miércoles, 19 de mayo de 2021

Luis Manuel, hijo de mi hermano Luis, se va despidiendo de este mundo.

 



Tiene 55 años de edad y es un poeta de las culebras, porque siempre se acuerda de ellas. Yo lo veía en mi villa de Siétamo, con una paciencia, no sé si religiosa o científica, en la era de la trilla, frente a un agujero en la base de la pared de un pajar, donde se refugiaban las culebras. Luis Manuel no tenía prisa para ver salir, por el citado agujero, alguna culebra y esperaba y esperaba, verla salir para unir a ella su amistad, conviviendo su vida con la pequeña serpiente.

Y yo no tenía paciencia de contemplar aquella escena en que mi sobrino esperaba que alguna culebra, saliese del agujero, donde estuviera escondida y yo me marchaba, porque mi escasa paciencia no era capaz de esperar la salida de la misteriosa serpiente, de su agujero, donde se sentía feliz. Yo sólo pensaba en que Luis  Manuel,  ayudaba a su paciencia mientras esperaba la salida de la bella culebra, colocando un sillar de piedra, resto de las ruinas de algunos edificios durante la Guerra Civil, y sentado sobre ella, esperaba que se asomase una culebra.



Era Luis Manuel un paciente especial de las culebras y sentado en una piedra arenisca, era capaz de esperar un tiempo, para él corto y para mí, inaguantable.

Esta paciencia de esperar a que la serpiente saliera de su “cado”, era un don del Cielo, que a él le hacía gozar, porque daba la impresión de que se necesitaban las vidas de estos reptiles, para tenerlos de compañeros en la vida. Mi Mariano, primo hermano de Luis Manuel lo acompañaba al río, donde se dedicaban a tener alguna culebra, que depositada en alguna botella, se la llevaba a Bilbao, donde residía su familia.

Tendría mi sobrino, amigo de las culebras, unos siete u ocho años y era feliz de vivir con ellas.

Estuvo en Inglaterra, donde aprendió esa lengua universal hasta acabar su carrera y  su padre Luis, al morirse su esposa, acompañado de su hija Natalia, vinieron a vivir en Huesca. Al poco tiempo murió su padre y ella fue por el Mundo a establecer con su marido un conjunto de Abogacía en Madrid y en Barcelona.

Marina se estableció en Zaragoza y creó academias para estudiantes.

Luis Manuel, que había sufrido con toda su familia los ataques terroristas en Bilbao, se marchó a Málaga, donde se mandó construir un hermoso chalet.

Pero él que había siempre amado a las tortugas, en su casa hizo un vivero de las mismas  culebras que había amado desde siempre, A esas culebras les añadió pacíficas tortugas, que junto con las serpientes, le acompañaban pacíficamente por la vida.

El había amado desde niño a esas serpientes y al colocar sus oficinas en su chalet, vivía lejos de aquel paisaje de  Bilbao, donde  no existían casi palmeras, ni frutales. En cambio en Málaga se levantaban mangos y aguacates tropicales.

Luis Manuel gozaba de esas plantas y hacía vivir en su casa, aquellas tortugas y serpientes que siempre le han resultado buenas amigas.

El alma de mi sobrino había amado siempre aquellos animales y ahora se le plantea el problema de que continúen su vida en su chalet.

Sus hermanas le dicen que no saque el cuidado de esos animales tan amables y misteriosos y que si algún día, él se va a vivir a Barcelona o a Zaragoza, ellas se encargarán de darles un destino feliz.

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