viernes, 26 de febrero de 2021

Porongo, ciudad boliviana.

 



En un bar de mi pueblo es decir Siétamo, encontré sentada en el velador  a  una  familia francesa, compuesta por marido y mujer, acompañada por dos hijos. El mayor tendría unos doce años y el pequeño unos cuatro, que se habían lanzado a jugar al fútbol en la pista que se encuentra delante del Bar.  Saludé   a   esta  familia  en  francés  pero me di inmediatamente cuenta de que hablaban castellano perfectamente. Tenían dos hijos, uno el más pequeño, era sonriente pero no hablaba, en cambio el mayor que jugaba al fútbol con los muchachos del pueblo de Siétamo con su aspecto rubio, propio del País Francés, parecía que quería ganar el partido. Acudió a la mesa en la que había comido con sus padres, para consumir un rico pastel, que le habían reservado. Marchó rápido, pues tenía muchas ganas de jugar.



El matrimonio francés con sus dos hijos vive en Bolivia, en una bella localidad del departamento de la Sierra, de esta nación centroamericana, que goza y a veces sufre en alguna de sus variables zonas. Sus habitantes pertenecen a varias costumbres y visten con ropas originales, que se elaboraron para defenderse del frío. En mi artículo “La boliviana” pongo:  ”Llevan, lo mismo los hombres que las mujeres e incluso los niños, unos sombreros, heredada su forma de los antiguos colonos españoles, cubriendo su cuerpo y encima de todas sus ropas, se colocan unas mantas con una apertura por la que introducen sus cabezas y las mujeres llevan multitud de sayas para evitar el frío”.

Son distintos los climas en las diferentes zonas de Bolivia desde lo alto de los Andes hasta por ejemplo la temperatura al lado de Paraguay. En la zona en que se encuentra Porongo, hermosa localidad  del  departamento  de Santa Cruz de la  Sierra, hermoso pueblo que quedó aislado de una gran ciudad, ya que no existía el puente que une  a ambos municipios.

El señor francés Violaine, francés  y  enamorado de Bolivia me regaló el siguiente escrito: ”Aquí la gente vive feliz, no trabaja mucho y se dedica más que a todo a la familia y los festejos.¡ Así que el único ruido que viene a romper el silencio mágico del lugar es el canto de miles de pájaros multicolores o el sonido de los equipos de fiesta, es decir la música!. Cada uno tiene su jardín lleno de frutos exóticos maravillosos, que permiten a los pobladores nutrirse sin casi tener que trabajar por ellos… Muchos vienen con buenas  intenciones  como  manejar bicicletas, pasear, comer, festejar, aprovechar. ¡Pero desafortunadamente no es el caso de todos los ciudadanos vecinos!”. Porque hay gente poderosa y avarienta, que quieren aprovechar la belleza arbórea del  monte de Porongo y el terror se ha apoderado de sus pacíficos vecinos, que por su ignorancia e inocencia, pueden sufrir una pérdida total de su belleza arbórea, con la ruina de su belleza y de sus maravillosos frutos.

Y escribe el francés Violaine “Así que es mi responsabilidad de Porongueño avisar de que Porongo corre un gran peligro. No podemos quedarnos sin hacer nada mientras escuchamos como motosierras, desde la mañana tumban el bosque, destruyen la vida, arrasan la tierra como si fuera una necesidad cuando en verdad son intereses de lucro de unos pocos”.

No deben  los  porongueños  desnudar la naturaleza vegetal de su término, sino “desarrollar vías ciclistas, pedestres o caballeras para andar por el monte… y levantar casas de ancianos para que las mujeres puedan disfrutar criando niños y cocinar para que los hombres no se sientan solos”.

Deben elegir los hijos de Porongo, que esta ciudad sea un infierno o un paraíso, es decir una alcaldía totalmente vendida a los destructores de los árboles o “elegir poder decir a sus vecinos, mirad hijos aquí tenéis el mundo que os transmitimos”.

Me despedí del matrimonio franco-boliviano esperando tener noticias de que se han conservado los frondosos y fértiles bosques de Porongo.


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