No sé que tiene la rana, tan
verde tan simpática, que cantando su cu-cú a las orillas del agua, hacía que el
caballero con su capa y su sombrero, se descubriera ante ella. También se enfadó
la rana, cuando pasó una señora, que iba comiendo “esquerola”; cuando le pidió
una hoja, no la quiso dar; la cogió del moño y
la echó a rodar.
La llaman “grenouille” en Francia
y en nuestras tierras oscenses la llamamos la “grenota”. En Ayerbe, no hace
mucho, jugaban a la “grenota”; era una rana de hierro, de hierro de fundición y
la pintaban de verde, dejando abierta su boca por la que echaban distantes, unos
discos metálicos, que a fuerza de entrar en ella, le despintaban el rojo de sus
fauces y su lengua.
Las ancas de nuestras ranas son
un plato muy sabroso y prestan su agilidad a los músculos humanos y hay quien
dice, por aquello de que “a veces las
ranas se vuelven peces”, son útiles al hombre político, para sus metamorfosis.
No conozco de este anfibio
propiedades curativas, basadas en sus órganos, ni glándulas endocrinas, pero es
notorio a las gentes que influye en la
curación de golpes, roces y heridas, que se producen los niños. Invocaban a la
rana, aquellas viejas de antes, cuando los niños lloraban, aquejados por sus
males, con esa copla sencilla que a todos enamoraba: ”Cura, cura, mal de rana,
si no te curas hoy, te curarás mañana”. El mal seguía su curso, esperando ese
mañana, pero los lloros cesaban como por arte de magia.
¡”Siña” Concha, ”siña” Concha, cuantas
veces me cantaste esta coplilla, que reza: ”cura, cura, mal de rana!. Ha
llegado ese mañana, un mañana muy lejano y aún me acuerdo de tu canto, y me
sirve de consuelo y me ayuda a curar otras heridas, que no se dan en la piel, sino
más bien en el alma.
Las pobres ranas se acaban, las que en las balsas saltaban, las que en el
río croaban, amantes de los pobres renacuajos, “los cabezudos del agua”.
El sapo canta el cro-cró y la
rana su cucú. El sapo, más egoísta, está cantando ese cro, que es como un yo
monótono, pero la rana amorosa, siempre está diciendo tú.
Cuando llegue la calor, acude al
oscurecer, bajo los cielos nocturnos, tachonados por estrellas, a escuchar en
el ranero de juncos y de espadañas, el cu-cú, cu-cú de miles de verdes ranas, que
es como un himno sencillo, que le canta a la esperanza.
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