Estoy sentado ante un velador en la entrada
del Bar Galileo. Tengo noventa años de edad, y ante mí pasan hombres y mujeres
de edades avanzadas. Y a medida que
también pasa el
tiempo, aumentan los pasos por delante del velador, que yo ocupo, de personas
de distintas edades que van a comprar al
Supermercado próximo. Pasan también personas llenas de juventud, vestidos con
uniformes deportivos, que caminan al próximo Campo Deportivo.
De
vez en cuando levanto la mirada del papel que voy escribiendo y a mi lado
contemplo una pareja de edad avanzada, que por cierto hace ya mucho tiempo que
al dar las diez de la mañana, se sientan frente a un velador del Bar Galileo y
con placer, miro como
desayunan con gran apetito.
La
ciudad da marchas mañaneras, unos clientes sobre las ruedas de su coche, otros
caminando por la calle. Todos con sus bocas tapadas por pañuelos de distintos
colores.
Hay
mañanas que el sol no ha enviado todavía sus rayos a los que ya muy pronto, se
han acomodado en algún velador. Si la mañana es fresca el que va a desayunar,
se abriga con su chaqueta, pero a los escasos instantes, ya luce el sol y goza
recibiendo sus calientes rayos.
En tanto van pasando por delante de la mesa en que yo me he acomodado, paisanos y paisanas, unos con sus bolsas de compra, que se dirigen al Supermercado cercano, en tanto que otros vuelven del mismo, con sus bolsas llenas de productos, que han comprado para consumirlos. Otros pasando al lado del velador que yo ocupo, entran dentro del Bar, algunos a hacer su consumición y otros, sentados alrededor de su velador, hablan del negocio que esperan hacer durante todo el día, en tanto otros hablan de los medicamentos que en Farmacia van proporcionando a los que los necesitan. El más sonriente de los clientes, toma su café y explica a sus compañeros de mesa, lo bien que el día anterior, lo pasó en la finca, que en el monte de Bolea tiene próxima a un Santuario. ¡ Qué recuerdos me proporciona esa finca norteña de Bolea, a la que yo llegué a caballo desde una aldea al norte de la Sierra, donde vacuné un rebaño de ovejas!. Aquel pueblo no tenía carretera que lo uniera con Bolea y hoy existe una nueva ruta, que conduce por la Montaña a Arguis.
Unos
clientes, como estos que los domingos van a Bolea, conversan sobre sus viajes,
sus aventuras y se ríen de lo bien que lo pasan, en esa ruta montañesa, pero otros,
van a este Bar, para tomar algún café o a almorzar algún sabroso bocadillo.
Yo
suelo estar sentado junto a un velador, pero si entro dentro del Bar y veo a un
señor retirado, que creó hace años un Comercio para vender herramientas, que se
empleaban en los talleres o en las casas privadas. Es un señor elegante y de
muchos años, que toma su café y lee las noticias que expone en el Periódico. Yo
cuando comencé a labrar la tierra de Siétamo, iba a comprarle herramientas para
cuidar los tornillos de mi tractor y ahora se alegra de hablar conmigo y me
dice que los escritos que yo le dedico, se los lee a un alumno que estudió
conmigo, cuando éramos jóvenes en el Colegio de San Viator. Es curioso que un
señor ya mayor, se alegre de leer mis escritos e incluso hace unos días, al
marchar del Bar, se detuvo a mi lado para recordar con cariño mis comentarios.
Yo,
sentado en mi mesa, saludo a los clientes del Bar Galileo e incluso una señora
culta y elegante, me regaló el día de su Santo, unas “pastas floras”
riquísimas. Allí sentado en tu sillón, recibes noticias de clientes e incluso
alguno de ellos, me demanda algún artículo sobre el comercio, la literatura y
la alegría que produce su lectura. Cuando acabo de tomar mi café, me marcho a
otro lugar y dejo a mis compañeros gozar de sus consumos, deseándoles un feliz
provecho para sus cuerpos y espíritus.
Son
variados los clientes que se sientan dentro del Bar y allí, con recogimiento
conversan y consumen las bebidas que pidieron y llevan conversaciones, unas veces sobre sus negocios, sobre la
consumición que hacen que recreen sus paladares y aumenten su amistad o su
amor.
En
los veladores en que toman el sol, unas veces se ríen algunos clientes de los
chistes que el “gigante” les cuenta y mi amigo el gigante, no acabaría de
consumir cafés. En otros, señoras y señoritas hablan de las modas que dirigen
su vestimenta agradable y dialogan sobre sus trabajos en clínicas o en
comercios y siempre se ríen y a veces es tanta la amistad que las une, que hay
veces que hablan varias señoras o señoritas al mismo tiempo.
Son
muchos y optimistas los que dentro del Bar consumen y conversan, pero cerca de
la entrada en el Bar, los consumidores dan noticias
y se saludan con los que delante de ellos , circulan por la acaera, al
lado de los veladores, en que los clientes, conversan y saludan a sus amigos,
que circulan por la acera, en que se alzan los veladores.
Cuando
uno acaba de tomarse su café con leche con pastas o con su bocadillo, se marcha
a trabajar, a comprar o a pasear por la ciudad.
Ambos dueños, cuando
están presentes me dicen adiós y la bella camarera, sonriente me despide también
con un ¡adiós!.
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