Pantano Montearagón |
En estos tiempos,
constantemente se nos advierte a los ciudadanos del peligro que supone la
escasez de agua. Incluso este año de 2008, contemplando el paso de la cabalgata
de los carnavales el día dos de Febrero, un grupo de personas disfrazadas con túnicas, llevaban sobre
ellas, trozos de tela en los que ponía “el agua es vida” y en otros “es preciso
cerrar los grifos”. Antes, muchos
pueblos no tenían fuente o no manaba a temporadas y ahora en las enormes
ciudades, todos los ciudadanos disponen de fuentes artificiales, que son
sencillamente, los grifos. Antes, en las casas disponían de cántaros y de
tinajas; en las balsas acumulaban el
agua de la lluvia, que recogían no sólo la procedente de las canales de los
tejados, sino la que bajaba por el suelo
de las calles. Ahora se riegan parques y jardines e incluso campos de golf.
Pero la advertencia actual de que “el agua es vida”, la pregonaban ya hará unos
cien años. El año 1909, publicaron en Bagneres de Bigorre, el libro escrito en francés por Lucien
Briet, titulado “Les gorges du Flumen et
le Salto de Rodán” que dice lo siguiente: en Campodarbe, a seis kilómetros de
Boltaña y a una altura de 1049 metros “el agua falta hasta el punto, que
durante el verano, sus habitantes se ven obligados a ir a buscarla al río
Fuebolas”.Un tal Cavero, acogió en su casa al explorador del Pirineo Lucien
Briet y éste escribió que le “mostró con orgullo una cisterna alimentada por
goteo de las tejas de sus tejados”. Menos mal que todavía quedan hombres
prudentes, como Rafael, que en Siétamo, ha construido una hermosa casa y recoge
las aguas de sus tejados en un depósito. Un particular se preocupa de retener
el agua, para usarla cuando tenga necesidad de ella, pero la Nación no se
preocupa de levantar pantanos ni de tender conducciones, en tanto las aguas
sobrantes del Ebro se van al mar, sin ser útiles a los aragoneses ni a los
levantinos. En Aragón nos pasamos el tiempo reclamando las aguas del Ebro, pero
sin hacer nada para retenerlas y utilizarlas y van pasando los años y regarán
el Levante, sin que nosotros hayamos hecho obras para regar lo nuestro. No me
refiero sólo al pantano de Yesa y a su recrecimiento, sino también a la
creación de otros menores, como el que pidió el Ayuntamiento de Siétamo más
abajo del pantano de Vadiello, que compensaría la injusticia de que Huesca
capital se apoderara del pantano que pidieron los pueblos regados por el
Guatizalema. En el río Alcanadre todavía se
está estudiando su aprovechamiento, pero
no se habla de hacer tres balsas para que rieguen en Ibieca, en Aguas y
en Liesa y que se llenarían con un azud en el Alcanadre a la altura de Pedruel,
que por la misma conducción, bajaría el agua por Santa Cilia de Panzano y se podría rellenar el pantano del Flumen.
Tanto le impresionó a Briet el aspecto vegetal de la Sierra de Campodarbe, que decía:
“no me hartaría de repetir a los aragoneses que conserven con cuidado
los bosques que les quedan. Todo árbol destruido por ellos, será para siempre
perdido para ellos”.Quedé sorprendido porque a mí me había ocurrido lo mismo,
con la Serreta de Montearagón, a la que
veo y he visto desde hace más de setenta años, despojada de sus carrascas e
incluso pinos que estaban alrededor del Monasterio y he contemplado, cuando era
joven, las llamas que los pastores encendían en aquellas laderas, al llegar el
invierno para que en primavera brotara la hierba verde para comer el ganado,
pero “ los montañeses, bajo las amenazas de la sed, tendrán que abandonar su
suelo natal o vivir igual que en otro Sahara”. A Lucien Briet, un gran hombre,
no le hicieron caso, a pesar de “hartarse de repetir a los aragoneses que
conservaran con cuidado los bosques que les quedaban”. Yo, había sentido su
inquietud, porque varias veces he escrito el caso del Sahara de Montearagón y
comprendo que si a Briet no le hicieron caso, a mí, que no soy nada, ¿cómo a mí, me lo iban a hacer?. Si rellenaran el pantano
de Montearagón con aguas de La Peña y del Alcanadre, se podría tornar verde,
con un sistema de riego por aspersión, el diabólico aspecto de la asquerosa
Serreta, vergüenza de Huesca.
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