Noventa y cinco años de humanidad somontanera, con su toca negra y todo, yacen en un lecho de la Residencia de Ancianos. Es Noche Buena y la primera vez que Concheta padece "os vetuperios" de la enfermedad. Al verme llegar con sus cansados ojos, exclama ¡ay Inacier, me quiero morir!. ¿Por qué? , le pregunto; me contesta: no he estado nunca enferma y ahora si no valgo para nada, ¿para qué quiero vivir?.
Muy mal debe encontrarse esta mujer cuando se queja, siempre fue muy sufrida y amaba la vida más que los pájaros. Me dice: ¡ay, verme yo así, que no paraba nunca, que espigaba más que ninguna, que hacía saltar las piedras de la calle!. Me siento a un lado de su cama, me sujeta la mano y no la suelta, pero yo tampoco intento soltarme. Pregunta: ¿vendréis a mi entierro? ; pero Concheta ¿no se da cuenta de que aún tendrá que venir usted al nuestro?, le respondo. ¡ No!, dice, que rezo para que Dios os de mucha salud.¡Bien!, le digo, si acaba usted antes que nosotros, iremos al entierro y la llevaremos sobre nuestros hombros.¿Me enronaréis?. No, Concheta que la pondremos en un nicho bien carasolero, para que no tenga frío y con tejado para que no se moje. ¡Así, así !, dice complacida, porque ¿sabes?, no me gusta “a ruidera d'os zaborros d'o fosal, cuando trucan n’a s tablas d'o atabul". Tus tías Luisina y Teresina, también están en nicho?. Si, Concheta, también. Pero, ¿ me llevareis "ta o fosal de Sietamo?.¡ Claro que si, mujer!. Pues ahora mismo estoy viendo la fuente de Siétamo con los caños, ¿cuántos "en tiene" ?. Siete, le contesto. ¡ No! "qu'en tiene seis" y otro más grande detrás.
¿Te acuerdas de mi madre?.¡ Ya lo creo!, ¡ pobre siña Juana!, la veo rezar desde la ventana de la sala baja, en la entrada "do fosal viello". Y tu madre ¿ vive?, ¡ no, Concheta!. ¡Ay, pobre doña Victoria!. Te acuerdas que durante a guerra me dieron un "propio" para llevarlo al Estrecho Quinto,"pa dalesné a os qu'estaban allí?; me dieron una bandera blanca y me dijeron: “Memojo, tira p'alante!".
¡ Concheta!, le digo:¿ toma las medicinas?."No en quiero denguna, quiero morime";¿ te acuerdas de casa mía?. ¡Ya lo creo!, está "rebutiente" de higos secos, de rastras de cerollas, de cerolicos empapelados, de todo. Te has olvidado "d'a crabita". No me he olvidado, me acuerdo también del gato, de los conejos chinos y "d'a sala güena".Tenía el suelo de baldosa muy bonica.
En poco rato pasó por mi imaginación la historia de su larga vida.
Cuando llegué a mi casa, encima de una repisa del recibidor, estaban la “esquilleta” de la "crabita" y un garrapito del cordero de Concheta . Los hice sonar y su sonido fue el más evocador de cuantos he oído estos días de Navidad.
Antes se oía música en los entierros de los ricos y sonido timpánico de piedras, golpeando en ataúdes, convertidos por el tiempo que tardaban en cubrirse de tierra, en macabros tambores, de gravísimas notas.
Antes había cascabeles, campanillas y esquillas, que sonaban al trote de las mulas y al paso del ganado por los ámbitos campesinos.
Hoy los nichos hacen imposible el impacto de las piedras en las cajas y los coches hacen inviables las calles y las rutas al ganado.
¿Se marchó la alegría con la pena de los pueblos?.
Todavía fue más lejos la tragedia, pues tristeza y alegría son patrimonio de los hombres; fue soledad la que sentía el dominio en los pueblos de Aragón. Sus tristezas y alegrías fueron vida, en otro tiempo. Verdad, ¿Concheta?.
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