He escrutado en tus profundos
ojos, enmarcados por un rostro de belleza, que no sé, si es clásica o hebrea y
he quedado atónito ante el espectáculo. Pero has hecho volar en mi cerebro las
ideas, que cual locas alondras suben y bajan, me encantan y preocupan. En ti
reside el eterno femenino, pero no el femenino de la mujer antigua, que se
somete cual esclava al rigor de los hombres tiránicos y egoístas. En ti hay
amor, hay ese amor que Dios puso en el hombre, no sólo en el varón, sino que
engloba a la especie que llamamos “homo sapiens”.
Tu eres María y eres José y para
mí, estás representando las virtudes humanas; como María englobas la dulzura y
la belleza, pero de un modo esporádico surge de tu interior la respuesta a un agresor verbal, al que demueles con tu verbo, con tu mirada airada y
creas, en tu entorno, un clima de serena calma, de paz, de autoridad y de
dulzura simultáneas.
María y José, la luna y el sol, la
sombra y la luz, ¡qué profunda huella has dejado en mí ,María José!
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