En un bar de mi pueblo es decir Siétamo, encontré sentada en el velador a una familia francesa, compuesta por marido y
mujer, acompañada por dos hijos. El mayor tendría unos doce años y el pequeño
unos cuatro, que se habían lanzado a jugar al fútbol en la pista que se
encuentra delante del Bar. Saludé a esta familia
en francés pero me di inmediatamente cuenta de que
hablaban castellano perfectamente. Tenían dos hijos, uno el más pequeño, era
sonriente pero no hablaba, en cambio el mayor que jugaba al fútbol con los
muchachos del pueblo de Siétamo con su aspecto rubio, propio del País Francés,
parecía que quería ganar el partido. Acudió a la mesa en la que había comido
con sus padres, para consumir un rico pastel, que le habían reservado. Marchó
rápido, pues tenía muchas ganas de jugar.
El matrimonio francés con sus dos hijos vive en Bolivia, en una bella
localidad del departamento de la Sierra, de esta nación centroamericana, que
goza y a veces sufre en alguna de sus variables zonas. Sus habitantes
pertenecen a varias costumbres y visten con ropas originales, que se elaboraron
para defenderse del frío. En mi artículo “La boliviana” pongo: ”Llevan, lo mismo los hombres que las mujeres
e incluso los niños, unos sombreros, heredada su forma de los antiguos colonos
españoles, cubriendo su cuerpo y encima de todas sus ropas, se colocan unas
mantas con una apertura por la que introducen sus cabezas y las mujeres llevan
multitud de sayas para evitar el frío”.
Son distintos los climas en las diferentes zonas de Bolivia desde lo alto
de los Andes hasta por ejemplo la temperatura al lado de Paraguay. En la zona
en que se encuentra Porongo, hermosa localidad del departamento
de Santa Cruz de la Sierra,
hermoso pueblo que quedó aislado de una gran ciudad, ya que no existía el
puente que une a ambos municipios.
El señor francés Violaine, francés
y enamorado de Bolivia me regaló
el siguiente escrito: ”Aquí la gente vive feliz, no trabaja mucho y se dedica
más que a todo a la familia y los festejos.¡ Así que el único ruido que viene a
romper el silencio mágico del lugar es el canto de miles de pájaros
multicolores o el sonido de los equipos de fiesta, es decir la música!. Cada
uno tiene su jardín lleno de frutos exóticos maravillosos, que permiten a los
pobladores nutrirse sin casi tener que trabajar por ellos… Muchos vienen con
buenas intenciones como
manejar bicicletas, pasear, comer, festejar, aprovechar. ¡Pero
desafortunadamente no es el caso de todos los ciudadanos vecinos!”. Porque hay
gente poderosa y avarienta, que quieren aprovechar la belleza arbórea del monte de Porongo y el terror se ha apoderado
de sus pacíficos vecinos, que por su ignorancia e inocencia, pueden sufrir una
pérdida total de su belleza arbórea, con la ruina de su belleza y de sus
maravillosos frutos.
Y escribe el francés Violaine “Así que es mi responsabilidad de
Porongueño avisar de que Porongo corre un gran peligro. No podemos quedarnos
sin hacer nada mientras escuchamos como motosierras, desde la mañana tumban el bosque,
destruyen la vida, arrasan la tierra como si fuera una necesidad cuando en
verdad son intereses de lucro de unos pocos”.
No deben los porongueños desnudar la naturaleza vegetal de su término,
sino “desarrollar vías ciclistas, pedestres o caballeras para andar por el
monte… y levantar casas de ancianos para que las mujeres puedan disfrutar
criando niños y cocinar para que los hombres no se sientan solos”.
Deben elegir los hijos de Porongo, que esta ciudad sea un infierno o un
paraíso, es decir una alcaldía totalmente vendida a los destructores de los
árboles o “elegir poder decir a sus vecinos, mirad hijos aquí tenéis el mundo
que os transmitimos”.
Me despedí del matrimonio franco-boliviano esperando tener noticias de
que se han conservado los frondosos y fértiles bosques de Porongo.
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