sábado, 9 de enero de 2021

Gustavo Adolfo Bécquer.-

 


Yo tengo el libro Rimas y Leyendas, de Gustavo Adolfo Becquer, editado el año de 1.949, que compré unos tres años más tarde. Su lectura me ha acompañado toda mi vida y hoy, lo abro una nueva vez, para acordarme de las golondrinas que anidan en la Ermita de la Sierra de Guara, que me llenan de emoción cuando subo a Castilsabás, que parecen una copia de las que, como escribe Becquer : “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”. Nació el año 1.836 en Sevilla y murió en 1.870 en Madrid. Quedó huérfano a sus diez años y se hizo cargo de él y de su hermano Valeriano, una tía de ambos.

Bécquer lo veía todo desde la “Poesía”, porque su mente espiritual, creía que el origen primero de la existencia, no podemos contemplarlo desde aquí abajo, con la vista, sino con la nombrada “Poesía”.    Además no comprendía como la Revolución francesa, trató de negar la existencia de Dios, creyendo a la mente humana como una potencia capaz de desterrar a Dios de la Creación, para practicar la idolatría de su constante y luctuoso progreso, con las cabezas de los ciudadanos, arrastradas por el suelo.

En 1.854 Gustavo Adolfo marchó a Madrid, y su hermano Valeriano se trasladó a vivir con su hermano, lo que les hizo vivir con alegría y entusiasmo. Vivían el uno para el otro, de tal forma que Adolfo le hizo un retrato a Gustavo, que se conserva en Sevilla, en el Museo de Bellas Artes.

Enfermó de tuberculosis y se desplazó a ser tratado de tal enfermedad, en el Monasterio de Veruela, acompañado por su hermano Valeriano.   

En cierta ocasión, los veterinarios que habíamos sacado el título en Zaragoza, fuimos de excursión al Monasterio de Veruela, en las laderas del Moncayo y recordamos las figuras de los hermanos Bécquer, que vivieron esperando la muerte en aquel ambiente religioso de aquel Monasterio. Allí se conservan recuerdos de las habitaciones que ocuparon y que les hicieron meditar sobre su poesía espiritual. Uno se sentía como anonadado por el volumen inmenso de aquella iglesia, enorme como una catedral, donde Gustavo Adolfo Bécquer, soñaría con un mundo celestial y enorme. Becker se encontraba nostálgico de la Edad Media cristiana y estaba absorto de que la Revolución francesa hubiera destronado a Dios para idolatrar el progreso. Entonces se puso a escribir un primer tomo de la Historia de los templos de España, con dibujos de su hermano. Escribió “ El amor es poesía: la religión es amor”. Sus rimas soñaban con un amor infinito.

No podía Gustavo Adolfo Bécquer olvidarse de aquellos lugares sagrados, como el Monasterio de Veruela y cuando escribe sobre él, se expresa así : ”Cuando el Moncayo se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus guaridas, bajan en rebaños por su falda, y más de una vez los hemos oído aullar en horroroso concierto , no sólo en los alrededores de la fuente, sino en la mismas calles del lugar; pero no son sólo los lobos los huéspedes más terribles del Moncayo. En sus profundas simas, en sus cumbres solitarias y ásperas, en su hueco seno, viven unos espíritus diabólicos, que durante la noche bajan por sus vertientes como un enjambre, y prueban el vacío y hormiguean en la llanura”. Bécquer en aquella montaña cubierta de nieve en el invierno, esperando que se curase su enfermedad, en aquellas noches invernales, se acordaba de lobos y de espíritus diabólicos. El gran escritor estaba enfermo en aquel Sanatorio del Moncayo, en cambio doña Ana Francisca de Bolea, deseaba el progreso de las monjas del Convento de Casbas, en 1.679, escribió una narración titulada “Vigilia y Octavario de  San Juan Bautista”. Es esta obra una de las últimas novelas pastoriles de la literatura española.

 

Mi amigo Santiago, que ha participado en excursiones por los terrenos de la Montaña sagrada, se acuerda de la ermita de nuestra Señora del Moncayo y confía en el amor que esa Virgen inspiró en las mozas que acudían a visitarla. Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano, desde el Monasterio que con su hermano habitaban, esperando del Señor que le librara de su enfermedad, escuchaba a los lobos que vivían por aquellas enormes alturas de la Montaña del Moncayo.

Pero se salía en el verano de aquel ambiente oscuro, porque en esta estación atmosférica, a veces se ve el Moncayo desde Siétamo.

Y por dicha estación suben tropas militares que hacen recorridos por esta Montaña histórica, en  qué  la  sobrina   del  Conde de Aranda, convirtió en Teatro, su “Vigilia y Octavario de San Juan Bautista” (1679). Y esta obra fue representada en la pradera de  la ermita y Doña Ana Francisca de Bolea , quiso dar una corrección de la humanidad, haciendo que festejaran los nobles , montados a caballo con las mozas sencillas que cuidaban las vacas en el Moncayo. Ella quería buscar una corrección social, haciendo que el matrimonio se celebrase entre ricos caballeros y hermosas y trabajadoras mozas.

El Moncayo fue el púlpito desde el cual Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano, unidos a Ana María Abarca de Bolea, dieron su opinión a los españoles de que ambos buscaban el orden de la Sociedad, pues los revolucionarios buscaban otra sociedad, que tanto le cuesta arreglar el bien  de la misma.

 

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