Cuando Edelmiro regresó a su
pueblo, donde ya no le quedaban parientes, lo hizo sólo por una atracción
nostálgica, pero sin ninguna intención de pasarles por las narices a sus
paisanos, los triunfos económicos que había logrado. Como no tenía casa a la
que acudir, se dirigió al bar del Casino, donde con ánimo de entablar
conversación con sus viejos conocidos, los invitó a tomar unas copas. Más le hubiera
valido no volver a su pueblo, pues alguien empezó a ironizar sobre sus
antepasados; luego siguieron los insultos y no recuerdo si a última hora lo
“mallaron” a palos, y digo no recuerdo, porque ya hace bastante tiempo que leí
el relato de Sender, que trata sobre estos vituperios y que tituló “El regreso
de Edelmiro”. Allí en el Casino pasaron una noche, negra de por sí, pero que
estuvo a punto de convertirse en una muerte todavía más negra de Edelmiro.
Llegó éste con los sentimientos más humanos que puede sentir el hombre ante el
recuerdo de su niñez, con sus padres, sus amigos y el agua de la fuente (a la que
tantas veces fue a buscar agua con su botijo), que le hacían sentirse hermano
de los vecinos. Al enterarse de la
llegada de Edelmiro, se reunieron en el bar unos veinte vecinos, a los que recordaba y sentía como hermanos. Pero poco a poco se
fue desmoronando el recuerdo de los mutuos
días de infancia, porque algunos,
sentían tal vez envidia de encontrar a aquel modesto niño, convertido en un hombre próspero, con un
pasado miserable, un comportamiento
reprobable con los míseros individuos, con los que trataba en América. Alguno, influido por
su borrachera que estaba satisfaciendo Edelmiro, le recordaba su pasado
bastardo. Aquella borrachera, acabó con la agresión física al que antes sentían
amigo y luego enemigo. Este ”enemigo” todavía hacía enormes esfuerzos
para hacer justa la salvaje actitud de los aldeanos. Pensaba Edelmiro: “estos paisanos son buena gente, pero
ignorantes y sin educación; esa falta de educación los hace torpes y lerdos” y
“la pobreza les da mala leche”. Aquella sublevación de los hombres contra un
comportamiento de convivencia con el pobre compañero que había prosperado, medio
en serio, medio en broma, lo lanzaron al río desde el puente y estuvieron a
punto de matarlo.
El mismo Sender, al recordar ese
espectáculo, como los millones de ellos que se produjeron en la Guerra Civil,
“califica de una deformación monstruosa de lo que escribí”. Se daba cuenta de
que aquel espectáculo resultaba “ofensivo para mí, para el público y especialmente para los
campesinos de las aldeas aragonesas”.
El escritor describe todo lo que
ve en este mundo y al mismo tiempo parece sentirse culpable de lo que estaba
ocurriendo en este mundo injusto y se acuerda de los campesinos que tanto había
amado en su niñez, en aquella España, que lo convertiría en un casi “eterno
emigrante”.
Hay que excusar a Ramón J. Sender de que
escribiera la Pasión de Edelmiro, porque ya dijo que aquellos antiguos
compañeros eran analfabetos, sin educación y el alcohol les iluminaba sus
oscuros cerebros. El mismo Sender se sintió en algún momento anarquista y luego
comunista. El no era analfabeto pero
vivía los problemas de la humanidad y quería darles solución. Pero se equivocó,
porque al acabar la Guerra Civil, en lugar de marcharse a Rusia, Paraíso de los
Comunistas, se fue a México y a los pocos años, se subió a los Estados Unidos.
Fue casi toda su vida un desterrado, aunque en este caso en un país
capitalista. Se le marchó a su padre, que le daba trabajo en el periódico La
Tierra, del que mi padre era socio. Todavía me queda alguna goma de borrar, que
muchos años después de la Guerra Civil, un día trajo mi padre a casa, después
de liquidar la empresa propietaria de La Tierra y que hacía muchos años que no
funcionaba. Esas gomas no las he empleado nunca, pero me las miro como un
recuerdo del “desterrado permanente”. Debí borrar la estancia de Sender en
Huesca, luego en Zaragoza, más tarde en Madrid y después de borrar no con las
gomas de la Imprenta La Tierra, sino con mi memoria. Fue llamado a la guerra de
Africa y tuvo que aguantar el sol de
Aragón y después el marroquí, para después borrar su estancia en Marruecos. Murió su esposa y llevó a sus hijos a Francia,
donde se quedaron con algún espíritu caritativo, supongo que él mismo tendría
que borrar el cariño de los hijos de su cuerpo y de su alma, porque yo no los
borré con aquellas pobres gomas, con las que compensaron a mi padre por la
pérdida de la Imprenta La Tierra de
Huesca. Yo creo que ese abandono, pero
yo lo ignoro, se debió de criticar más que del que escribió del comportamiento
de los aldeanos, viejos paisanos de Sender en el Regreso de Edelmiro. Dicen que
se casó otra vez y al parecer abandonó a
su familia, como abandonaba todo el mundo. Me parece que ya no me deben quedar
gomas de la Imprenta de La Tierra. Aunque los Estados Unidos le debieron
impresionar bastante, pues allí estuvo muchos años. Por lo visto se acordaba de
unas ardillas que vio en Tauste y se encontró con otras en un parque americano.
A pesar de su acercamiento al anarquismo y de su dramática experiencia con el
comunismo, sintió el dolor de descubrir en él, una miseria burocrática que le axfisiaba y que le hizo detener su huida, emigrando a Rusia. Por lo visto algo así les
pasó a los líderes comunistas, después de la Guerra Mundial, en que aquellos
poderosos líderes, hartos de dinero y de buena vida, deshicieron su doctrina en
Rusia. Por lo visto en este mundo todo consiste en emigrar de unas
tierras a otras, de unas ideas a otras y
en muchos casos volver a los orígenes de uno, donde ya o no se acuerdan de ese uno
o lo desprecian.
Yo también tuve que emigrar,
cuando llegó la Guerra Civil, huyendo, acompañado por mis padres, mi abuela
materna Agustina Lafarga, viuda de Zamora, de su hermana Rosa, de mi padre y de
mi madre, además de mis otros cuatro hermanos y dos hermanas a Huesca capital
de la provincia. De allí escapamos a Jaca y después de aguantar los bombardeos,
subimos a Ansó, esperando subir a la frontera para pasar a Francia. Aquí
también podía haber aprovechado para utilizar las gomas de borrar de la
Imprenta La Tierra, pero no lo hice.
Cuando volvimos, al acabar la
Guerra Civil, pasamos unos días entre las ruinas de la Iglesia, de las
viviendas y de los pajares. Yo me entretenía con Rafael Bruis y con Antoñito
del Herrero, en coger balines de ametralladora y de fusil y de registrar las
casas tumbadas en el suelo, a ver si encontrábamos algún objeto que sirviera de
recuerdo, pero sólo encontramos en una pared una vieja pistola, por lo visto de
época anterior a las de dicha Guerra. Algunos habían muerto, pues en la Iglesia
hay una lista en un mármol de treinta y siete vecinos de Siétamo, fusilados por los rojos. Claro es que faltan
otros tantos que fueron igualmente fusilados por los nacionales y no recordaron
sus nombres en el mármol. Pero fueron
muchos más los muertos en aquella salvaje guerra, cuyos cuerpos yacían por el
monte, sirviendo de alimento a los negros cuervos, como relata el difunto Don
Jesús Vallés Almudévar, al que fusilaron a su madre y a su hermano en Fañanás.
Al ser tomado por los republicanos y por los “rojos”, vino a Siétamo a ver las
ruinas producidas por la aviación y por los cañonazos, que se oían desde
Fañanás.
Muchos se alojaron en casas medio
derribadas, otros ya no volvieron y muchos se marcharon. Yo me acuerdo de
Silano, de Trullenque y de Gerásimo, hijo del herrero que iba con grandes gafas y
con un corazón todavía mayor. Silano se casó con una joven de Aniés y se fue a
vivir a una Torre agrícola de L.érida. Volvieron alguna vez por Siétamo y
Trullenque la noche de los santos Fabián y Sebastián, lo vi bailando emocionado
y pisando las brasas de la hoguera que encendían en honor de
tales santos. Me enteré de que se había muerto en un accidente de tractor
El amigo Silano
del que yo escribo era uno de tantos, que amantes de su tierra, tuvieron
que ir por el mundo a buscarse el sustento. Parece ser que encontró trabajo en
el Servicio Nacional del Trigo, que se lo buscó Arnal de Castejón de Arbaniés.
Sender fue un desterrado
permanente y conoció mejor que yo a los desterrados y a los que permanecieron
en sus pueblos. Pero a pesar de esa
diferencia entre la experiencia de Sender y la mía, he entrado en un bar a uno de
Siétamo que había emigrado del pueblo y
había venido para recordar sus orígenes, pagó los almuerzos de todos los
comensales de la zona.
Uno de ellos ironizó sobre el generoso
comportamiento del que estaba lleno de felicidad, por estar visitando el pueblo
en el que tanto había trabajado. Y se puso a presumir de que ya iban a ser varias las ocasiones en que
no había tenido que pagar sus almuerzos. Todos se reían, pero si el que había
pagado, no se hubiera marchado, tal vez se hubiese creado un clima
desagradable. En esa ocasión se hubiera convertido en una incomprensión hacia
aquellos que regresan, como se creó cuando fue Edelmiro el que regresó a su
pueblo.
Sender ya recomendaba que nadie debe
regresar al lugar del que salió y menos,
si de donde vuelve es de un exilio. Sender tuvo uno de los exilios más
prolongados en la historia moderna. Estuvo muy joven en Marruecos, donde
recibía los rayos del sol igual que los de su tierra aragonesa. Pero más tarde
sus simpatías anarquistas y su aproximación al comunismo, lo convirtieron no en
un desterrado por el sol, sino por la
UTOPIA, que lo hacía acercarse con más vulgaridad a los mundos irreales, más
que al sol aragonés y moruno, que todavía sigue lanzando sus rayos solares.
Después de este exilio comunista, llegó el exilio americano, que Sender después
de ser amigo del anarquismo y de
creencias comunistas, vivió un exilio de unos cuarenta años en un País
Capitalista, al que tanto había criticado.
Le acusaron de ser un pobre
filísofo, pero pocos tienen la huella tan clara del interés por lo esencial,
como el viaje en el cometa de aquel muchacho de Monte Odina y es curioso ver
como le preocupa lo existencial, su sensibilidad y su inquietud por los
pensamientos religiosos. Dice en un artículo sobre Sender que su obra es un enredo y está intentando resolverlo con un
hilo que le sacará la verdad.
Si la vida es un lío, porque
desde siempre ha emigrado el hombre y hoy en día ¡cuántos jóvenes con carrera están marchándose de
España!. ¡Ustedes que opinan ,que vuelvan o que no lo hagan!. Total volver para
ser recibido como Edelmiro en su pueblo y como Silano,
Trulenque y Gerásimo, no se sabe si merece la pena.
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