sábado, 26 de septiembre de 2020

Caballos, caballeros y Paco Giral

 



El hombre siempre ha tenido en su amor al arte, la necesidad de representar a los animales, por ejemplo los ciervos y caballos en las paredes de las cuevas primitivas. En ellas se ven muchas veces mezclados unos y otros, pero así como el hombre ha evolucionado, lo mismo ha ocurrido con el caballo. Aquellos que aparecen en la pintura prehistórica, recuerdan los caballos medio enanos, como los gallegos o los navarros  del Pirineo, pero ¡qué pronto aparecieron los caballos elegantes!, como  se ven éstos en relieve, en las monedas  ibéricas. Por toda España acuñaron monedas en las que están representados “juntamente” caballeros sobre sus caballos y en otras los caballos con sólo su elegante figura. La figura de estos caballos no es rectilínea como la de los ingleses, sino curvilínea,  como se puede ver al contemplar una moneda de Wolskan, es decir de Osca o de Huesca o una de Arsaos, pueblo que no se sabe si estaba en la actual Navarra o en el Alto Aragón; es  igual porque ambos territorios eran vasco –ibéricos y para ello basta ver la figura de aquel caballero empuñando su espada, sobre el caballo curvilíneo, que se diferencia sólo del oscense, en que éste es portador de una lanza en lugar de una espada. En ambos caballos son curvos sus cuellos, con la crin peinada y recogida, con sus colas largas y elevadas en su arranque, no como los caballos ingleses, por ejemplo. Se observa una cabeza más voluminosa en el caballo de Bascunes o Pamplona , que en el de Wolskan o Huesca. Forman figuras elegantes con sus redondeadas ancas, sostenidas por sus patas traseras, con sus corvejones y sus cascos asentados en el suelo, en tanto que sus patas delanteras se elevan cuando el caballo parece que avanza para lanzarse a atacar a algún enemigo o cuando salta, como se ve en algunas monedas.  Pero estas figuras de caballos están presentes en las monedas de Jaca, de Egea, de Zaragoza, de Lérida, de Tarragona y también en las de la soriana  Agreda y en las de Guadalajara.
Pero no se interrumpió con los íberos la representación de los caballos como  obras de arte, pues basta mirar a  Grecia y a Roma, para encontrarnos en una cerámica ateniense, un grupo de caballos, tirando de un pequeño coche, dirigido por un cochero con las riendas en su mano y que dan la imagen de un gran dinamismo. Llama la atención el esfuerzo del autor para acoplar el dibujo a las formas curvas del vaso. Esta vasija es de unos quinientos años antes de Cristo. Llega a tal extremo el amor al caballo, que  aquellos clásicos  crearon el centauro, ser mixto con cuerpo de caballo y medio cuerpo de hombre, desde la cintura. En el Arco del Emperador Constantino, ya de religión cristiana aparece un caballo montado por su caballero, en una escena de caza. La Edad Media representa caballos incluso en los capiteles románicos de San Pedro el Viejo y en uno de ellos aparece montado en su caballo el Rey Pedro I, conquistador de Huesca, del que algunos dicen que era Constantino. En el Gótico, con su expresivo humanismo, asoma  la estatua ecuestre de San Jorge, esculpida en 1235, en la catedral de Bamberg. Aquí, en Aragón aparece San Jorge, desde la elevada ermita hasta el convento de San Miguel. En la corte de los T’ang aparecen pintores, que a la vez son “poetas, eruditos, músicos y calígrafos” que pintaron caballos con su silla y sin jinete, sobre seda. Leonardo hizo unos dibujos de un caballo, para levantarle un monumento a Ludovico el Moro, con diversas posiciones de su cabeza, sus patas y su cola, que da la impresión de que es un caballo andante, con una dignidad inmensa. Y sigue la Historia representando caballos y caballeros, desde el Emperador Carlos Primero  de España hasta el Conde de Aranda, en un retrato pintado por Goya y que se conserva en el Museo de Huesca.
Llegamos a los tiempos modernos y aparecen colecciones de escenas de caza sobre el verde de los prados de Inglaterra, en que los caballos longilíneos, con sus colas cortadas y rodeados de perros de caza, van montados por caballeros con sus levitas o al menos lo parecen, rojas y sus sombreros de copa, que los conducen. En casa Cabero de Berbegal, sus dueños me enseñaron bellos cuadros de caballos, que no eran precisamente ingleses.
Paco Giral, oscense, ama a los caballos y siente las llamadas del arte, que le impulsan a representarlos, para gozar de su belleza y adornar los muros de los edificios. Produce alegría el hecho de contemplar, como no se ha agotado el arte en el mundo, porque a los caballos de las Cuevas de Altamira, han seguido multitud de países y de escuelas y nuestro artista ha recogido la inquietud secular de los artistas, amigos del caballo y nos hace recordar tiempos pasados, en que yo con el mío, de los que ya quedaban pocos, cabalgaba por el monte de Siétamo. Ahora son numerosos los caballistas y caballeros y Paco Giral es el artista que a todos los representa.

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