Manolo y su esposa Isabel con sus sobrinos Elena y Santiago.
De Manuel y de Victoria, vinimos
al mundo los seis hermanos y nos pusieron por nombres María Victoria a la
mayor, Manolo al segundo, María a la tercera, Ignacio a mí, Luis al más alegre
de todos y Jesús al más pequeño en edad, pero grande en corazón.
Y fue Manolo un niño que amaba la
vida y las cosas que ella le ofrecía y “ este saber no sabiendo –es de tan alto
poder-que los sabios arguyendo-jamás le pueden vencer-que no llega su saber-a
no entender entendiendo-toda ciencia trascendiendo” y él procuraba enterarse de
los peces y bajaba al río Guatizalema de Siétamo y con su caña pescaba y
pescaba y pensaba, como San Juan de la
Cruz”:¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!”. Porque
debajo de la fuente se iba a bañar con sus hermanos, a caballo en su burra
torda, acompañados por la tía Luisa.
Pero llegó el año 36 y con toda
su familia, subió a Jaca y a Ansó y “Yo
no supe dónde entraba-porque cuando allí me vi-sin saber done me estaba
–grandes cosas entendí-no diré lo que sentí-que me quedé no sabiendo-toda
ciencia trascendiendo”.
Y volvimos a Huesca y allí nos
quedamos, sin recuperar nuestra vida en Siétamo, donde habías vivido desde el
año 1927 y aunque ya no gozabas de “la blanca palomica ni de la
tortolica”, en el pueblo de Siétamo”, en
Huesca hallaste las crías de gorriones, que colgabas en una jaula en el enome
rosal del jardín de la casa en que vivíamos, situada en el Coso Alto y sus
padres les traían comida y tu soltaste a los pequeños gorriones y saltaban y
volaban cerca de ti, pues tú les proporcionabas migas de pan y granos de trigo.
Con José María Domingo, más tarde
Notario, jugabas con medios químicos y hacías fuegos de artificio.
Y con tu amigo Del Cacho, cuyo
padre era director del Hospital Provincial, en la plaza del Seminario y allí
aprendiste la cría de los gorriones, a los que una vez adultos, liberabas.
Después si, sentiste la vocación de ser
médico y al ver a los enfermos mentales, decías: ”¿Por qué, pues has
llagado-aquel corazón, no le sanaste?.- Y, pues me lo has robado,-¿por qué así
le dejaste,-y no tomas el robo que robaste?”.
Leías, estudiabas e ibas a las
Congregaciones Marianas y tu inteligencia pedía más conocimientos, como cuando
le decías al Señor, leyendo a San Juan de la Cruz:”Gocémonos, Amado,-y vámonos
a ver en tu hermosura-al monte y al collado,-do mana el agua pura;-entremos más
adentro en la espesura”.
Entre tanto tus padres, tu abuela
Agustina y tu tía Rosa, se preocupaban de nuestro comportamiento y se
complacían con el tuyo.
Fuiste a estudiar Medicina a
Zaragoza y estuviste entre otros con Sarasa de Montmesa, mientras yo estaba en
Escoriaza, a donde tú acudiste a ver que tal me encontraba y me llevaste con mi
padre a estudiar Veterinaria a la misma ciudad de Zaragoza.
Tú te recreabas con la música y
ganaste un premio de conocimientos musicales, que has conservado hasta última
hora, pues pediste a tu señora que en tu funeral, hicieran sonar el Requiem de
Mozart, porque escuchabas las voces del Señor, acompañadas por las del
Evangelio que te leía uno de tus hijos, como si la Música fuese una lengua
universal y divina.
Acabada tu carrera de Medicina,
te especializaste con López Ibor en Madrid, donde conociste a tu esposa Isabel
Petano, con la que tanto os habéis querido.
Estuvisteis unos días en Huesca y marchasteis
a los Estados Unidos y de allí a Canadá y allá has pasado muchos años
trabajando por la salud mental de muchos ciudadanos y estudiando y viajando por
el Mundo, asistiendo a congresos de Psiquiatría.
Y con estos enormes conocimientos
tenías preparados los temas para escribir un libro, porque: “ es de tanta
excelencia-aqueste summo saber-que no hay facultad ni ciencia-que le puedan
emprender”.
Después de jubilado viniste con
tu esposa Isabel a veranear al Levante español y en un hotel nos acogistéis a
mi esposa y a mí, diciéndome que el año siguiente compraríais un chalet en el
que, cada año, nos acogerías. Pero te fuiste y al llegar a Canadá te sentiste
enfermo y herido por la muerte de tu querido hijo mayor, Manolín y ya no
pudiste cumplir tus deseos y has estado seis o siete años, cuidado por tu
esposa y últimamente por tu hija Maite y por su esposo.
Y yo sigo admirando tu saber y tu
afición a la Ciencia y recordando tu rostro pensativo, tu comportamiento dulce
hacia nosotros, diciéndonos con mucha frecuencia ¿por qué no venís a vernos?.
Estuvo con vosotros nuestra hermana María, nuestro padre que regresó feliz de
su viaje a Canadá y estuvieron también mi hija, con su esposo Santiago, que te
admiran y te quieren y te recordarán siempre.
Pero lo que más destaca en tu
persona es :”Este saber no sabiendo-es de tan alto poder-que los sabios
arguyendo-jamás le pueden vencer-que no llega su saber-a no entender
entendiendo-toda ciencia trascendiendo”.
Isabel tu estarás toda tu vida
acompañada por el recuerdo de tu esposo el sabio Manuel Almudévar, de tu bella y simpática hija Maite
y de tus hijos que son, “de tal palo tal astilla”, poseedores de unos cerebros
copiados de su padre, sabiduría que, ¡ojalá! tengan también ellos.
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