Voy
con frecuencia a tomar un café en la calle, a la entrada de un Bar. Cada día me
siento acompañado por personas, que toman el mismo café, para entrar en su
trabajo. Yo me siento en un velador y miro las hojas del periódico, con el que
me acompaño y no observo el tomar café de los ciudadanos y ciudadanas que
mutuamente nos acompañamos en la entrada de la cafetería. Pero ese día fueron
seis señoras atractivas las que se sentaron alrededor de un velador y no sé por
qué, me di cuenta de que había una alegría entre aquellas señoras, que se
sentían recreadas al unirse alrededor de la mesa de mármol y me di cuenta de
que en ella apareció una caja de dulces tortas.
Reinaba
la alegría entre las damas, pues se sentían obsequiadas por la dama qué para
mí, las había invitado a celebrar una fecha importante en su vida. Se veía, mas
no se oían voces desordenadas en aquellas amigas y compañeras. Yo desde mi lectura
del periódico, levantaba mis ojos para ver el gozo de aquellas damas.
Yo
miraba con discreción aquella celebración del grupo de damas, pero de repente,
se levantó de su silla una gran dama y se dirigió a mí, que estaba sentado al
lado de alegre espacio. Me saludó pues era la esposa de un amigo de mi hijo
Manolo, me quitó la copa ya vacía de café y en su platillo, depositó dos
pasteles, sabrosísimos con los que quiso, dada su generosidad, invitarme.
Yo
quedé sorprendido de su amabilidad y casi llorando de alegría, comulgué la
amistad de ella y de su marido. Después de hacer desaparecer del platito del
café en que la señora había depositado su obsequio, quedé muy agradecido y al
marchar del Bar, les hice un regalo humilde de mi pluma, con un escrito de
temas distraídos, a cada una de las señoras que con alegría acompañaron a la
obsequiadora Dama.
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