sábado, 15 de agosto de 2020

Requien por un águila real.-



Yendo con mi amigo, un gran cazador, llamado  Isidro Artero, vimos como caía un águila real, en las montañas de Nueno, desde el camino que conduce a Arguis. Cayó prisionera en un cepo y no se podía soltar. Isidro caminaba por la glera hacia la prisionera águila, por cuidar de soltarla.  Las piedras que removía el animal agitando el cepo y todavía más con sus móviles  alas, bajaban por la ladera y le hacían daño a Isidro en las piernas, donde le golpeaban. Aquel trofeo en lugar de ser real, al tratarse de un águila real, habría que llamarlo un trofeo vil, por atacar a un noble animal, rey de la Naturaleza. En el cepo se encepó el águila, e Isidro ya la iba a alcanzar, con la esperanza de liberarla de la prisión del cepo, cuando ya casi  la tenía cerca de sus manos, pero el águila, con una pata de menos, se arrancó a volar. ¡Qué lástima, perdernos la contemplación del águila libre, viéndola volar y volar  su vuelo real!.  Pero la Virgen de Ordás, que se encuentra en una alta montaña, sobre la carretera, tal vez sonreiría, como casi todos nosotros hemos sonreído, al leer, como una lechuza, volando , volando  a la Virgen  “un ramo de olivo le traía”. Isidro y yo lamentábamos que el águila perdiera una de sus patas, pero a él se consolaba al ver que el cepo iba a quedar en su poder. Le serviría para cazar raposas y tejones, bichos astutos los primeros y torpes los segundos y luego vendería sus pieles, en aquellos tiempos en que el dinero era escaso y había que sacarlo de donde se pudiera. Además,  agarrada al cepo, le quedó la garra con sus uñas aceradas y certeras y el viejo cazador, abriría sus dedos y en el pulpejo clavaría un clavo de herrar, para colocarla en la puerta de su casa. Las brujas no acudirían  a su hogar,  ante el temor que les inspira ese amuleto agresivo y real.
¡Qué habrá sido del águila?. Estaba un zagal de Erminio sentado bajo un olivo y observó cómo “sobre el olivar se vio un águila volar y volar” y vio como se lanzaba como una flecha sobre un conejo incauto, y en un cable de la luz, su vertiginosa velocidad la hizo golpearse, y el alambre de cobre, como un arco que se tensa, con crueldad la rechazó. Sobre el olivar, ante los ojos atónitos del zagal, quedó el cadáver del águila real. Sólo tenía una garra. El cepo de técnica rústica, se la había cercenado y el cepo de técnica elevada, le cercenó la vida.
Sobre el olivar cayó el águila. ¡Quién la pudiera resucitar!. En la tierra cayó una lágrima, una lágrima por el águila real, que a este paso se va a convertir en un ser mítico e irreal.  

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