincidir el estado del tiempo físico con la tragedia que se aproximaba, cuando
dice: ”El cielo está cubierto de pesados nubarrones de verano y empiezan a caer
algunas gotas gordas”.
A Jesús le decía el capitán
Moreno, que tendría que ir a Rusia a formarse para ayudar al gobierno
comunista. Jesús se escapó de Ola y se libró de pasar lo que han sufrido los
entonces niños que a Rusia llevaron. Ahora no comprenden aquellas doctrinas
comunistas, en las que ya no creen, ni siquiera en Rusia. El día trece de
Agosto de 1936 entraron los rojos en Siétamo y enseguida organizaron
“peregrinaciones” para ver las ruinas de aquel pueblo. Y en mi artículo sobre
Jesús Vallés Almudévar, sigo : “Y Jesús que había sufrido las pérdidas de su
madre y de su hermano, el día 20 de Septiembre, con trece años cumplidos estuvo
en Siétamo, de donde habíamos huido sus dobles parientes”. ”Cuando llegamos a
los alrededores de Siétamo, oímos graznidos de cuervos, que levantaban el vuelo
al oír nuestros pasos y volvían de nuevo al festín, después que habíamos
pasado….Había todavía cadáveres sin enterrar, tostando sus huesos, casi mondos
al sol. Las calles estaban como un museo en día de fiesta… lo recorrían todo,
contemplando, preguntando, admirando. Se
fijaba uno en las casas, de las que no quedaba ni una casa entera, estaban
todas comunicadas por dentro por medio de boquetes, hechos por los “fascistas”
para no tener que salir a la calle”. Recuerda Jesús que “un enjambre de
muchachos, revolvían entre los escombros, buscando cápsulas, balines, trozos de metralla. Cogiendo aquellos
aparatos, a Pepe Ferrando, que fue durante muchos años cartero después de la
Guerra, le explotó un explosivo y lo dejó con dos dedos solamente en su mano
derecha,
No acabaron de recoger todo,
porque cuando ya había terminado la Guerra, allí estaba yo con Rafael Bruis
buscando aquellos malditos restos.
Ya habían conquistado
las Milicias principalmente el pueblo de Siétamo y quedaba la ciudad de Huesca,
cercada casi completamente, pero no pudieron con ella y no cayó en manos de las
tropas provenientes de Barcelona. Aquellos milicianos querían ocupar Aragón y
se puede conocer por la enorme cantidad de libros publicados, la historia de los
acontecimientos que tuvieron lugar cerca de Zaragoza, que como Huesca, tampoco cayó en su poder, cuando Teruel tuvo que
sufrir una guerra y una ocupación terribles. Pero yo encontré unas hojas de
papel, que en su cabecera estaba escrito el título de “Rojos y blancos” y a su
lado, aparecía escrito a mano por un desconocido; no sé que desconocido sería cuando
pone en el escrito a mano,que se llamaba, Francisco Vitalla de Lupiñén. Faltan,
al principio de esta historia, trece o
catorce hojas de papel y otras muchas a lo largo de la misma. Con estos
escritos se acaba el cerco de la ciudad de Huesca. En su relato dice que “la
unidad a la que pertenecía, estaba en la Sierra de Gratal ( que se ve desde
Huesca),donde con mis compañeros permanecimos juntos hasta el final de la
Guerra”. En el pueblo de Arguis, por donde hoy pasa la autovía que sube a Jaca,
a Francia y a Pamplona, recibió una carta de unos paisanos suyos, de Lupiñén,
que estaban prisioneros en Barcelona. Acudió Vitalla y los liberó.
Como faltan hojas en esta
historia, no sé si fue con motivo de esta liberación, de la que comenta
Vitalla: “Fui recibido por Durruti y me hizo entrega de las credenciales como
Jefe de la Centuria y Mando de la misma, así como me entregó él, un plano de
como y por donde se tenía que iniciar una operación como contraofensiva. A mi
lado destinó (siguiendo su teoría anti militar) a un Teniente Profesional, como
técnico, pero sin mando y la operación
estaba dirigida por el propio Durruti, yendo él mismo en primera línea”. Llegaron
los milicianos a las proximidades de Zaragoza, donde “sus posiciones se
hicieron perpetuas hasta el fin de la Guerra”.
No pone fechas en su historia de
cuando ocurrieron aquellos avances hacia Zaragoza de Durruti, pero se deduce
que como dice Vitalla “sucedió en Madrid, la trágica muerte de Durruti”. Esas
fechas las deduzco de aquella reunión de la C.N.T., que se celebró el día nueve
de Noviembre de 1936,en que se pidió a Durruti que fuese a Madrid, para que
hiciera que la resistencia se animara , así como la moral de los combatientes.
¿Coincide la muerte de Durruti
con el cambio de las fuerzas políticas y
sindicales, en fuerzas del todo militares?. El cura Arnal, que fue su
escribiente, investigó mucho sobre si la muerte de su Jefe, se debió a un accidente
o a un asesinato. No sería de extrañar una u otra forma de morir, en aquellas
circunstancias. En la Hoja 14, escribe Vitalla :”ya en Madrid había empezado el
enfrentamiento entre fuerzas leales a la Junta de Casado y principalmente los
de filiación comunista, que se declararon contrarios a la misma. Desde Madrid y
por orden del Estado Mayor del Ejército y por supuesto de la Junta, hicieron un
llamamiento a todas las unidades que quisieran unirse a la defensa de esa Junta
como Ejército Popular y en contra de los Comunistas, que en algún momento
estaban decididos a la total destrucción de Madrid, mediante la dinamitación
del mismo, sino corregían sus desastrosos planes”. Ante la lucha tan elevada
entre el Partido Comunista y los Milicianos, incorporados en el Ejército
Popular no es de extrañar que dudaran en asesinar a Durruti, enemigo de la
militarización de las Milicias. Este
acto sería cruel, pero no tanto como el propósito comunista de dinamitar todo Madrid.
Julián Casado era un militar del
Ejército Republicano. Fue un gran enemigo de los comunistas y se hizo cargo de
organizar las Brigadas Mixtas del Ejército Popular Republicano. Al acabar la
Ofensiva de Cataluña, se dio cuenta de que estaban a punto de perder la Guerra
y reflexionó que no era justo que se
prolongara, porque morirían muchos civiles y soldados. Si seguían luchando, el
beneficio sería para la Unión Soviética. En marzo de 1939, se había dado cuenta
de que el presidente Negrín deseaba la toma del poder por los comunistas.
Entonces se unió con los moderados del Partido Socialista Obrero Español, a los
que dirigía Julian Besteiro y también pactó con los desilusionados líderes de
los anarquistas (desilusionados entre otras mucha causas por la muerte de
Durruti) y con la mayor parte de los Jefes del Ejército Popular Republicano. El
día diez o el doce de marzo de 1939, huyeron a Francia los líderes del P.C. E.
Aquella Guerra Civil, repito, no fue una lucha entre dos bandos, sino que
lucharon en ella, la Monarquía con la República, el capitalismo y el comunismo,
el orden y el anarquismo, la religión y la indiferencia, el orden y el desorden, el egoísmo con la generosidad. Se
encuentran en esta Guerra, las múltiples guerras secundarias, que derraman la
sangre de los españoles, pero se ven ejemplos de buen comportamiento en el casi
desconocido miliciano Vitalla, el Maestro republicano de Siétamo y el Coronel
Casado, al que el pueblo español le debe el ahorro de sangre y de angustia, que
todavía les esperaban.
Siétamo le debe a Durruti la
pérdida de cientos de vidas, la pérdida de viviendas y del Glorioso Castillo
Palacio del progresivo Conde de Aranda, que en el siglo XVI, ya les dio retiro
a los obreros que en Valencia, le fabricaban mosáicos. El Castillo del Conde de
Aranda no fue respetado ni por los rojos, por ser noble ni por los nacionales,
porque decían que era masón.
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