Yendo con mi amigo, un gran
cazador, llamado Isidro Artero, vimos
como caía un águila real, en las montañas de Nueno, desde el camino que conduce
a Arguis. Cayó prisionera en un cepo y no se podía soltar. Isidro caminaba por
la glera hacia la prisionera águila, por cuidar de soltarla. Las piedras que removía el animal agitando el
cepo y todavía más con sus móviles alas,
bajaban por la ladera y le hacían daño a Isidro en las piernas, donde le
golpeaban. Aquel trofeo en lugar de ser real, al tratarse de un águila real,
habría que llamarlo un trofeo vil, por atacar a un noble animal, rey de la
Naturaleza. En el cepo se encepó el águila, e Isidro ya la iba a alcanzar, con
la esperanza de liberarla de la prisión del cepo, cuando ya casi la tenía cerca de sus manos, pero el águila, con
una pata de menos, se arrancó a volar. ¡Qué lástima, perdernos la contemplación
del águila libre, viéndola volar y volar
su vuelo real!. Pero la Virgen de
Ordás, que se encuentra en una alta montaña, sobre la carretera, tal vez
sonreiría, como casi todos nosotros hemos sonreído, al leer, como una lechuza, volando
, volando a la Virgen “un ramo de olivo le traía”. Isidro y yo
lamentábamos que el águila perdiera una de sus patas, pero a él se consolaba al
ver que el cepo iba a quedar en su poder. Le serviría para cazar raposas y
tejones, bichos astutos los primeros y torpes los segundos y luego vendería sus
pieles, en aquellos tiempos en que el dinero era escaso y había que sacarlo de
donde se pudiera. Además, agarrada al
cepo, le quedó la garra con sus uñas aceradas y certeras y el viejo cazador, abriría
sus dedos y en el pulpejo clavaría un clavo de herrar, para colocarla en la
puerta de su casa. Las brujas no acudirían
a su hogar, ante el temor que les
inspira ese amuleto agresivo y real.
¡Qué habrá sido del águila?. Estaba
un zagal de Erminio sentado bajo un olivo y observó cómo “sobre el olivar se
vio un águila volar y volar” y vio como se lanzaba como una flecha sobre un conejo
incauto, y en un cable de la luz, su vertiginosa velocidad la hizo golpearse, y
el alambre de cobre, como un arco que se tensa, con crueldad la rechazó. Sobre
el olivar, ante los ojos atónitos del zagal, quedó el cadáver del águila real.
Sólo tenía una garra. El cepo de técnica rústica, se la había cercenado y el
cepo de técnica elevada, le cercenó la vida.
Sobre el olivar cayó el águila.
¡Quién la pudiera resucitar!. En la tierra cayó una lágrima, una lágrima por el
águila real, que a este paso se va a convertir en un ser mítico e irreal.
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