Tiene sesenta y tres años y es un
ciudadano limpio, noble, servicial y amante de la Naturaleza. Pasó su niñez en
un pueblo de los, entonces, secos Monegros, Ontiñena, cerca de la zona del Bajo
Cinca. Pertenecía a una familia numerosa, de la que él era el cuarto hermano y
sus padres también habían nacido en los Plenos Monegros de Ontiñena. Entonces
aquella tierra era dura, seca y no como ahora, en que el agua ha convertido
aquellas tierras en hermosas huertas, como
si se hubiera convertido en un paraíso. El padre de Emilio trabajaba con ardor
y criaba a sus hijos e hijas, con amor, pero con un gran sacrificio. En Ontiñena murió,
y a su madre, cuando ya tenía una edad mayor,
la llevaron sus hijos a vivir con ellos a Huesca. Emilio iba a la Escuela,
donde se aplicaba para gozar de una vida mejor, pues su temperamento era muy
rebelde, tal vez porque no estaba de acuerdo con aquellos vientos secos, fríos
y fuertes que les mandaba el Cierzo del
Noroeste y en verano era un calor ardiente el que los envolvía y los abrasaba.
Y para combatir ese calor tenía que ir a buscar el agua a una balsa.
Con sólo trece años de edad, muy
pocos ahora, pero entonces con esos escasos años ejercía de camarero y practicando su trabajo aprendió a
ser disciplinado con los clientes y a obedecer. Estuvo trabajando en diversos
oficios y por fin a los veintiún años, tuvo que dejar sus trabajos para hacer la “Mili” o cumplir el Servicio
Militar. ¡Qué destino tuvo el pobre
Emilio al nacer en los entonces desérticos espacios monegrinos y ahora, cuando cumplía veintiún
años, época en que a otros les llegaba
una época de felicidad, a él le tocó ir a hacer su Servicio Militar en Africa,
en Villa Cisneros, enclavado en un gran desierto de arena, que
empeoraba todavía más el clima, que el
de su pueblo natal, a saber Ontiñena. Pero no sólo era el clima el que le hacía dura la vida, sino la ausencia de
las costumbres españolas, sustituidas por los usos morunos. Le tocó incorporarse en
las Tropas Nómadas de Regulares y él pasó a la Legión. En ésta la disciplina
era estricta, porque sus soldados eran unos hombres disciplinados. Lo que se les
veía en sus propias figuras, cuando caminaban por las calles. El capitán de su
Compañía se llamaba Don Francisco Lobo García y era un hombre amante de su
bandera y de la disciplina que él y sus soldados debían practicar en honor de
dicha bandera. Estaba Emilio en el Sahara Español, cerca del pueblo de Villa
Cisneros, rodeado por las aguas marinas y escasos de agua potable.
Pasaban calor sobre la arena, durante
el día, pero por las noches, incluso en el verano bajaban las temperaturas a
dos o tres grados sobre cero, y se
humedecía el ambiente y esa humedad no conseguía hacer brotar la hierba
en la arena desértica. Sólo se veía alguna acacia, que las cabras de los
habitantes del desierto, acudían a comer sus hojas. El capitán Lobo era un hombre
de una gran disciplina y no podía ver que sus legionarios tomaran alcohol ni
amaba a los que dilapidaban el dinero,
no sólo el suyo, sino también el
ajeno. En general no toleraba licencias
en el comportamiento de los legionarios. Gozaba
Emilio de cuarenta y cinco días de
permiso y en lugar de subir a Huesca a convivir con sus hermanos, se
quedaba en Villa Cisneros, donde pasaba su tiempo libre, gastando parte del
dinero que le habían pagado en la Legión. En ella cobraban tres mil pesetas mensuales,
que en aquellos tiempos, suponían dinero. Había quien con tal paga no tenía suficiente
dinero para emborracharse o para organizar sus juergas y se sentía obligado a
apoderarse de dinero ajeno. Emilio con lo que ganaba, tenía dinero suficiente
para subir a Huesca, pero aquel que era un malgastador, se tenía que quedar en
el campamento, hasta que tuviera el dinero necesario para pagarles a aquellos,
a quienes debía. Estuvo en Villa Cisneros unos catorce meses de legionario,
soldado de una disciplina cercana a la perfección. Lo propusieron ascenderlo a
Cabo Primero, pero él no aceptó, porque él no quería en su corazón, ser
vigilante de nadie, “porque él amaba la humanidad y la libertad del hombre, que no debe ser vigilado y dominado por otros
hombres”. Emilio había comprendido y amado una vida sacrificada, pero dominada
por un espíritu limpio, en el que su capitán les decía que había que
odiar el alcohol y el derroche. Les decía también el capitán que si alguno se
descuidaba en el cumplimiento de su deber, las pasaría mal. Emilio tuvo ocasión
de comprobar la teoría del capitán, pues un compañero suyo amante del alcohol, gastaba
su dinero y lo pedía prestado, lo que le llevó a prolongar su Servicio Militar
durante largo tiempo.
Emilio pasó una vida sacrificada
por su espíritu limpio, en un ambiente en el que su capitán , fomentaba el odio
al alcohol y al derroche y con ese espíritu de rectitud y disciplina, volvió a
Huesca, donde trabajó unas veces en la construcción, otras en la hostelería y
gracias a su disciplina, se instaló en un bar de su propiedad.
Hoy en día, se ha instalado en una hermosa casa con sus
jardines, en un pueblo del Somontano, donde pasa acompañado por su esposa, días
tranquilos, en que se olvida de las acacias desérticas, para contemplar los
cipreses, las encinas y los laureles.
Ahora, la juventud se esta
alejando de la disciplina y algunos, van " de botellón" con sus botellas de alcohol a consumir
sus meriendas en los campos. Les resulta difícil el no ganar dinero, pero no
aprenden a economizar, como lo ha hecho Emilio, pero sin embargo yo conozco
jóvenes ejemplares, que se auto
disciplinan, para alcanzar, como Emilio
un porvenir feliz.
Me lo encuentro, a veces, paseando por las orillas del río,
contemplando al mismo tiempo aquellos picos de la Sierra y respirando el aire
puro entre aquellos grandes árboles ,que alegran la Naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario